
Se pueden decir muchas cosas negativas de una novela; que esté mal escrita, mal estructurada, mal desarrollada, mal planteada, mal terminada, mal editada y casi cualquier mal mayor o menor, pero si la novela ha cumplido finalmente con el que debería ser objetivo principal de toda novela, que es el puro y simple entretenimiento y hasta un buen rato de evasión, (otro tipo de consideraciones deberían ser vertidas en sesudos ensayos y tratados especulativos) la novela se puede hasta recomendar con reparos como pasarratos circunstancial.
Pero cuando de una novela se dice que es aburrida ningún otro tipo de consideración puede salvarla, ni edición cuidada, ni estilo preciosista, ni argumento interesante, nada, en absoluto, permite sugerir su lectura. Y de SOMBRAS DE UN MISMO SOL puedo decir, sin reparo alguno, que es uno de los tostones más aburridos que he intentado, porque sólo he llegado, y con gran esfuerzo, a la página 140, leer últimamente.
La premisa de la que parte da opción a pensar que puede tratarse de una buena aventura con una cierta patina de reflexión social y esas cosas que son tan del agrado de cierto público. El caso es que en un planeta llamado Kalabor, en un futuro indeterminado, se han reinstaurado las luchas de gladiadores en todo su esplendor. Para que el espectáculo no provoque malas conciencias se disfraza como un escalofriante pero inofensivo espectáculo dramático, en el que se asegura que la sangre que fluye sale de bolsas hábilmente camufladas, los miembros amputados no son más que prótesis falsas y los muertos no hacen más que interpretar una farsa largamente ensayada. Nada más lejos de la realidad, sangre, amputaciones y muertos son reales, y sólo la casualidad lleva a uno de los periodistas que cubren el evento a descubrirlo y embarcarse en la denuncia de las atrocidades de aquel nuevo circo romano, y así, junto a un grupo de paniaguados bastante particular, se dirigen al rescate de una de las gladiadoras, de origen humilde y marginal, a la que la vida ha tratado muy malamente convirtiéndola en una implacable asesina.
Hay aquí mimbres más que suficientes para desarrollar una trepidante novela de intriga y aventuras, pero no, el autor se enreda en el palabreo del adjetivado indiscriminado reduciendo el ritmo de la narración al de un mantra no demasiado entusiasta. Hacia tiempo que no me encontraba con un ejemplo tan claro de la confusión entre calidad y cantidad, e insisto, que no es lo mismo cantidad literaria que calidad literaria, hay que estar muy bien dotado literariamente para adosar un adjetivo a cada sustantivo y salir airoso del intento. De lo contrario lo único que se consigue es una pesada y empalagosa cantinela que introduce en el proceso de lectura tal cantidad de ruido
que se acaba, como fue mi caso, por dejar de lado y dedicar el tiempo a lecturas más atrayentes y menos enrevesadas.
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Publicado originalmente el 24 de agosto de 2003 en www.ciencia-ficcion.com