Desde 1966, año de publicación, Philip José Farmer nos remite este libro, donde los elementos de lo que será su opus magna, el interesante y dinámico serial EL MUNDO DEL RÍO, empiezan a perfilarse. Es un Farmer, en mi opinión, maduro en lo literario. Tiene la prosa briosa y descarada
, recurre a temas polémicos
, como la sexualidad, el sexo per se, o, en este caso, la antropofagia.
Muestra a un personaje líder decidido que se convertirá en motor de sus parientes, unos humanos semidivinos gracias a viejos procedimientos eugenésicos cuya réplica ya no son, estos sus
beneficiarios, ser capaces de reproducir. Estos autoproclamados Señores (no sé si en inglés se definen Lores, o Masters) se han limitado a explotar los poderosos recursos legados por sus Altos Antepasados (una especie de anti-Éticos del Mundo del Río) para su hedonismo o emplearlos contra de los otros, para conseguir los Cosmos de su propiedad y los mundos que su talento
ha ideado.
Son casi como los melniboneanos. Reinaron siglos merced al vigor de su ambición y el sadismo inherente a su sangre y raza, mas cuando descubrieron que no había más mundos que conquistar, empezaron a replegarse, a carcomerlos la decadencia. Leemos los últimos días de una Raza con la facultad de crear Universos (de tamaño más bien modesto) y esferas habitadas por personas a las cuales tratan ora con crueldad, ora con indiferencia, casi siempre: con desprecio... como Farmer sugiere Dios nos hace.
Antaño, el protagonista actuó así. Empero sufrió una cura de humildad (despojado de sus terrenos y poderes, debió vivir como una de sus
criaturas, con todos sus esfuerzos y limitaciones), y tras recuperar su predio, obtuvo un alma, una noción más profunda del sufrimiento de aquellos a los que gobernaba y había creado. Necesitado, con escrúpulos, no obstante los emplea, aunque bruñendo empatía por ellos, lamentando el dolor de la pérdida de los seres amados, o las duras condiciones, primitivas, de su existencia.
Hastiado de su inmortalidad, ansioso de un juego excitante que le permita vivir con algo de color su longeva existencia, el padre de estos Señores les arranca de sus Cosmos y les prueba mediante una peligrosa contienda en diversos planetas donde los ambientes de vida son tan sorprendentes como su fauna. Ha plagado la competición (recuperar sus Universos) de amenazas mortales. El protagonista, viéndoles sin el soporte de sus poderes quasidivinos, les descubre aún más mezquinos, ruines, inútiles, sanguijuelas, de lo que aparentaban ser.
Dentro de un riesgo extremo, siguen sujetos a sus soberbias y airados narcicismos, el desprecio a sus criaturas. Es este LOS PÓRTICOS DE LA CREACIÓN un documento aventurero entre agnóstico-ateo, que incluye la decadencia, la corrupción personal y las ambiciones desmedidas, cómo quienes con mucho esfuerzo y sacrificio crearon un imperio que sus descendientes, que no lo sienten suyo por no haberlo trabajado, sin embargo no vacilan en dilapidarlo hasta extremos de personal miseria total.
Farmer debe dar la nota
; por tanto, acude al incesto para hacer más picante la novela. También al canibalismo, como prueba más de hasta dónde podemos caer llegadas ciertas circunstancias. No creo, conociéndole
, que P. J. F. tuviera la más mínima-nimia intención moralizante, sino que empleó estos recursos para dar corpus colossus a una narración que, empezando peculiar, atrayente, sigue por la confirmación de que estamos ante el borrador de EL MUNDO DEL RÍO, para acabar con un (precipitado) final estilo deus ex machina que enoja un tanto... lo bastante para lamentar que tuviera, el autor, que actuar así para cerrar su novela.
Es ocio, es aventura, es acción, o sea: todo lo que detesta el lector de la ciencia-ficción española moderna. Prevenidos quedáis.
