
La ciencia-ficción de aventuras es mirada demasiadas veces por encima del hombro con un cierto aire de displicencia condescendiente. Es la hermana pobre del género y la que recibe los varapalos más contundentes. No obstante, resulta muy extraño (por no decir sospechoso) encontrar algún aficionado que declare que no se inició con las aventuras de intrépidos navegantes galácticos o arrojados aventureros espaciales. Todo eso de la reflexión y la extrapolación a un futuro indeterminado de los conflictos actuales, y la especulación sobre las posibilidades y problemas de la ciencia y tecnología está muy bien. Pero lo que atrae y encandila es la space-opera. Resulta muy difícil asumir crudas y sin aliñar las antiutopías de Ursula K. Le Guin sin antes haber pasado antes por Tatooine o la Nostromo. No digo que sea imposible (las mentes privilegiadas no se cuentan por millares, pero haberlas, haylas) pero lo normal y saludable es que el aficionado evolucione desde las formas más simples y efectistas hasta las más incisivas y complejas.
Como saludable es que una vez descubiertos Lem, Ballard o Dich no se reniegue de Asimov, La Guerra de las Galaxias o los Warhammer 40.000. Lola Robles no lo ha hecho, y por eso es capaz con FLORES DE METAL de construir una space-opera en toda regla, con piratas espaciales, rebeliones, malos malosos y mujeres fatales, pero a la vez con personajes alejados del típico, tópico (y eficaz) héroe plano, con ramificaciones más allá de la mera persecución cósmica y con una buena cantidad de elementos que darán que pensar al lector.
FLORES DE METAL trata de varios episodios de la vida de Lee, un ciborg reducido a esa condición a causa de un terrible accidente que obligó a reconstruirle. Es metal, y materia sintética, pero sigue conservando su alma humana, y la conjunción de ambas naturalezas le ha convertido en un dodimi: Alguien que aprende. Que busca. Que ayuda sin que haya un motivo interesado que le impulse
Los dodimi no predican, no buscan adeptos. Escuchan, ven, cuentan lo que han visto y oído. Por eso Lee es capaz de sobrevivir a todas las peripecias que vive. No juzga y no es juzgado: de galeote en una nave imperial casi pasa a ser esclavo en una nave pirata, pero consigue ascender a ayudante Edmei Konda, un piloto libre de oscuro pasado.
Lee relata su historia a una extraña mujer que ha encontrado perdida en las calles de Farewell, el gran lupanar del imperio, pero ese encuentro está rodeado de un halo de sospecha que no deja tranquilo a Lee: ha coincidido con el inicio de una sucesión de misteriosos y sangrientos asesinatos que conmocionan a la embrutecida Farewell.
FLORES DE METAL es una novela en la que las historias se entrelazan formando un rompezabezas trepidante, no sólo por la esencia propia de cada aventura: persecuciones, encuentros y desencuentros, intensas batallas, sino por la forma en la que Lola Robles las va planteando, siempre con Lee como narrador y protagonista, pero a la vez como observador de todas y cada una de ellas.
Durante la presentación del libro Lola explicó brevemente el proceso de escritura de la novela, y como había introducido nuevos elementos y personajes. En el caso de la misteriosa Dama X, la asesina psicópata, no se nota la toma de protagonismo (aunque según la propia Lola, y en palabras de alguna lectora de los primeros borradores mata poco) sin embargo, y pese a ser el escenario donde Lee relata sus peripecias con piratas y rebeldes, la propia ciudad de Farewell queda un tanto fuera de lugar, quizá por la alambicada descripción de la misma, muy alejada del estilo directo y eficaz con el que se relatan el resto de los episodios del libro.
En resumen, una brillante novela de aventuras que reivindica este género, demasiado a menudo despreciado.
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Publicado originalmente el 2 de marzo de 2008 en www.ciencia-ficcion.com
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