Como poco, esta novela se me ha hecho rara. No sabría decir muy bien que esperaba de ella. El batiburrillo que es su trama la convierte en una especie de ensalada de argumentos, a saber, hay una raza, por llamarla de alguna forma, de inmortales, luego hay una nave generacional, también hay una especie de holodeck de realidad virtual muy chulo, y por último una inteligencia artificial. Todo esto mezclado y aliñado con unas cuantas gotas de líos familiares y cocina española.
La cosa empieza allá por 2047 con una revolución a cuenta de un sorprendente tratamiento de longevidad, llamado Proceso Becker-Cendrek, mediante el cual el cuerpo humano acelera sus procesos autorreparadores convirtiéndose, excepto en caso de accidente, en casi inmortal. El tratamiento es caro, muy caro, y solo se lo puede permitir gente con una buena cantidad de dinero, lo que implica que el resto de los mortales, y ahora nunca mejor dicho, se indignen y monten la marimorena. Los inmortales, para evitar dejar de serlo, de hecho el padre del protagonista muere asesinado por la turba, sencillamente liberan un agente patógeno en la atmósfera que acaba con los mortales. El problema es que el tener dinero no garantiza la preparación y formación adecuada, fundamentalmente técnica y manual, y la sociedad cae en un periodo de barbarie hasta que unos veinte años después, y a base de mucho sufrir, los supervivientes para siempre aprenden lo básico para ponerlo todo en marcha de nuevo.
Hasta aquí, los dos o tres primeros capítulos la cosa prometía, y mucho. Ver como la humanidad evoluciona sobreponiéndose al aburrimiento de la inmortalidad es siempre interesante, pero eso parecía no atraerle a Joe Haldeman, y decidió eludirlo lanzando a una parte de los inmortales en un viaje al espacio profundo a bordo de una particular nave generacional, con la intención de colonizar un lejano y recién descubierto planeta de gran similitud con la Tierra. Jacob Brewer, el protagonista, se apunta a la misión, total, entre aburrirse eternamente en la Tierra o pasar un rato emocionante en el espacio, la segunda opción es más interesante, y más si el tiempo no importa. Como todos los expedicionarios Jacob tiene dos oficios, cocinero y encargado de mantenimiento de la máquina de realidad virtual de la nave.
Lo de que lleven una máquina de RV tiene sentido, así los expedicionarios pueden darse paseos ocasionales por otros lugares y otros tiempos para escapar de la rutina y la monotonía. Lo que ya no cuadra tanto es la obsesión por el siglo XX que demuestran, en general, todos los habitantes inmortales de la Tierra, y ya la cosa se complica cuando empiezan las muertes a causa del uso de la máquina.
Lo de la obsesión por el siglo XX no deja de ser sorprendente, o yo no me enteré bien, que es lo más probable, o Haldeman no lo aclara, pero no resulta convincente esa obsesión enfermiza por la I Guerra Mundial o el Nueva York de los años 50. No será por falta de momentos históricos que visitar
A mi, personalmente, me gustaría saber como se vivía en la Atenas de Pericles y los grandes pensadores (Sócrates, Platón, Eurípides...), aunque claro, la limitación es que en verdad nadie sabe como se vivía entonces, los testimonios escritos y arqueológicos solo ofrecen una ligera idea de como era aquella Atenas. Sin embargo, reconstruir el Siglo XX no debería ser demasiado complicado. Fue el siglo de la popularización de la fotografía y la invención del offset, el cine y la informática, así que testimonios hay de sobra.
Otra cosa que me ha estorbado un poco es la relación matrimonial de Brewer. Se casa por diez años con Kate pero rompen la relación mucho antes, a causa, según ella, de la obsesión de Jacob por la máquina. En realidad Kate es emocionalmente inestable, y va y viene entre relaciones según sopla el viento. ¿Qué aporta esto a la narración? Nada, unas cuántas páginas más y hacer a Brewer algo más humano, pero para el caso hubiera dado lo mismo haberle dejado soltero y buscando cariño por los bares.
El desenlace también está un poco traído por los pelos. Es coherente, pero da la sensación de que Haldeman se encontró en un punto en el que no sabía como continuar, y dejó la novela apartada un tiempo hasta que se le ocurrió como terminarla. Esa sensación que se tiene a veces que la historia acaba en sitio que no era al que parecía dirigirse en su arranque es muy fuerte.
En fin, una historia que apuntaba buenas maneras pero que acaba por acumular cuestiones poco interesantes y hasta forzadas, y que solo salva y por los pelos el oficio del autor.
Nacho Illarregui en El aburreovejas (rv. 2025-01-15)
Iván Fernández Balbuena en C (rv. 2025-01-15)
Sergio Mars en Rescepto (rv. 2025-01-15)





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