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TRILOGIA DE LAS ISLAS
Ángel Torres Quesada
LAS ISLAS DEL INFIERNO LAS ISLAS DEL PARAISO LAS ISLAS DE LA GUERRA
Título original: ---
Año de publicación: 1989
Editorial: Ultramar
Colección: Ciencia-Ficción nº 73 Ciencia-Ficción nº 74 Ciencia-Ficción nº 75
Traducción: ---
Edición: Enero 1989 Febrero 1989 Marzo 1989
Páginas: 330 341 358
ISBN: 978-84-7386- 978-84-7386-515-9  978-84-7386-517-3  978-84-7386-520-3 
Precio: Descatalogado

Tiempo estimado de lectura: 2 min 57 seg

Iván Olmedo

Mi impresión sobre Ángel Torres Quesada es la de que se trata de un escritor muy sagaz. Sagaz porque gracias a ese estilo incomparablemente cercano y desprejuiciado que es el de su literatura es capaz de hacernos creer que cuenta más cosas de las que realmente cuenta. Sagaz porque se atreve a parir auténticas sagas de larga extensión, en un país en el que las sagas de larga extensión brillan por su ausencia. Y aquí puedo volver sobre uno de los temas recurrentes de nuestro mundillo de la ciencia-ficción hispana.

Como el propio Quesada, sin ir más lejos, denuncia en un buen artículo suyo aparecido en el número 4 de la revista Pulpmagazine, los escritores de ciencia-ficción de nuestro país, no sabe muy bien el mismo articulista si por voluntad propia o por imposición ajena, se ven constreñidos habitualmente al pequeño formato, pilotando y llevando a buen puerto en contadísimas ocasiones proyectos amplios, léase novelas, y no hablemos ya de series de novelas. Si esto está cambiando paulatinamente en los últimos tiempos, gracias a las facilidades que da el acceso a Internet y el nacimiento de pequeñas empresas editoras como setas, es otro cantar. Ya veremos. Pero el caso es que sagas, series continuadas o trilogías como ésta... haberlas, haylas, pero pocas. Para el gaditano no parecen existir estas barreras, cualesquiera que sean. Ni vacila ni se arredra ante el reto de escribir páginas y más páginas, poniendo en danza multitud de personajes que se entremezclan y relacionan con desparpajo.

Esta capacidad suya para fabricar una novela tras otra lo han convertido no solo en uno de nuestros autores más prolíficos, sino también en uno de los más experimentados y tenaces en su vocación. Quizás no en estos mismos momentos, pero sí que Quesada ha sido cuestionado reiteradamente, hasta el vapuleo incluso, en tiempos pasados.

Salido del circuito de las novelas de a duro, en el que pocas cosas se cuestionaban, dando por sentada desde un principio la ínfima calidad (en general, lo que no deja de ser un error, a todas luces) del material, el autor continuó en sus trece con obras más personales y largas, con más ambición; puede que su propio espíritu de autor de evasión, por encima de todo, (y además, envidiablemente prolífico) no convenciese a algunos. También es evidente que nunca se puede convencer a todo el mundo.

Pero ya estoy ocupando demasiadas líneas sin tratar esta obra, la llamada Trilogía de las Islas. En esta saga de aventuras interdimensionales e interplanetarias el recurso utilizado por su autor, que otra vez demuestra sagacidad de escritor baqueteado, es el de crear un escenario plural y rico, en el que poder desarrollar sus tramas a gusto. Como en el caso fácil de contrastar de la famosísima saga del Mundo del Río farmeriana, se crea un entorno con posibilidades tan infinitas como la capacidad creadora del autor tenga a bien explorar. Y eso, dependiendo de la predisposición del lector, puede ser considerado tanto un truco barato como una idea genial.

LAS ISLAS DEL INFIERNO comienza con el planteamiento de un misterio mundial, personaje misterioso y algo amenazante incluido, profusamente dialogado y no exento de sorpresas. Si bien este libro es, de los tres, el que deja más cosas en el aire y el que se recrea más en las especulaciones sin respuesta. El narrador protagonista se presenta aquí (el de la aureola amenazante), y entre sus hallazgos más felices está el de las notas de prensa intercaladas entre capítulos, que son tan interesantes en sí mismas como la propia trama. Se dejan caer, así, pistas y datos que conducen a un final irremediablemente cortado en un momento álgido; no olvidemos que estamos ante una obra de más de mil páginas en su conjunto.

Sin tiempo para coger aire, LAS ISLAS DEL PARAÍSO se abre con una escena trágica que nos introduce en la acción con pocas sutilezas. Algunos nuevos personajes de gran importancia posterior entran en la obra, las notas de prensa desaparecen (repetir el mismo efecto hubiera sido algo excesivo), se continúa la exploración del fantasioso mundo en el que se desenvuelve la desenfrenada acción, y, para cuando hemos llegado a este punto, los personajes nos son ya totalmente familiares, gracias sobre todo al magnífico toque de Quesada para los diálogos directos y naturales. Y para el ajetreo constante, el continuo salto de unas escenas a otras, sin dar tiempo al estancamiento.

El maremágnum absoluto llega con LAS ISLAS DE LA GUERRA, un compendio dislocado de ideas y explicaciones, de casualidades tan increíbles que rizan el rizo, de escenas en las que intervienen decenas de personajes y de nuevos misterios que, al intentar ser iluminados, traen las sombras de más misterios. Quizás se trata de un desenlace algo precipitado, quizás Quesada ha hecho estallar en un puñado de páginas lo que necesitaba de un buen puñado más, pero... ahí está WYHARGA, continuación de la saga, editada por Miraguano, que no entra en esta reseña.

A pesar de todos los peros que se le puedan achacar (es fácil sacar la lupa y ejercer de buscadefectos, un deporte demasiado extendido) hay que hacer notar que, sobre todas las cosas, la Trilogía de las Islas es una obra sumamente entretenida. Entre lo malo podemos hacer notar la reiteración en la que Quesada cae en ocasiones, fruto de ese espíritu convulso que parece que lo domina al redactar; o el excesivo desmelene sin freno de bastantes páginas del último volumen de la trilogía. Pero poquísimo más, a mi juicio. Sin paliativos, estamos ante una obra de descarado espíritu pulp, donde convergen las razas alienígenas en lucha, los misterios que se desgranan lentamente, algún efectismo inocente, la acción por la acción, la fantasía aventurera sin tapujos y, no me cansaré de repetirlo, un manejo de los personajes envidiable en su naturalidad. Es sumamente necesario que existan autores de este tipo en nuestras letras, gente que no dude en crear aventuras de ciencia-ficción ligera en las que el movimiento constante y las relaciones entre caracteres sean piedra angular y que, además, estén aceptablemente escritas.

Quesada, con su experiencia, ya lo tiene casi todo ganado a estas alturas. En nuestro mundo pequeño de filias y fobias, él es una referencia constante. Pero, guste más o guste menos, el mérito que tiene su perseverancia no deja de ser una virtud de lo más envidiable.

© Iván Olmedo, (1.062 palabras) Créditos
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Álvaro Carrión de Lezama

LAS ISLAS... o de cómo un autor puede pervertirse hasta no parecer él mismo.

La Trilogía de las Islas, comienza con LAS ISLAS DEL INFIERNO, donde se traza un planteamiento sorprendente y novedoso: imaginemos que, por medio de alguna perversión espacio-temporal, trozos de nuestro mundo desaparecen y son suplantados por otros, que pasan a ocupar el espacio que ocuparon aquéllos. Los trozos del otro mundo que quedan a cambio de los que desaparecieron son eriales rocosos, sin vida, que no aportan prueba alguna de su procedencia.

Nadie sabe qué puede estar ocurriendo, o si habrán más intercambios, ni cuándo, ni dónde. Entre la población (ya sabemos que el ser humano se adapta con rapidez a los cambios) se comienza a albergar la esperanza de que no se vuelva a producir ningún intercambio más. Pero, aunque la tensión parece remitir, se vive en una intranquilidad permanente: tal vez mañana te toque a ti, con la población y los gobiernos alterados, sin saber qué ocurrió o dónde fueron a parar los trozos desaparecidos de nuestro mundo.

Este planteamiento inicial me gustó: estaba ante algo nuevo, diferente, seductor. Y la primera de las novelas de la trilogía es, por eso, la mejor (perdón, la única aceptable): mantiene el interés del lector porque desarrolla el planteamiento inicial, y da respuestas a algunas de las preguntas cruciales. Aunque no brillaba en estilo, sí en cambio en su argumento. Más que suficiente.

Aquí es dónde me pregunté: ¿Para qué continuar escribiendo más? Déjalo como está, Torres Quesada, haz un final bonito (tú sabes) donde despejes algunas de las interrogantes, pero permanezcan otras sin resolver. Termina la novela, en definitiva, como debe ser terminada: sin dar todas las respuestas. Deja que el lector termine a su modo la novela, hazle usar la imaginación. Plantéale varias posibilidades, que él escoja.

Porque, en ciencia-ficción, suele ocurrir un hecho curioso, pero lógico: aquellos autores que se empeñan en intentar explicar demasiado sus planteamientos fantásticos, acaban destrozándolo todo. ¿Por qué ese empeño en explicar lo inexplicable? ¿De qué estamos hablando, de una novela o de un tratado científico?

Con este ánimo proseguí la lectura. Pero, lejos de encontrarme respuestas (como era de prever) me encontré con más interrogantes y, sobre todo, con un argumento que se embrollaba a cada página. Comenzaron a aparecer personajes imposible e inútiles, que se metían en unos líos estúpidos y sin sentido.

Y comenzaron (¡horror!) las aventuras de los personajes en el mundo donde fueron depositados, se encontraron con otros personajes (algunos terrestres, otros no), que también habitaban aquel planeta... un duelo de despropósitos que culmina con el intenso y apasionado amor platónico que el protagonista (un terrestre, español para más señas, y antiguo colaborador de los GAL, sí, en serio), siente por una alienígena también arrancada de su planeta y obligada a acabar sus días en aquel erial pedregoso. Ahí me dije: ¿Qué coño estoy leyendo?

Porque resulta que aquel amor imposible es la motivación principal del protagonista. Todos sus actos (ridículos e infantiles, por otra parte), se deben a su enamoramiento. Resultan patéticas sus escenitas de celos o cómo se juega la vida, y las de los demás, por hacerse el machote.

Y en esto, aparecen los malos (unos alienígenas malos, pero malos de verdad). Y aparecen porque sí: porque malos hay en todas partes (de hecho, varios terrestres lo son), y más en aquel planeta. Y comienza la guerra.

No quiero continuar. No merece la pena hablar más del asunto. A estas alturas, el planteamiento inicial (aquel tan interesante, ¿recordáis?) se halla perdido en el marasmo de aventuras y desventuras interplanetarias en que se ha convertido el argumento. Y, acabando la tercera novela, el autor intenta explicarlo todo en otro embrollo new age que ni él mismo parece entender. Un desastre. Cuando terminé la última línea de LAS ISLAS DE LA GUERRA dije: ¡Por fin! Y eso no es bueno que ocurra con ninguna novela. Y menos con una de ciencia-ficción aventurera.

© Álvaro Carrión de Lezama, (662 palabras) Créditos
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