
Este libro, como pocos, plantea muchas interrogantes, dignas quizá de una tesis. Una tesis psicológica.
Por que parece no haber mayor cantidad de buenas ideas desperdiciadas y convertidas en relleno, para colmo, un relleno bastante indigesto.
Se supone que se trata de una ucronía, en la que intervienen el primer Citröen (el hombre, no el auto) y Renault (ídem). Ambos enfrentan sus respectivos vehículos en una carrera a través del desierto norafricano, secundados además por el héroe (qué mal dejan a los italianos, dicho sea de paso) y la chica (pobres francesas, tan descaradas). En el transcurso de la competencia, sus destinos se cruzan con viajeros que vienen de un futuro lejano, en búsqueda de refugio para una chica con cualidades especiales: sus genes le permiten soportar, sin enloquecer, los efectos de las aguas en las que está sumergido un molusco gigante, con propiedades más que singulares: otorga la inmortalidad a quien se sumerja en ellas. O casi.
A todo esto, se suman fanáticos religiosos musulmanes del futuro, una figura religiosa muy importante (para una secta musulmana), un médico que investiga la inmortalidad, edificios misteriosos edificados en medio del desierto nada menos que por Alejandro Magno... En fin, de todo un poco, y con muchas posibilidades de dar al lector un buen rato de entretenimiento.
El problema es que la novela se queda en eso, en las posibilidades. Por que la acción se hace comprensible recién a partir de las primeras ciento cincuenta páginas, que sólo contienen diálogos de lo más insulsos y nos presentan a unos personajes con los que difícilmente se empatiza. Luego, vienen los viajes en el tiempo y los descubrimientos —las edificaciones subterráneas, las verdaderas identidades de algunos personajes, alguna que otra arma novedosa—, y tenemos una trama que avanza no se sabe bien por donde, pero avanza. Mientras, unas cuantas lecciones de teología sufí y de historia religiosa musulmana nos ponen en ambiente y permiten decir que la lectura no ha sido en vano.
El final, que me hizo recordar alguna película de cine-club (donde si no entiendes nada eres un tarado y si entiendes, un fascista), al menos tiene la gracia de estar bien narrado, y hace pensar que la novela habría quedado de lo más recomendable si tuviera menos páginas (unas ciento cincuenta, por lo menos). No hay final feliz, pero creo que el lector que ha logrado arribar al mismo, se lo merecería.
Otro asunto que debería planteársenos es el siguiente: ¿cuál es el límite para las ucronías? Por que una novela o cuento en el cual los nazis han ganado la Segunda Guerra Mundial puede ser entendido por prácticamente cualquier lector en cualquier lugar del mundo. Pero si la ucronía plantea realidades alternativas demasiado localizadas... ¿qué ocurre con el lector a quien dichos eventos no le van ni le vienen? Como peruano, una ucronía en la que Pizarro fuera derrotado por Atahualpa sería de lo más interesante, por decir lo menos. Pero para quien desconozca de quienes se trata o los eventos históricos cuyo devenir se pretende alterar, dudo mucho que la ucronía de turno represente mayor interés.
