
La influencia de Alfred Jarry está presente en la prácica totalidad de la obra onírica de Vian. Toda la patafísica que se destila de UBÚ REY se transfiere casi sin transformación a las novelas y relatos de Vian, y LA HIERBA ROJA no es menos. El desquiciado desfile de las autoridades municipales, la bajada a los infiernos húmedos en una noche de juerga desquiciada, el lastimoso deambular del Senador (un perrote grande y fácil de conformar) dibujan un escenario que va de lo surrealista a lo directamente absurdo.
Dejarlo todo en el escenario sería un error. La ambientación ayuda, pero no lo es todo. Vian cuenta en LA HIERBA ROJA dos historias tan distintas como imbricadas. Por un lado la construcción de una fabulosa máquina por parte del ingeniero Wolf, con el apoyo del mecánico Lazuli, y por otro las historias de amor paralelas de Wolf con Lil y de Lazuli con Floravril.
La máquina en si misma es pura locura: un a modo de ingenio de psicoanálisis que lleva a Wolf al pasado, a enfrentarse con los fantasmas de su niñez: curas, maestros, oscuros funcionarios, desfilan haciendo que Wolf rememore las experiencias que le marcaron más profundamente e interrogándolo sobre las enseñanzas (o no) que extrajo de aquello. Sin embargo la máquina no ayuda: todo lo que se revive dentro de ella se olvida al salir, de modo que cada uso culmina en una acumulación de frustraciones para Wolf.
Las historias de amor de los esforzados constructores con sus respectivas parejas son al tiempo dulces, relajadas y obsesivas. Lil y Floravril mantienen una evidente complicidad pese a que sus hombres son cualquier cosa menos fieles y los cortejos mutuos se suceden aquí y allá. Sin embargo, es esa amistad la que prevalezca sobre todo lo demás.
LA HIERBA ROJA es una novela sobre obsesiones, la de Wolf con su máquina, la de Lazuli con sus propios espectros, en cierto modo no deja de convertirse en una fábula con moraleja que enseña que debajo de lo superficial hay algo más, en lo que nos rodea se encuentra la verdadera esencia de la vida y que de no verlo, esas obsesiones acaban por marcar el ritmo vital, dejando el camino abierto a desengaños cada vez más amargos.
Curioso el contraste entre el ánima mecanicista de la máquina y el escenario elegido por Vian para su fábula. La racionalidad de la máquina se asienta sobre hierba roja. Incluso los alrededores de la casa de Wolf y el propio pueblo son lugares que van de lo conmovedoramente encantador por lo absurdo, a lo ruin y brutal. El propio concepto de máquina resulta contradictorio. El objeto como tal (preciso, resistente, implacable) produce toda una serie de elementos quiméricos que desquician a Wolf.
Una de las novelas más inquietantes de Vian, en la que se muestra lo más desnudo del alma humana y a la vez que todo puede resurgir aún estando abocado a la catástrofe.
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Publicado originalmente el 21 de octubre de 2007 en www.ciencia-ficcion.com