
Al atardecer, el círculo de vidrio y titanio, que albergaba AgroSint S. A. lanzaban un encantador resplandor rojizo que bañaba la plaza de estacionamiento de un color naranja pardo. Andrés Godoy director de AgroSint, se hallaba de pie en su oficina, mirando a través de un enorme ventanal, los extensos campos de soja de la empresa que se extendían hacia el Noroeste. Agro sintéticos Sociedad Anónima, era una empresa que se dedicaba exclusivamente a la fabricación de semillas. Ya había tenido cierto éxito con la fabricación de semillas resistentes a las plagas y al calor extremo. Pero Godoy estaba bajo cierta presión. Esa primavera de 1999 encabezaba una prometedora campaña de izquierda por la gobernación de Entre Ríos. Eso no le dejaba más opción que delegar a un tercero para que se hiciera cargo de la administración de AgroSint, encontrar a tal persona no era fácil y las elecciones para gobernador se llevarían a cabo el domingo siguiente, pero Godoy creía haber encontrado al individuo adecuado.
Se alisó los pliegues de la camisa y la fajó de nuevo bajo el pantalón, movimiento que repetía mecánicamente a lo largo del día cada veinte o veinticinco minutos. Estaba poniéndose impaciente. No le gustaba, ni estaba acostumbrado a que le hicieran esperar.
La puerta de la oficina se abrió y una mujer delgada entró dando largas zancadas con un sobre de papel madera bajo el brazo.
—Por qué me querías ver? —dijo Godoy.
—Porque... —dijo Lorena Lugner— tenemos que hablar sobre el futuro.
Godoy se cruzó de brazos.
—Lore, tengo una semana muy ocupada. Estoy seguro que...
—Será un segundo —dijo Lugner cerrando la puerta y dejando el sobre de papel madera en el escritorio de vidrio de Godoy.
—Se directa —dijo Godoy.
—Gracias por verme —dijo Lugner—. Tenemos que hablar de una adquisición. Un blanco de explotación. Watterdrill.
—¿Qué pasa con eso?
—Como Sabes — continió Lugner— Watterdrill es una empresa que se dedica al fracking. Hace dos años en 1997, abrieron una nueva perforación en un campo lechero al norte de Neuquen. Una semana después, los árboles que se encontraban doscientos metros a la redonda de la perforación, murieron al exponerse a algún tipo de virus.
Lugner abrió el sobre de papel madera y extrajo tres fotografías plastificadas, luego las deslizó sobre el escritorio para que Godoy pudiera verlas. Las fotografías mostraban una instalación de perforación donde se alzaba una torreta similar a la usada para extraer petróleo, alrededor, se alzaba un pequeño monte de color plomizo, cuyos árboles habían adquirido un color gris ceniza.
—¿Un virus? —dijo Godoy, encogiéndose de hombros—. No entiendo Lorena. Lo que menos necesito esta semana, es otra preocupación más. ¿De qué se trata todo esto?
—Una muestra analizada por los bioquímicos de Waterdrill, muestra que los árboles alrededor de la perforación, estaban infectadas por un patógeno desconocido. Actualmente los datos bioquímicos de Waterdrill están protegidos por la norma 11,723. Lo único que sabemos por el momento, es que este patógeno parece tener la capacidad de interferir la fotosíntesis en las plantas.
—Lore. Todo esto es muy interesante...
—Al mismo tiempo —continuó Lugner—. La empresa se muestra extremadamente reacia a compartir algún tipo de información acerca del incidente de Añelo. Todo esto se reduce a una cosa —Lorena se corrió un mechón de pelo de la cara—. Tenemos que adquirir Waterdrill.
—Otra vez no... —dijo Godoy, su inexpresiva cara de perro Baset hound se turbó en una mueca de desencanto.
—Andrés. No puedo empezar a explicar la importancia de una compra como esta...
—Es una empresa en quiebra Lore. ¡Dios mío!
—Entiendo que pueda parecer precario, pero...
—¿Precario? —interrumpió Godoy— Lo que me parece precario es que te dé la oportunidad de gestionar la empresa número uno en producción agropecuaria en Entre Ríos y la semana antes de mi salida me pidas comprar una empresa de mala muerte.
Lorena contorneó la mesa y se puso en frente de su jefe.
—Andrés. Waterdrill es una empresa medianamente pequeña y ahora enfrenta una crisis. Con lo cual podrían estar abiertos a una compra. Algún bioquímico de Waterdrill tiene la muestra original de este patógeno y si actuamos rápido podemos conseguirlo por muy poco dinero. Una vez tengamos acceso a una muestra podemos poner a una docena de ingenieros a trabajar en una nueva semilla para desarrollar cierta resistencia a este virus. Mientras tanto, semillas de empresas competidoras más baratas, como Cetus, AgroGen o Koch, irían a perdida. Pero los campos sembrados con la semilla AgroSint no enfermarán y eso no daría una ventaja competitiva que nadie en el país... perdón, nadie en el mundo tiene.
Godoy no se había dado cuenta, pero desde que Lugner se le había puesto enfrente, había estado retrocediendo gradualmente, hasta quedar acorralado contra su propia silla.
Dependiendo de quien fuese la persona consultada, Lorena Lugner era la emprendedora más competitiva de su generación, o la más imprudente. De treinta y cinco años de edad, cabello colorado, rostro suave y trato cordial, había ganado atención de las empresas agricultoras por modificar una variante de semillas de papa para que fuese resistentes a las heladas. Eso reducía costos y ampliaba el sector para comercializar el producto más al sur del país, donde las temperaturas eran más bajas. Del hecho de que las papas fuesen de un color blanquecino grisáceo y desarrollaran una fina capa de una sustancia viscosa al cocinarlas, casi ni se hablaba.
También durante su tesis, había ensayado en animales con una enzima prometedora que en el futuro podría disolver coágulos en las arterias humanas. Todos los monos tratados con la enzima mostraban mejoras temporalmente positivas, pero bastó con que dos de los simios tuvieran hemorragias nasales, oculares y anales para que el ANMAT le quitase la posibilidad de seguir adelante con sus ensayos. Aquello era... inaceptable. Esa era al menos la palabra que había usado ella. Inaceptable.
En AgroSint, nadie se engañaba con respecto a Lugner, pero Godoy sabía que la agronomía era un sector muy competitivo, para mantenerse competitiva, una empresa de cierto tamaño necesitaba a un individuo como Lugner. Y ella era muy buena en lo que hacía.
—Lore... —dijo Godoy. Su voz sonaba entre dudosa e interrogativa. Era la voz de un chico que, en casa de un amigo, hubiese roto un objeto de gran valor—. ¿Cómo se te ocurre plantear algo semejante?
Lugner nuevamente se apartó un mechón de pelo de la cara. Aquello era más un tic que una necesidad real.
—Te estoy hablando —dijo en voz baja— de hacernos con la propiedad intelectual más valiosa del planeta.
Godoy se le quedó en silencio, con la cabeza ladeada, mirándola como un niño poco brillante.
—Estas psicótica.
Ante la afirmación Lugner sintió que le apuñalaban con fragmento de traición y frunció las cejas en su suave cara de niña.
—Pero... Vos pensabas que yo era la indicada para seguir con esto...
—Y todavía lo pienso —dijo Godoy, apoyando su mano llena de benignas manchas de sol en el hombro de Lugner.
Lugner sonrió ampliamente.
—Te lo juro, sino actuamos ahora nos vamos a arrepentir.
—¿Nos vamos? —dijo Godoy.
—Si. —dijo Lugner—. Vos y yo nos vamos a arrepentir.
Eso hizo que Godoy sintiera un leve sudor frío en la espalda. El simple hecho de que se le relacionara con esa mujer le inquietaba un poco. Estupideces
pensó ¿Qué tan mala podía ser?
—Soy el dueño de AgroSint —dijo Godoy en tono calmo y halagüeño—. No vamos a comprar Waterdrill, ni ninguna otra empresa grande ni pequeña al menos este año. Es un moviente grande y debo estar presente. Y mientras papá no está... —dijo Godoy alzando los brazos como un inspector de tránsito— no se hacen movientes grandes.
Lugner asintió con humildad, aun sonriendo. Se produjo un largo silencio en la oficina revestida de paneles de madera. Nada interrumpía aquel silencio excepto el tic-tac de un gran reloj de caoba instalado al otro lado de la oficina, que Godoy había adquirido en un viaje a Lumpur.
—Lamento que esto tenga que ser así —dijo Lugner agarrando el sobre de papel y extrayendo dos fotografías más que entregó a Godoy. Éste se quedó mirando las fotos en silencio un largo rato. Por segunda vez en su vida, Andrés Godoy, estaba temiendo sufrir un infarto. El corazón le martillaba en el pecho y unas gotas de transpiración le perlaban la frente. Intentó guardar las fotografías nuevamente en el sobre, pero estas cayeron al piso. Godoy sintió que sus piernas ya no eran capaces de sostener su peso. Se dejó caer en su moderna silla giratoria de cuero negro y respiró profundamente.
Las fotos cayeron hasta los pies de Lugner. La primera, mostraba a Andrés Godoy con la cabeza sepultada entre los pechos de una joven de pelo castaño en trenzas. La chica era joven de cara chata y bonita. Esa no era la cara de la mujer del Andrés Godoy.
En la segunda imagen la cabeza de Godoy había bajado hasta el abdomen de la muchacha. Era muy posible que alguien, tal vez Valeria Rinaldi de administración, o Sebastián Moutone de mantenimiento general, hubiesen reconocido a la muchacha como una de las compañeras de escuela de la hija menor de Andrés Godoy.
Con los ojos cerrados, Godoy, se masajeaba el pecho en la zona superior izquierda. Esta mujer...
pensó. Esta mujer está demente
. La punzada que se hundía en su hombro izquierdo no lo tranquilizaba precisamente. En algún rincón de su cerebro, surgió la idea no tan descabellada, de que ese mismo día lo sacarían de allí en una ambulancia con las sirenas apagadas.
Rezaba para que la aureola de dolor no se extendiese hasta la mandíbula.
Lugner se agachó, juntó la fotografía del piso y las metió de nuevo en el sobre para dejarlo sobre el escritorio. Luego se llevó las manos a las rodillas y acercó su delicada cara de juvenil a la de su jefe. La cara de Godoy era ahora la que tendría un niño que se ha despertado al encontrar un gran ciempiés bajo sus sabanas.
Lugner habló en voz baja.
—Estás en problemas.
—Lorena. Me está costando mucho respirar.
—Tengo más fotos. Tengo copias en casa, en el auto, y en la oficina. Y conozco a un par de periodistas que les encantaría descubrir que es lo que hace el próximo gobernador de Ente Ríos los jueves después de las once de la noche. Ahora —dijo Lugner clavándole la mirada—. Escúchame bien hijo de puta. No te vas a morir. No señor. Vas dejar por escrito que aprobás la adquisición de Waterdrill. Después vas a irte derecho a tu casa donde tu repelente mujer que nunca ha salido de una puta cocina en su vida, te va estar esperando con tus repelente hijos que desconocen lo que es una gotera. En la semana, vas a recorrer un a par de barrios de mierda, vas a saludar un par de parejas demasiado jóvenes con demasiados hijos. Vas a ser elegido como gobernador el domingo y te vas a ir a disfrutar de los beneficios de la vida política. Y de vez en cuando... le vas a dar una visita a la amiga de tu hija para meterle tu cabeza en donde vos quieras. Pero mientras tanto... no vas a obstaculizar a los que trabajamos de verdad. Quien sabe, puede que algún día ocupes el sillón de Menem en la Casa Rosada.
Lorena se enderezó, agarró el sobre de papel madera y fue hacia la ventana. El Sol estaba descendiendo, alargando las sombras de los árboles que se proyectaban sobre el estacionamiento a la derecha.
Ahora, Godoy respiraba más pausadamente pero aún no podía articular palabra y seguía masajeándose lentamente el pectoral izquierdo.
—Yo sé— dijo Lugner— que ahora no lo ves. Nadie lo ve. Pero en unas décadas, este país va a ser mío. Estoy pavimentando un camino hacia adelante y vos me vas a ayudar.
Un entremezclado matiz de emociones se había apoderado de Godoy. Aquello era demencial. Pero al mismo tiempo algo de todo eso le recordó a el mismo de joven. Tal vez por eso había elegido a Lugner para encabezar la empresa. Por algo tan caprichoso como que Lorena le recordaba a el mismo. Un último pensamiento pasó por su cabeza como un ave de rapiña que le sobrevolaba: ¿Podía denunciarla por extorsión? Si podía. Podía levantar el teléfono y llamar a su abogado ahí mismo. Pero esto no sería como esa vez en 1972 cuando Andrés volcó la lancha de papá en el río y su novia murió ahogada. En ese entonces nadie hacia preguntas y papá aún estaba allí para poner plata sobre la mesa y sacarlo de apuros. Esa vez la había sacado barata. Evitó la cárcel y la perdonadora memoria colectiva entrerriana, que es excelente para olvidar transgresiones y violaciones de todo tipo en cuanto aparece un tópico más novedoso, pareció dejarlo atrás con toda velocidad. Esta vez sería distinto. El detalle era que, aunque Andrés se veía con varias mujeres distintas al mes, Lugner lo había fotografiado o lo había hecho fotografiar (Godoy sospechaba que lo segundo) con la única de ellas que era menor de edad. Al mismo tiempo había algo extrañamente personal en eso. En su campaña para la gobernación, el entusiasta lema de la lista azul que él encabezaba era: ¡Godoy lo hace en grande! Se imaginó lo interesante que se vería ese lema si apareciera en la portada del Paralelo 32 y tuviese debajo, la foto que acaba de ver.
De la gobernación al registro penal. De las paredes revestidas de madera de la oficina municipal de Paraná, a las resquebrajadas paredes la cárcel para convictos sexuales. La prensa lo destriparía. Y eso le haría la prensa ¿Qué le harían los presos?
La primera foto era mala. Le provocaría por sí sola el divorcio. Que le costaría unos cuantos millones de pesos y eso solo en lo monetario, después vendría la división de campos y animales. Su hija no volvería a hablarle, la chica de la foto después de todo era una de sus amigas. A sí mismo, la primera foto definitivamente destruiría la confianza de la gente y el domingo siguiente, la radical Solange Roldán de la lista amarilla, ganaría la gobernación por aplastante diferencia.
La segunda foto... Esa era la que definitivamente lo sacaría de su amplia cama king-size y lo catapultaría a la cucheta de delgado colchón del establecimiento penitenciario Loretto.
Fue entonces, con una mueca de dolor en su cara debido al pinchazo en su hombro izquierdo, cuando Andrés Godoy comprendió que Lorena Lugner lo tenía agarrado de los huevos.
La voz de Gerónimo Ruada, socio minoritario de Godoy, pareció provenir de algún rinconcito de su mente para recitar una de sus oportunas frases: Acordate Andrés... Lorena no hace jaque, solamente jaque mate
.
Godoy recién estaba entendiendo aquello y de la peor manera.
—¿Quién? —dijo Godoy— ¿Quién sacó esas fotos?
—Ay, olvídate de eso. Olvídate de que existen. Si haces las cosas bien te prometo que vas a tener la vida solucionada —Lugner giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta, antes de salir, se volvió hacia Godoy y agitó el sobre—. No vayas a equivocarte y arruines algo bueno Andrés.
—Las fotos —dijo Godoy— ¿Quién más tiene copias de las fotos?
—No hay razón para preocuparse por eso —dijo Lugner—. Nuestro próximo Gobernador debe tener la mente fresca —Lugner le sonrió como si nada hubiese sucedido y Godoy comprendió que eso era exactamente lo que le recordaba a el mismo de joven. Esa volatilidad. La capacidad de pasar del modo ventas a al modo depredación, con tanta facilidad como si se bajara un interruptor.
Lugner le dedicó una última mirada risueña y lanzó un suspiro.
—Acordate. Necesito tu permiso por escrito para hacer la adquisición.
Godoy se fajó la camisa de nuevo dentro del pantalón. El dolor de si hombro izquierdo había cesado un poco de momento. La miró enarcando la ceja derecha.
—A ver si entendí ¿Me estás pidiendo que te de permiso de comprar una empresa en quiebra para poder aumentar nuestro control de mercado matando campos de la competencia?
—Entendiste todo —dijo Lugner—. Menos una cosa. No te lo estoy pidiendo.
Godoy intento erguirse, pero le fue imposible. Cayo sentado nuevamente respirando, eso sí, con más tranquilidad.
—No te quería hacer pasar un mal momento —dijo Lugner—. Pero así es esto. Lo sabes mejor que nadie. Aplastar o ser aplastado.
Lugner abrió la puerta y salió de la oficina, a esa hora el pasillo que daba a la escalera del hall de entrada estaba vació y solo escuchó el clik-clak de los tacones de sus mocasines de gamuza que salían lo mismo que un auto usado.
Estaba optimista. Los obstáculos se desvanecían rápido cuando uno era práctico. Recordó esa vez que ayudo a su papa a irse. Aunque eso fue un poco distinto. El viejo estaba hecho un vegetal por el cáncer y el hospital no quería desenchufarlo. Lorena que en ese entonces tenía veintiún años, simplemente le dio un empujoncito hacia el otro lado, tapándole la cabeza con una almohada. Solucionado. Nahuel Hidalgo Lugner se lo hubiese agradecido. Por supuesto que sí. El mundo necesitaba más gente que pensara como ella.
Un pensamiento aleatorio cruzó su mente a toda velocidad como un asteroide. No estoy loca
. Reconoció de inmediato la misma línea de razonamiento que había inundado su mente la noche que ayudo a si padre a irse de este mundo. No estoy loca. Por supuesto que no... Esto es lo que debe hacerse. Todos estarán agradecidos
.
Lorena Lugner bajó las anchas escaleras de hormigón de AgroSint y salió por la puerta principal hacia el calor de la tarde. Al salir sonrió de inmediato. Hacia una tarde preciosa. El futuro le esperaba más allá. Poblado de oportunidades. Poblado de cosas buenas.
