
Atontados como parecemos estar habitualmente por la prestante imagen literaria de ese antihéroe narigudo y guasón llamado Cyrano, quizás olvidamos por sistema, y hablando un tanto generalmente, la existencia del Cyrano de Bergerac real, una verdadera persona, un auténtico ser... un literato nacido en París en el año 1619. Hay que reconocer, no obstante, que el francés nunca ha sido autor excesivamente publicado ni leído; que su obra no se ha popularizado en nuestros días ya que es, al parecer y en su conjunto, ejemplo claro del afán didáctico-lúdico propio de los intelectuales liberales de su época: unas cartas filosóficas por aquí, una obrita de teatro por allá, un texto político por allí, un relato fantástico más acá... un paradigma, ya digo, de la labor intelectualizante y denunciante (de visión global) que se estilaba más en siglos pasados; nada que ver (o poco) con la eclosión de la fantasía per se que se produjo en la literatura del siglo XIX en adelante. Por tanto, es Cyrano un clásico con todo su derecho, aunque un clásico eclipsado por antecesores y contemporáneos y, sobre todo, eclipsado por su contrapartida inventada, el espadachín melodramático de teatro y, más acá en nuestros tiempos, cinematógrafo.
Con todo, la obra más conocida del autor y que más nos puede interesar desde variados puntos de vista, es este LOS ESTADOS E IMPERIOS DE LA LUNA, comúnmente considerado precursor claro de la novelística de ciencia-ficción, o mejor dicho, de todo un género como es la ciencia-ficción, tan vasto él. He de consignar mi contento, y no esconderlo, al haber encontrado siquiera un ejemplar de esta obra, aún no siendo una edición precisamente modélica ni vistosa; sino una especie de fascículo barato de prensa con papel pulposo, publicidad del cortinglés y numerosas faltas ortográficas en el interior, todo lo cual le resta mucho del encanto que tendría una obra bien editada, pero, en fin, el contenido está ahí.
Se acerca uno a la novelita con la frase impresa en su cabeza tras tantas referencias y alusiones: esta es una de las primeras novelas de ciencia-ficción de la Historia... viajes espaciales, aventuras... ¿qué me voy a encontrar
? Metido en materia lo que uno se encuentra es... lo que de buen principio y sin ideas entresacadas de lo dilucidado por anteriores estudiosos del género debería esperar encontrarse: un texto de filosofía socarrona pasado por el tamiz de la elucubración fantástica (lunática, evidentemente); ni ciencia-ficción hard del siglo XVII, ni space opera de capa y espada... tan solo lo que cabría esperar de un autor de las características y época de Cyrano. Si bien el escenario de sus andanzas es la Luna, tanto da que se hubiese llamado Liliput, Jauja o País de Oz... el decorado de la obra es la mera excusa para expresar las ideas. Cyrano, el personaje, contempla la Luna y comienza a (algo tan propio de él) hacerse preguntas. Inmediatamente su deseo es hallar un modo de ascender hasta el plateado astro, ojo del cielo, y conocer por sí mismo si aquel satélite es un capricho de los dioses o, como cree intuir, un verdadero mundo separado del nuestro. Los métodos científicos o racionales para elevarse fallan, son las ideas supersticiosas del conocimiento popular las que consiguen, precariamente aplicadas, que el protagonista vuele imposiblemente hasta llegar al astro. Lo que allí se encuentra no es, ni más ni menos, que un espejo deformado de nuestros usos y civilización; para los selenitas nuestra Tierra es la luna, el satélite, que los vigila como un ojo en el cielo. Somos nosotros, quizás, los auténticos lunáticos y Cyrano es entendido y tratado como animal de compañía, como mascota de la nobleza de aquel mundo que se sorprende al encontrar signos de inteligencia en un monito de extraño aspecto que camina sobre dos patas. El periplo de nuestro protagonista narrador se reduce al encuentro con diferentes habitantes de aquel mundo (y también con un monito español que, si intenta ser un reflejo de nuestra idiosincrasia, no nos deja muy bien parados) que exponen concienzudamente las costumbres y tradiciones por las que se rigen, lo que da pie a continuas conversaciones y reflexiones pseudofilosóficas en las que se tratan fantasiosamente objetos tan dignos de escrutinio y pulla como el ejército, las instituciones sociales, la religión, la sexualidad y las costumbres funerarias. Todo es susceptible de verse vuelto del revés, muchas veces hasta llegar a los deliciosos límites del absurdo o, contrariamente, a llevarnos a imaginar reflejos negativos de las auténticas costumbres (las terrenales) que parecen en su vasta sencillez mucho más lógicos que los que conocemos. Así, los selenitas caminan a cuatro patas y lo ven como el privilegio de estar más cercanos a la propia tierra de origen; sus ejércitos se baten en precisa igualdad de condiciones (hombre por hombre, cañón por cañón...); las comidas se realizan mediante el olfato; los libros, sin hojas ni letras, son escuchados, y no leídos, mediante un ingenioso aparato portátil y, por si fuera poco, uno de los parlanchines nuevos amigos del terrestre es capaz de equiparar a un repollo con Dios... Un continuo discurrir de ideas que van y vienen, que se esbozan o profundizan según el afán de cada personaje, y que se ven bruscamente cortadas cuando Cyrano es arrebatado de la superficie lunar y transportado rápidamente de vuelta a la Tierra sin muchas explicaciones. Cierto es que existe una especie de secuela, HISTORIA CÓMICA DE LOS ESTADOS E IMPERIOS DEL SOL, que intuyo de parecidas virtudes a éste que me ocupa, aunque es considerado generalmente inferior por los críticos.
Bien. Mucho pseudocientifismo inocente, jocosidad a espuertas, extravagancias de un pensador fantasioso que instruye deleitando e imagina cómo pudiera ser ese espejo redondo y misterioso de tez pálida en el que tantas generaciones de humanos han puesto sus ojos y su ansia hacia lo desconocido. Nosotros mismos no podemos sustraernos a la imagen y el efecto que esta obra, publicada por vez primera en 1675, sin duda nos muestra. Tendremos que acercarnos a ella como lo que es y representa en su justo lugar, sin ideas preconcebidas. Sólo así nos podremos dejar llevar por su lectura.