
El humor del absurdo es problemático sacado de contexto. Los chistes y gracias en las que se sustenta tienen mucho que ver con una forma de vida y pensamiento, transgrediéndola, saltándosela o rodeándola pero siempre con el foco puesto en ella, de otro modo no habría absurdo, nada se quebrantaría ni nada quedaría en tela de juicio. Trasladados esos mazazos a otras culturas u otros idiomas se pierde gran parte de su espíritu transgresor, el objeto de la burla es poco o mal conocido, y lo que en origen son grandes ocurrencias finalmente se quedan en nada. No tiene por que perderse todo, por supuesto, hay cuestiones que son prácticamente universales y que pueden ser objeto de un enfoque que todo el mundo entienda, pero el humor tiene fuertes lazos con la cultura del humorista, y más aún si se trata de humor absurdo.
Sospecho que ese es el problema del humor de Douglas Adams, o mejor dicho, la falta de gracia de este EL RESTAURANTE DEL FIN DEL MUNDO. Mientras que en GUÍA EL AUTOESTOPISTA GALÁCTICO el argumento gira alrededor de algo tan universal como un desahucio, EL RESTAURANTE DEL FIN DEL MUNDO no sólo alrededor de las aventuras desquiciadas de Arthur Dent, Ford Prefect, Trillian, Zaphod Beeblebrox y Marvin. Humanos, alienígenas y robots enfangados en una sucesión de saltos por el tiempo y el espacio sin demasiado sentido y con una hilazón bastante poco consistente. El libro carece casi por completo de argumento, todo son situaciones locas que llevan a los protagonistas de acá para allá y que se salpimentan con diálogos sin mucho sentido.
Supongo que el original inglés será muy distinto, lleno de giros, juegos de palabras y alusiones que son muy difíciles de traducir y que por tanto se pierden en su exportación a otros idiomas. Algo parecido ocurre en muchas ocasiones con Terry Pratchett. Cuando hace un humor que toca temas universales resulta francamente divertido, pero en algunos momentos se vuelve demasiado localista, en EL PAÍS DEL FIN DEL MUNDO suelta como una ametralladora chistes sobre Australia y los australianos, decenas de tópicos que para los ingleses, y naturalmente los propios australianos, tendrán mucha gracia, pero que sacados de las islas la perdían por completo. En EL RESTAURANTE DEL FIN DEL MUNDO se puede vislumbrar algo de esto en situaciones que, por absurdas, son completamente incomprensibles, y hacen suponer un sentido perdido durante la traducción.
Tampoco hay que olvidar que se trata de la adaptación de guiones radiofónicos, y por tanto, secuencia que en la radio tendrían su gracia se ven afectadas cuando en el papel pierden inflexiones de voz, música de fondo y efectos sonoros.
En resumen, EL RESTAURANTE DEL FIN DEL MUNDO resulta una pobre continuación de GUÍA EL AUTOESTOPISTA GALÁCTICO (al menos en su traslación al castellano) y sospecho que el resto de las secuelas, surgidas al calor del éxito del primer libro, seguirán una línea irregular muy similar.
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Publicado originalmente el 9 de noviembre de 2008 en www.ciencia-ficcion.com