
Un poco abrumados por las alargadas sombras de Verne y Wells, y ya definitivamente abducidos por la ciencia-ficción de origen yanki, tendemos a olvidar que el género se ha cultivado con más o menos intensidad e interés a lo largo y ancho del mundo, al menos del mundo tecnificado desde que la máquina es máquina.
De cuando en cuando se nos recuerda, gracias a ediciones como esta, que el género ya tenía carta de naturaleza incluso antes de que Hugo Gernsback lo bautizara allá por 1926, y que incluso conceptos y formas de entenderla que parecieron revolucionarias allá por los años 60 ya estaban presentes desde mucho tiempo antes. En ese sentido, LESABÉNDIO resulta especialmente rompedora con los moldes que constreñirían el género durante los años centrales del siglo XX. Por lo pronto no es una novela de aventuras, aunque de por si la formidable construcción de los pallasianos sea toda un acontecimiento extraordinario, por no hablar de que Scheerbart, muy lejos de la posterior influencia de los pulps americanos, concibe su historia como una alegoría de la fiebre del hierro que durante todo el siglo XIX había llenado Europa de estructuras cada vez más grandes con el punto culminante en la Torre Eiffel.
Otra cuestión sumamente interesante es que Scheerbart se molesta en imaginarlos muy lejos del antropoformismo formal y describir el ciclo vital de los pallasianos, si bien esquemático y dejando algunas preguntas en el aire, pero les da una consistencia como especie que al cabo, y pese a lo alejado tanto de su morfología como de su ciclo vital de nuestra experiencia habitual, los hace muy cercanos como personas
, tal y como Scheerbart los describe regularmente.
Scheerbart sitúa su historia en Pallas, uno de los mayores asteroides del sistema solar, a efectos narrativos acompañado de su cabeza, un pequeño asteroide del que le separa una nube lechosa que los pallasianos nunca han podido atravesar y que consideran un misterio inescrutable.
Los pallasianos llevan una vida realmente agradable, dedicados a la arquitectura, la ingeniería, al arte, la jardinería y las observaciones astronómicas, Lesabéndio, o Lesa como se refiere a él en gran parte de la novela, es lo que se podría llamar un ingeniero con inquietudes de astrónomo, su incasable observación del espacio gracias a las extraordinarias cualidades visuales de su especie, le hace preguntarse una y otra vez por cómo es el universo y porque son tan particulares los seres que lo habitan. Los pallasianos han llegado incluso a viajar en ocasiones a la Tierra, aunque su peculiar conformación los hace invisibles para la humanidad. En uno de esos viajes, Lesabéndio llega junto a Biba, el folósofo, a Quikkoi, un pequeño asteroide desde el que tiene una vista bastante novedosa de Pallas, la nube y su pequeño acompañante, y tiene una revelación: vistas las proporciones es posible construir una torre con la que alcanzar desde la cabeza desde Pallas a despecho de la espesa nube que las separa.
Los pallasianos acogen con entusiasmo el proyecto y comienzan la construcción de la torre aunando esfuerzos, por un lado Peka se encargará de los basamentos de la torre, Dex extraerá el acero kaddimohn que la dará forma, Sofanti la cubrirá con la extraordinaria piel que fabrica para protegerla, Manesi la llenará de fantásticos jardines para dar de comer a los miles de constructores que serán necesarios para elevarla. Cada pallasiano aportará su esfuerzo y conocimiento para que el sueño de Lesabéndio, y en cierto modo también el suyo, se haga realidad.
Sin embargo, y pese al entusiasmo inicial y el buen ritmo de las obras las cosas no son tan fáciles, Peka se entristece cuando más que el valor artístico de sus cristales lo que se necesita es su solidez para apoyar la gran estructura, Peka no se siente cómodo con el vertiginoso ritmo de extracción que amenaza con agotar todo el acero kaddimohn de Pallas, Sofanti se ve desbordado por los requerimientos de su piel, que se ve obligado a reforzar una y otra vez debido a las pésimas condiciones que rodean la torre, cada vez más alta, los jardines de Manesi son dados de lado porque suponen un peso extra que pudiera hacer peligrar la torre. Finalmente los trabajos siguen adelante aunque con desgana, incluso Lesabéndio pierde en ocasiones la ilusión por averiguar que es la nube y que hay más allá de ella. Pero si algo son los pallasianos son persistentes, y la torre finalmente se acaba, pese a todas las dificultades.
Está claro que a Scheerbart le preocupaba la megalomanía que impulsaba ciertas construcciones humanas (el caso de la Torre Eiffel es paradigmático) de una utilidad más que cuestionable y necesidad casi nula. Pero incluso dentro del utilitarismo, la total falta de sensibilidad de los constructores que empezaban a despreciar cualquier detalle que no fuera estrictamente funcional abandonando todo requerimiento estético (que culminó en la Bauhaus, aunque si bien haciendo del diseño un arte en si) el paulatino desencanto de los diversos especialistas pallasianos con el progreso de la construcción e incluso las dudas de Lesabéndio van dando cuenta de ello.
Tampoco es una lectura fácil, la narrativa de hace cien años tenía otros referentes y el estilo de Scheerbart, aunque preciso en la mayoría de las ocasiones, peca más bien de esquemático y muchas veces de reiterativo. Además los esfuerzos de Scheerbart por pintarnos un escenario a la vez extraño y comprensible hacen que se pierda el foco sobre lo que relata, sobre todo al final, cuando Lesabéndio entra en comunión con el cosmos y todo se hace un tanto confuso. Tampoco ayuda que las proporciones de la torre no cuadren entre lo proyectado y lo descrito, no lo he sumado, pero de las diez millas de altura dan la impresión de ser unas cuantas más en vista de los ciclópeos segmentos que levantan poco a poco los pallasianos, y hablando de millas, desconcertante también la mezcla entre sistema métrico e Imperial que se encuentra en las páginas de la novela.
Interesante curiosidad, en todo caso, que sirve de buena muestra de que la ciencia-ficción alcanzó realmente su madurez mucho antes de su fecha de nacimiento, y que no hubo que esperar a los experimentos de los 60 para que demostrara todo su potencial para proyectar el presente en diversos escenarios con fines algo más que puramente escapistas.
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Publicado originalmente el 15 de febrero de 2015 en www.ciencia-ficcion.com
