
Se da la circunstancia de que en estos momentos estoy en proceso de leerme de cabo a rabo los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, y hete aquí que me encuentro con este ejemplo castizo y carpetovetónico de ciencia-ficción galdosiana. Aunque al bueno de don Benito no le tembló el pulso a la hora de describir lo más lumpen, cutre y despreciable de la España de la época (además, por supuesto, de las más altas virtudes de abnegación y heroísmo) también transmitió con ese estilo suyo, tan peculiar, un cierto aire romántico de estampa grabada por Gustave Doré. Algo entre mugriento y oscuro, una España a medio camino entre la Gloria del Imperio y la absoluta decadencia, que sin olvidar un pasado eminente, es incapaz de darse cuenta de que la imagen que da es la de la pobreza, la picardía, el gitaneo y la división en múltiples banderías. Imagen, por cierto, que seguimos en proceso de sacudirnos de encima con resultados y en la que se progresa, no siempre todo lo adecuadamente que sería deseable.
Ramón San Miguel toma parte de esa España cañí y nos sitúa a un ambiente de flamencos y señoritos de juerga, en el que la maestría de un guitarrista, Paquito de Cádiz, asombra a todos por igual dejando un rastro de tristeza y nostalgia en todos los que le escuchan tocar. Tanto virtuosismo atrae las curiosidad de Félix Camporreal, un de esos señoritos madrileños que ya conocía de antes a Paquillo, y que se sorprende ante sus nuevas habilidades, porque el guitarrista que conocía él no era, ni de lejos, el portento que acaba de redescubrir.
Como es habitual en sus relatos Ramón San Miguel juega con elementos muy comunes, incluso dentro del género para acabar dándole a todo una vuelta de tuerca, yendo un poco más allá de lo que el lector podía esperar. DUENDE no es quizá uno de sus relatos más sorprendentes, a poco que el lector tenga experiencia en el género irá imaginando el probable final. En este caso se trata más del escenario y el estilo, como digo galdosiano y, porque no, incluso en la línea de las Leyendas de Gustavo Adolfo Becquer, lo que hacen de la historia algo original. Mencionado el estilo, hay que reconocer que Ramón San Miguel mejora con el tiempo, va puliendo las asperezas de sus primeros escritos y sus relatos se tornan más cuidadosos y consistentes.
Nota del SdCF: A partir de aquí hago referencia a la primera edición de Alfa Eridani

Mención aparte está la flexibilidad que la edición electrónica proporciona a la hora de sacar al mercado obras de longitud muy diversa por, prácticamente, el mismo esfuerzo. El trabajo en la portada, de querer incorporar una llamativa (como es el caso), es el mismo, el de maquetación solo supone algo más de tiempo por la manipulación de textos largos, y únicamente la revisión y edición se ve realmente afectada por la longitud del texto. De ese modo, se pueden vender individualmente relatos de una extensión razonable (con los demasiado cortos habría que valorar si no es más conveniente agruparlos) sin que la relación precio-coste de producción sea un obstáculo. Bien es cierto que se han publicado en un único libro cuentos largos, casi novelas cortas, (mucha de la producción de Conrad, por ejemplo) pero no es la práctica habitual. Lo que si deben tomarse en serio los editores de libros electrónicos es el maquetado de los mismos. Se supone que un libro electrónico tiene como destino principal ser leído en un lector de libros electrónicos, y hasta ahora, ese detalle no parece ser tenido en cuenta, por ejemplo, el PDF de DUENDE está dimensionado en A4, ideal para imprimir o leer en la pantalla del ordenador, pero no todos los lectores son capaces de manejar los PDF de modo que su lectura sea cómoda. Lo ideal sería ofrecer varias versiones del libro para cubrir las distintas necesidades.
También es necesario recordar a los editores que se está pagando por esos libros. Márgenes, cabeceras, división de palabras, tipografías, todos los detalles que hacen del libro tradicional un objeto de calidad deben mantenerse en el libro electrónico para considerarlo de calidad. El esfuerzo para lograrlo ya lo hace en las ediciones en papel, y si hasta un aficionado como yo es capaz de ofrecer productos dignos, cualquier profesional (o que pretenda cobrar como tal) no debe tener problemas para ofrecer algo como mínimo similar cuando no mejor.
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Publicado originalmente el 2 de enero de 2011 en www.ciencia-ficcion.com