
Si de algo se puede calificar a este libro es de aventura trepidante y desquiciada.
Los personajes se acumulan, las situaciones se acumulan, los misterios se acumulan, y todo apelotonado, en un espacio tan pequeño que apenas da opción al lector para respirar. No es que la novela sea corta, es que hay demasiados elementos como para que todos ellos puedan ser presentados de forma adecuada, y en las más de las ocasiones no es hasta una buena cantidad de páginas más tarde que no se les ha situado correctamente dentro del entorno de la narración.
Los personajes son multitud, buenos, malos y ni buenos ni malos ni todo lo contrario, tal es así, que muchos buenos son perfectamente intercambiables, en muchos lances da igual quien sea el protagonista de la aventura de turno, sólo su nombre le identifica. En el caso de los malos hay algo más de definición, ambiciosos y sin escrúpulos, son capaces de las mayores maldades sin inmutarse ni sacudirse la caspa de los hombros, y respecto a aquellos que se mueven en el borde de ambos mundos no hay mayor problema porque solamente hay uno, que tan pronto se une a los buenos como los traiciona sin mayor complicación (y ayuda de la ginebra, todo sea dicho)
Curiosamente, el argumento es sólido, pero está tan mal planteado que sólo al final encaja, malamente, pero encaja. A lo que se ve, un extraterrestre (diminuto) cae en la Tierra bien terciado el siglo XIX, es capturado no se sabe muy bien por quien (uno de los malos parece ser, aunque también es probable que fuera uno de los buenos), que le roba la nave espacial y le sonsaca, obteniendo información acerca de cómo revivir a los muertos y otras interesantes cuestiones tecnológicas. El extraterrestre, confinado en una caja (importante protagonismo el de las cajas en esta novela) acaba en el dirigible de un científico que, no se sabe porque, acaba dando vueltas al Atlántico Norte durante años con puntuales pasadas por el cielo de Londres. El caso es que los malos: un ricachón degenerado, un predicador degenerado, y un médico chepudo (y degenerado) y sus adláteres: un matón degenerado, una cocinera degenerada, un pinche de químico (degenerado) con serios problemas de acné y una nutrida caterva de muertos vivientes, se lanzan a la búsqueda de la cajas que contienen el extraterrestre y otras chucherías (gemas, delicados mecanismos de relojería, etc., etc.)
Las cajas están en poder de los buenos, un capitán de barco metido a estanquero, un hábil juguetero, un par de caballeros como digo, perfectamente intercambiables, un mayordomo imperturbable y algún que otro personaje más, dotado también de la virtud de la intercambiabilidad, que harán todo lo posible porque los malos no cumplan sus perversos (y degenerados, que todo hay que decirlo) propósitos.
En la portada de esta edición de Ultramar se afirma que HOMÚCULO ganó en su tiempo el premio Philip K. Dick 1987, francamente, si lo ganó sería porque no había más candidatos, porque es un libro mal estructurado, peor planteado y mal desarrollado. Trepidante, si, los episodios se suceden a una velocidad pasmosa y con gran alarde de pirotecnia, pero la mala planificación hace que no se sepa quien está involucrado en la acción, porque sucede, y a donde ha llevado. Da la impresión de ser una novela primeriza en la que el autor está muy por debajo de su ambición, y aunque no hay duda de que está dotado para la escritura, le hubiera venido bien un esquema para poner en orden sus ideas.
No obstante, y si se es lo bastante indulgente, se deja leer y acaba por resultar un entretenimiento pasable.
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Publicado originalmente el 15 de abril de 2007 en www.ciencia-ficcion.com