
En ocasiones se quiere tomar esta novela de Naomi Mitchison como precursora de la ciencia-ficción de corte feminista. No diría yo tanto. Si bien es cierto que durante toda su vida Mitchison mantuvo una actitud combativa al respecto, en MEMORIAS DE UNA MUJER DEL ESPACIO se centra en el papel de la maternidad y el sexo más allá de las convenciones de su época. Proyectar las experiencias de Mary, la protagonista, varios siglos adelante le permite experimentar con toda libertad sobre estos temas sin que ello suponga un escándalo superlativo.
Es el futuro, amigos.
La escribió además con casi sesenta y cinco años, lo que además de remitirnos a la famosa frase de Kathy Bates en TOMATES VERDES FRITOS, le aporta el valor de la experiencia y la sabiduría, ella misma tuvo cuatro hijos, así que algo sabía del tema. Otro punto fuerte es que, pese a su dilatada actividad política, la formación de Mitchison era de carácter científico, su propio padre era fisiólogo, de modo que el rigor al respecto marca de forma constante la narración.
Con todo ese bagaje, MEMORIAS DE UNA MUJER DEL ESPACIO es cualquier cosa menos la típica novela de ciencia-ficción. Se sitúa en un futuro indeterminado en el que los viajes espaciales son algo común y corriente. Mitchison no menciona apenas los artefactos que transportan a Mary ni la tecnología que los impulsa, en la línea de Vance funcionan, y muy bien
, su verdadero interés está en construir esos fantásticos alienígenas e imaginar como son sus vidas, como se reproducen y como se puede articular la comunicación con ellos.
Mary es científica y exploradora, posee cierta habilidad telepática que le permite comunicarse con cualquier ser vivo más o menos inteligente, en algún caso de forma tan íntima que hasta se queda embarazada de unos de ellos. O algo así, Mitchison sabía más que de sobra que una fecundación cruzada era básicamente imposible, así que resuelve el asunto mediante la activación
de uno de sus óvulos durante un muy particular encuentro, y de ahí surge Viola, humana haploide que, en esencia, no deja de ser una copia de ella misma.
En otro experimento, le injertan tejido alienígena en la piel, que crece y crece, e incluso llega a ponerle nombre: Ariel, y con el que tiene una muy particular e intensa relación maternofilial. Finalmente Ariel se desprende, pero no es capaz de sobrevivir por si mismo y acaba muriendo lo que causa gran pena a Mary, y genera por parte de Mitchison una buena cantidad de reflexiones sobre el significado de la maternidad.
Otro punto interesante de la novela es que la dilatación temporal es casi otra protagonista de la misma. Las velocidades relativistas de los viajes de Mary implican que a la vuelta de cada expedición se encontrará con una Tierra radicalmente distinta a la que dejó cuando se fue. Basta imaginar un deslizamiento
de veinte años. En el 2000 ya había pantallas planas y teléfonos móviles, hasta Internet, pero ni de lejos plasmas
de 50 pulgadas en prácticamente cada casa, teléfonos inteligentes, y mucho menos Twiter ni Instagram, por no hablar de TikTok. Lógicamente la autora se centra en otras cuestiones, como encontrar a sus hijos, ya de su misma edad relativa, convertidos en atractivos candidatos a pareja sexual. La preocupación por el incesto y la resolución de ese tipo de conflictos también se apuntan y resuelven en la novela. Este es un aspecto curioso de la vide de Mary puesto que, independientemente de que su actividad sexual sea más o menos activa, decida conscientemente tener hijos sabiendo que su profesión la va a tener alejada de ellos en más de un sentido.
Con todo la novela es fría. Los encuentros con los alienígenas, aunque en casos perturbadoramente tórridos, son descritos con la precisión científica que se espera de una exploradora que, además, debe atenerse a estrictas normas sobre de la interferencia en la cultura y costumbres de las civilizaciones que visita. En realidad, y como el propio título indica, tiene más de diario de viajes con episodios independientes que de narración novelada. El estilo, traducción mediante, resulta pulcro y eficaz, y con un cierto tono a charla distendida en la que nuestro interlocutor nos narra cuestiones de un cierto interés, si bien entreveradas con sus propias reflexiones.
Si no se disfruta de estas narraciones donde el autor despliega la imaginación construyendo seres y civilizaciones a cual más chocante, puede que MEMORIAS DE UNA MUJER DEL ESPACIO llegué a hacerse algo plomiza, pero tampoco es demasiado larga, y creo que merece la pena darle una oportunidad, hay que pensar que para su época era una novela realmente audaz, muy alejada de los estándares habituales en el momento, en cierto modo precursora de la Nueva Ola, aunque su carácter pese a todo hard, también la aleja de los excesos estilísticos y alucinógenos de los discípulos de Moorcock.
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Publicado originalmente el 12 de julio de 2020 en www.ciencia-ficcion.com