En EL TEMOR DE LA FUNDACIÓN, Benford se adentra en la figura de Hari Seldon en la época en que desempeño el cargo de primer ministro del Imperio Galáctico. La psicohistoria está en pleno desarrollo, y (en teoría) para ponerla a prueba, Seldon decide utilizar a dos antiguos simulacros de Voltaire y de Juana de Arco. Al mismo tiempo, se gesta un enfrentamiento entre robots giskardianos (los que intervienen en el destino de la humanidad) y calvinianos (los que solo sirven a los seres humanos). Esto lleva a Seldon a una huida por varios mundos de la galaxia, en los que aprende lo suficiente para perfeccionar la psicohistoria. Y, por otra parte, los dos simulacros que han escapado del control de los programadores despiertan e irritan a antiguas entidades alienígenas refugiadas en un universo electrónico.
Mi primer contacto con la nueva trilogía fue a través del segundo volumen, cuando apareció en la colección Nova, y ya por entonces mi impresión fue cercana a lo decepcionante. Sin embargo, me impulsó a adquirirla recién salida en bolsillo el revisar mi opinión sobre Greg Bear (FUNDACIÓN Y CAOS), incluso a pesar de saber que los otros dos autores eran Gregory Benford y David Brin. Por supuesto, también estaba el tirón de haber conocido la saga auténtica.
Por todo esto, y hasta cierto punto, estaba dispuesto a ser indulgente con la novela de Benford pese a los repetidos fracasos en cuanto a ganarme una opinión favorable (EN EL OCÉANO DE LA NOCHE, A TRAVÉS DEL MAR DE SOLES, CRONOPAISAJE...) Pero esto había de resultar imposible...
Benford es un autor que no domina en absoluto las técnicas del clímax, como demuestran los toscos y escasos intentos que hace en esta novela (tener a Hari Seldon colgado de un elevador magnético como si fuese una especie de Bruce Willis en LA JUNGLA DE CRISTAL es un buen ejemplo) Acentuando esta carencia está la ausencia estricta y extensiva de lirismo alguno; estamos ante una prosa plana y muy poco expresiva, en el caso de EL TEMOR DE LA FUNDACIÓN. Cuando se produce alguna incursión en ese sentido (una escena de erotismo entre dos gigantescos hologramas de Voltaire y Juana, por ejemplo, o más extensamente en A TRAVÉS DEL MAR DE SOLES y el resto de esa saga), la descripción se vuelve extremadamente incoherente. Sé que a mucha gente le agrada eso, leer cosas sugerentes e imposibles de descifrar, pero esa clase de recurso oculta una falta completa de argumento (un nihilismo destructor de cualquier intento de secuenciar una sola idea lógica) EL TEMOR DE LA FUNDACIÓN no llega a ese extremo, limitado por las condiciones del estilo-asimov (no respetado, en cualquier caso), pero los recursos expresivos son igualmente escasos en calidad y en oportunidad.
He entendido por otros comentarios que la historia de Juana y Voltaire es un reciclaje de una vieja historia de Benford. Bien, esa historia hubiera podido encajar más o menos dentro del plan que Benford/Bear/Brin tenían para la trilogía. Pero ya decíamos que Benford no es un autor especialmente dotado en el aspecto literario (que ya es mucho decir, aunque siempre puede contar con la legión de correctores de estilo que seguramente tiene a su disposición), así que por todas partes se aprecian los probables costurones entre la historia de los simulacros y la de Hari Seldon. Ambas se tocan por los extremos, y si lo hacen, estoy seguro, es porque de tanto en tanto Benford sabía que estaba obligado a poner ambas en relación. No lo hizo, no obstante, con la intensidad suficiente.
Hablemos de una cuestión puramente estilística: el diálogo. Es la modalidad preeminente en el estilo de Benford; las descripciones y la narración aparecen como recursos obligados por el desarrollo de la trama (cuando ya es imposible obviarlos sin impedir que la historia avance), pero el diálogo es la condición natural en la que Benford seguramente siente que se mueve mejor. Se puede hacer la prueba de pasar las páginas y ver por encima cuántos guiones tiene cada una. El problema es que gran parte de todo este diálogo es de propósito vacío (por hacer un guiño a los lectores de la saga, son desviaciones azules), ya que se trata de reflexiones bastante exhaustivas que hacen los personajes sobre un concepto o situación determinados. Esta abundancia reflexiva parece pretender dar una apariencia de minuciosidad, pero lo cierto es que, al ser digresiones que intentan dar la impresión de ser objetivas, se desvinculan del carácter del personaje y no le aportan nada. Esto es, cada vez que un personaje piensa sobre algún concepto, es Benford quien lo hace, robándole líneas a los personajes.
En cuanto al respeto por el trabajo de Asimov, éste es estrictamente nulo. Benford altera, por ejemplo, el estilo de los viajes interestelares (muy largamente consolidado en un sentido durante toda la obra de Asimov), para desplazarlo al campo que él conoce mejor. Es decir, cambia hiperespacio por agujeros de gusano, pese a que era algo que en ningún momento nadie había echado de menos ni podía achacársele como defecto a Asimov. Benford, pues, hace un añadido, igual que con los simulacros, buena parte de la tecnología, la vida y la personalidad de Hari Seldon, y la presencia de robots calvinianos en pleno fin del Imperio. La irreverencia llega al punto de contradecir al propio Asimov en aspectos innecesarios: el de Petrovichi aseguraba que el estancamiento del transporte antigravitatorio, así como de la miniaturicación de la industria nuclear (escudos personales, por ejemplo), eran signos del decaimiento. También juegan un papel importante en la trilogía de la Fundación, como es bien sabido. No obstante, Benford lo revierte, da un papel destacado a la tecnología de la antigravedad y concede libremente escudos personales a todo el que eventualmente los requiere. Conclusión inevitable: Benford conocía muy deficientemente la obra de Asimov.
Narrativa: 1 Argumento: 2 Originalidad: 2 Expectativa: N.C. Global: 2