
Siempre he sostenido que el humor en la ciencia-ficción es necesario para evitar los envaramientos propios de reflexiones elevadas y pensamientos que van más allá de las estrellas. De hecho, el humor es algo inherente a la ciencia-ficción, al fin y al cabo se trata de personajes embarcados en situaciones de tensión extraordinaria y rodeados de peligros por doquier. Que menos que descargar toda esa tensión de cuando en cuando con algún chistecito o una burla guasona contra el tentetieso del grupo. La absoluta falta de humor hasta resulta extraña, alienígena se podría decir, aunque tampoco faltan escenas entre alienígenas capaces de arrancar una sonrisa incluso teniendo en cuenta su crudeza (recuérdese ALIEN3 y la forma en la que tres, bueno, dos, xenomorfos encerrados en una celda escapan de ella)
La falta de humor convierte la aventura en algo poco menos que una cansina sucesión de Grandes Acontecimientos y a los personajes en Tipos Duros Sin Expresividad. En Galáctica 2003, por ejemplo, conté un único chiste en todos los episodios. Por supuesto, hay momentos en los que los personajes se ríen e incluso bromean entre si, pero se ríen sin alegría y bromean más buscando mortificar que relajar. Por eso, entre otras muchas cosas y pese a toda su calidad, Galáctica 2003, puede llegar a hacerse verdaderamente pesada.
Por eso, leer un libro como ¿QUIÉN NECESITA A CLEOPATRA? es reconfortante, puede que no sea el mejor libro de humor, ni el mejor libro de viajes en el tiempo que haya leído, pero su desenfado y dinamismo lo hacen muy recomendable.
El protagonista, N, es el inventor de la máquina del tiempo. Pero de la máquina de retroceder, que no de avanzar. Esto tiene su importancia puesto que es parte importante del argumento. El caso es que N, pese a su talento, no deja de ser un muerto de hambre, y necesita financiación para construir su aparato y, sobre todo, alimentarlo con las cantidades ingentes de energía que necesita para ir y volver al pasado. Para ello se asocia con un multimillonario pastoso que crea la corporación Chronotek. Obviamente el multimillonario pastoso está dispuesto a recuperar la inversión hasta el último céntimo y planifica personalmente las expediciones al pasado de la máquina. Ante el desespero de N, Bertie Senior prefiere hechos históricos de un cierto morbo antes que acceder a sus sugerencias, la principal de ellas, una visita al Egipto de Cleopatra para verificar en persona la legendaria belleza de la reina del Nilo, y de paso comprobar si los rumores sobre la moral laxa de la corte también son ciertos. Sin embargo, en la primera expedición es enviado a investigar como Leonardo pintó la Mona Lisa y sacar unos cuantos planos de la modelo para el programa en prime time televisivo con el que Chronotek pretende recuperar la inversión.
Además, deberá ir acompañado de Bertie Junior, una especie de orangután con la inteligencia de una merluza, y su mismo olor pasado un tiempo fuera del su medio natural. Por supuesto, Steve Redwood aprovecha todos los recursos que generan los choques culturales entre los viajeros en el tiempo con los habitantes del pasado para proporcionar una buena cantidad de buenos ratos, amén del estilo ágil y fresco con el que desgrana las aventuras de N y Bertie. Redwood los pasea por la Florencia del siglo XIV, les envía a conocer a Caín, a la crucifixión de Cristo, en la que Bertie llega a participar con gran éxito de público y crítica, también les planta en plena fundación del mormonismo e incluso les hace protagonistas de un enrevesado incidente allá por los años 50 cerca, cerquita, del Área 51.
Pero la novela no es solo un rosario de descacharrantes viajes por el tiempo, todos ellos son parte de una situación de más largo alcance con una guerra intertempo-planetaria por medio, agentes secretos, agentes encubiertos, espías ninja y, por supuesto, la policía temporal.
Con todo y pese a su frescura, Redwood tiende a reproducir los mismos tics que en ocasiones hacen insufribles a los mismísimos Douglas Adams y Terry Pratchett: pierde el control sobre el escenario y personajes llevándolos por un camino ininteligible. No se trata del humor del absurdo, sino de situaciones completamente idiotas y sin sentido. Redwood no abusa de ello, afortunadamente, y también hay que tener en cuenta que estamos hablando de una traducción y una cultura del humor (la mía) que poco tiene que ver con la británica (que no todo el humor inglés es inteligente e irónico lo supimos desde el primer episodio de las aventuras de Benny Hill) Apreciaciones puntuales aparte, ¿QUIÉN NECESITA A CLEOPATRA? es un libro que aportara unos muy buenos momentos de lectura.
Por supuesto, de momento no es posible dejar de hablar de las ediciones del Grupo AJEC: ¿QUIÉN NECESITA A CLEOPATRA? es notablemente pulcra en comparación a lo acostumbrado en esta editorial, lo único destacable son algunos pies de página que se empeñan en ir de por libre. Una buena progresión porque si a unos interesantes libros se unen unas ediciones cuidadas sale ganando todo el mundo.
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Publicado originalmente el 27 de diciembre de 2009 en www.ciencia-ficcion.com