
Nunca me han gustado los tochos. Estirar la historia más allá de su desarrollo natural solo es posible a base de insertar episodios que nada tienen que ver con el argumento principal de la novela, o con digresiones que van desde estampas relevantes
de las vidas de los personajes hasta dar vueltas al mismo tema enfocándolo desde cuatro puntos de vista distintos... que terminan por no aportar nada interesante a lo ya dicho hasta el momento, y que podándolas adecuadamente dejarían el libro a la mitad, si no menos, sin quitarle ni un ápice de sentido, y ganando en comprensibilidad y agilidad.
En general, el argumento de EL OJO DEL ARTISTA es interesante, Eric, un joven pintor muerto de hambre se topa con Nadine, una rica mecenas fascinada por su habilidad para pintar paisajes de planetas extraterrestres, y que se los compra a muy buen precio. De la relación comercial pasan a la personal, y acaban convertidos amantes y pareja. Nadine solo impone una condición: que Eric respete sus rarezas y su intimidad. El pintor, como buen mono curioso, no se resiste a meter las narices donde le han dicho que no debe, y poco a poco descubre detalles inquietantes de su protectora, hasta que finalmente se ve envuelto en una conspiración de un nivel que ni se hubiera imaginado en sus peores pesadillas.
Este tipo de tramas, bien llevadas, nunca suelen defraudar, sin embargo Jorge Munnshe se ha decantado por bucear en la psique de los personajes desnudándolos hasta extremos impúdicos, y cuando hablo de impudicia no me refiero a los pasajes de sexo explícito que salpican la novela, sino a ahondar en lo más íntimo de sus pensamientos hasta el extremo de no dejarse nada sin revelar. Particularmente tanta profundidad me incomoda, tengo un cierto respeto por la vida privada de mis semejantes, y considero que solo lo que el interesado me cuenta es de mi incumbencia, y con reservas. Así que desarrollos de este estilo se me hacen muy cuesta arriba, por muy personajes de ficción que sean. Si a esto se le añade que se insiste en los mismos temas una y otra vez, muchos pasajes acaban por hacerse monótonos y repetitivos.
Otro efecto de esta minuciosidad es que partes que se suponen dinámicas se ven interrumpidas continuamente para dar cuenta de las reflexiones de los personajes, eso hace que el progreso se haga poco satisfactorio, más cuando hay otras escenas en las que la acción se desarrolla de forma bastante ágil y donde Munnshe demuestra dominar perfectamente el tempo de la acción, de igual modo, el excesivo detalle descriptivo en sucesos que se suponen frenéticos, los convierte en plomizas enumeraciones de tecnologías, artefactos y armamento, cuando el interés principal no es cuantas patas tiene tal o cual robot, sino en el desenlace del episodio.
Tampoco hay excesiva atención por los personajes secundarios, incluso a los que de inicio se da un papel relevante, que desaparecen cuando todo en la novela pide una nueva interacción. El ejemplo más desconcertante es el de Vincent, mentor y personaje clave para entender a Nadine, desaparece sin dejar rastro en un momento en el que la lógica del relato lo reclama para un encuentro final que aclararía muchas cosas y daría opción a cerrar de forma satisfactoria algunos detalles que no quedan del todo bien resueltos, como la extraña habilidad de Eric para pintar sus paisajes y las verdaderas implicaciones de ello. En vez de eso Jorge Munnshe se decanta por meter a Eric y Nadine en una vorágine de sexo desbocado cuyo objetivo no he terminado de entender muy bien.
Lo del sexo a todas horas, de Nadine se entiende, de Eric... bueno, es joven y puede aguantar firme unas cuantas horas, pero una actividad tan frenética resulta sorprendete. También se hace muy extraño que alguien de la naturaleza de Nadine se sienta atraído sexualmente por alguien como Eric, por mucho condicionamiento al que se haya sometido, es una idea que no deja de estar presente y hace poco creíbles estas hazañas.
El libro también sufre del mal de altura. Una obra tan larga no solo implica un largo proceso de escritura, sino que también necesita de otro periodo no menos prolongado de revisión y corrección. EL OJO DEL ARTISTA acaba resintiéndose en su último tercio (algo antes, quizá) de lo que parece ser el cansancio y las prisas por acabar el libro. Ya no es sólo las largas digresiones, las reiteraciones y el trabajoso progreso de la acción, el estilo también acaba por ser poco depurado y más digno de un borrador que de una obra acabada.
La verdad es que enfocado de otra manera la novela hubiera sido francamente interesante. La progresión en el descubrimiento de la naturaleza de Nadine, aunque resulte obvia, esta bien resuelta, las posteriores peripecias de Eric, y sobre todo Nadine, llegan a resultan muy interesantes, los manejos de Vincent y sus ayudantes también resultan atractivos, sin embargo, como ya he comentado, todo se ve truncado una y otra vez por la naturaleza discursiva del relato, en algún momento todos los personajes se lanzan perorar dejando lo atractivo para más adelante, con lo que acaba perdiendo el interés.
Otro detalle que también acaba por hacerse casi engorroso es la omnipresencia de la avanzada tecnología de la que se valen Nadine, y sus enemigos. Llega un punto en que los deus ex machina se hacen demasiado comunes.
Por acabar, novela con un argumento interesante pero lastrada por la visión elegida por el autor, además su gran extensión juega en su contra, con los mencionados problemas de estilo y la gran cantidad de pasajes que no terminan de ser relevantes para su desarrollo.
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Publicado originalmente el 28 de junio de 2015 en www.ciencia-ficcion.com
