La exploración espacial y la colonización de planetas extraterrestres es uno de los subgéneros más apasionantes de la ciencia-ficción. Si a las vicisitudes de recorrer distancias inconmensurables y lidiar con el exotismo de la flora y fauna autóctona se añaden tripulaciones de personalidad y carácter peculiar, el cóctel puede ser de lo más sabroso.

Mario Guinea Díaz lo consigue en esta novela donde un grupo de exploradores espaciales, algunos no muy equilibrados, acaban dando con sus huesos en Tabit, un planeta perdido a 30 años luz de la Tierra. Pero Tabit no es un erial rocoso, al contrario, la vida florece de las más diversas formas e incluso, como se descubre poco a poco, la inteligencia autoconsciente también ha hecho acto de presencia en el ciclo evolutivo del planeta.

Eso, en un principio, no es un problema para la tripulación de la Enterprise IV que se ve enfrentada a problemas más perentorios. Por lo pronto han perdido contacto con la Tierra, y es que un viaje de 3000 años como el que han protagonizado deja poco margen para planificar el futuro de forma consistente. Además, deben darse prisa en establecer un asentamiento adecuado porque las reservas que almacenan las bodegas apenas les darán para dos años y deben ser autosuficientes cuanto antes. Por si fuera poco, las últimas comunicaciones recibidas desde la Tierra muestran un panorama inquietante.

Pero estas no dejan de ser dificultades y enigmas que tarde o temprano acabaran por resolverse. Lo interesante empieza cuando Andro, uno de los biólogos de la nave, descubre en un reconocimiento rutinario que ciertas criaturas de Tabit desprenden una sustancia altamente narcótica y aún más adictiva, a la que se engancha tras tener un accidentado encuentro con una de ellas. Aunque intenta ocultarlo, el personal de seguridad de la expedición, unos curtidos infantes de marina, descubre su secreto y si ya le dan con alegría al alcohol, la marihuana y cualquier estupefaciente lo bastante interesante, la sustancia les parece algo sublime por la que vale la pena correr cualquier riesgo y transgredir todas las reglas. Naturalmente, conseguirla no es tarea fácil y además el origen de la misma también tiene sus propios mecanismos de defensa que complicarán la vida, y mucho, a todos los colonos en general.

Mario Guinea demuestra una imaginación portentosa al construir la ecología de Tabit no tanto de principio a fin, si de forma coherente en lo que respecta a la iteracción de los terrestres con ella. La parte menos sensata de los exploradores, no duda en esquilmar los recursos que necesitan sin pensar en las consecuencias, y cuando la fauna, aparentemente salvaje y poco desarrollada, del planeta se revuelve contra ellos, su sorpresa les desconcierta y aunque no les paraliza, al cabo son expertos combatientes, si les deja sumidos en un mar de confusión, que se acrecienta cuando relacionan ciertos hechos del pasado con los acontecimientos presentes.

Otra cuestión interesante es la total imposibilidad de comunicación con los seres inteligentes de Tabit. Por supuesto que la violencia de las primeras interacciones no da mucho margen para mantener una conversación reposada, pero además existe tanta diferencia entre unos y otros que, salvando ciertos comportamientos que podrían ser reconocidos, no hay una forma evidente de iniciar la comunicación más allá del binomio agresión-defensa, que no es precisamente la forma más inteligente de iniciar unas relaciones interestelares.

La novela está disponible gratuitamente en Bubok y no es muy larga. Desde mi punto de vista darle una oportunidad no es una pérdida de tiempo. Eso si, almas sensibles acercarse con cuidado porque no se escatima en sexo y violencia, y algún personaje descerebrado puede llegar a hacerse cargante.

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