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Trilogía del Puente, 3
TODAS LAS FIESTAS DE MAÑANA
TODAS LAS FIESTAS DE MAÑANA William Gibson
Título original: All Tomorrow´s Parties
Año de publicación: 1999
Editorial: Minotauro
Colección: Colección William Gibson
Traducción: Darío Aguilar Pereira
Edición: 2020
Páginas: 392
ISBN: 978-84-450-7350-6 
Precio: Descatalogado
Comentarios de: Armando Parva

Tiempo estimado de lectura: 1 min 36 seg

Terminada la trilogía del Puente solo puedo decir, decepcionante.

Gibson tras tres novelas de marear la perdiz no termina de aclarar casi nada y deja a sus personajes solos y perdidos en el Puente de la Bahía de San Francisco, que como según dije en el comentario que dediqué a LUZ VIRTUAL ni siquiera es a día de hoy el que transformó en esa abigarrada masa humana y arquitectónica.

Volvemos a encontrarnos con Laney, Rydell y Chevette, cada uno ha tenido su propia evolución personal y la verdad es que su vida no es que haya mejorado demasiado, cada uno con sus paranoias aumentadas casi hasta el paroxismo. Laney insiste en que algo va a ocurrir... enfermo y sumido en la más profunda depresión, viviendo en una caja de cartón en una estación de metro de Tokio, acude a Rydell para que lo investigue.

Por supuesto, Rydell no sabe donde se está metiendo y se complica con una sucesión de personajes a cual más siniestro, desde los matones que le acosan, pasando por un misterioso asesino, además, por supuesto de Chevette, que ahora está enredada con un cantante alcohólico. Un buen montón de personajes, a los que se añaden algunos más, pero que en las más de las veces no tienen un papel claro, y que navegan por la novela como partes del decorado sin mucha relevancia.

El estilo tampoco ayuda, hay quien considera brillante el estilo de Gibson, pero no me parece del brillo del diamante, sino de las bolas de espejos de las discotecas, un montón de espejitos reflejando la luz de forma bastante aleatoria. Finalmente consigue hacerse confuso y más artificial aún que las maravillas que pretende describir.

En cualquier caso, esos personajes parecen todos sacados de tragedias griegas, todos parecen predestinados a un destino siniestro y se mueven entre grandes aspavientos existenciales. Un poco como adolescentes que pretenden pasar por adultos cuando todavía no han dejado de ser niños y tienden al melodrama para evadirse de las responsabilidades que ya se les empiezan a exigir. Pero ni siquiera el histrionismo les hace encaminarse hacia un futuro mejor, las drogas, los ambientes sórdidos, un ciberespacio a veces indistinguible de la realidad, los convierte en héroes patéticos y sin futuro.

Lo que se le da bien a Gibson, dentro de la ambigüedad general de su narrativa, es ir soltando migajas tecnológicas para disfrute de sus fans, la pintura comestible o los materiales a prueba de terremotos con curiosas invenciones que de una u otra forma ya están entre nosotros, en realidad desde hace tiempo, en ese sentido Gibson se comporta muchas veces como un Julio Verne del Siglo XX, lee o escucha algo sobre tecnología y la encaja en sus relatos.

Otra cuestión muy de actualidad es la capacidad de Laney de seguir patrones en los datos, lo que se ha dado en llamar Big Data. Pero el concepto en 1999 no era nuevo, durante esa década ya se teorizaba sobre el asunto. Desde siempre se ha sabido que cuantos más datos se pudieran manejar, más fiable sería el resultado, pero la capacidad de proceso de aquellas máquinas todavía no daba lo suficiente de si, el hecho de que Laney lo hiciera de forma intuitiva era la forma en la que Gibson solucionaba el problema.

Nunca he sido un gran admirador de Gibson, y la lectura de esta trilogía no me ha hecho cambiar de opinión. Soy más de lecturas reposadas y con un cierto objetivo en el horizonte.

© Armando Parva, (581 palabras) Créditos
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