Existe la lectura de un Mario que me sobrecoge, me desconcierta, me sorprende, me perturba y no es el lambiscon de Vargas Llosa, es Mario Levrero & Jorge Varlotta, pienso en EL LUGAR, que abre su primera página en una habitación cerrada, y desde la cual el protagonista iniciará un viaje alucinante donde en su primera capítulo no existe el sol, no hay retroceso o posibilidad de retroceder, y además las ventanas están negadas en el diseño, con racimos de túneles, puñados de pasadizos, hervidero de corredores, que no parecen conducir a ninguna parte; ¿qué puede haber ocurrido para que un segmento apreciable y muy grande del planeta o del Lugar adquiera tales características, los interrogantes anclan los unos dentro de los otros como los cuartos encajan unos en otros sin descanso.
El personaje surge despojado de recuerdos (pocos), historia (sin referencia a oficios o actividades) o alusiones a relatos; decide investigar ante la ignorancia de su estado, así que encontrar los motivos de su estancia en el Lugar será el leitmotiv para que se disponga a una investigación intensa y desconcertante que colinda con el surrealismo pero asimismo con los temas de la ciencia-ficción (¿qué catástrofe puede suceder para que desaparezca el sol y persistan sólo los subterráneos plagados de túneles y corredores y los cuartos sucesivos que se devoran unos a otros?
El misterio no hará sino espesarse a medida que se va tropezando con situaciones delirantes a momentos, enloquecedoras en otras ocasiones, los núcleos familiares con los que tropieza se adhieren a rituales que por su extrañeza podrían ser de otras dimensiones paralelas o hasta de otros planetas que por algún motivo se han quedado revueltos con nosotros en este laberinto perforado hasta la extenuación y que no parece conducir a Lugar alguno.
Trabaja en simultánea con tres elementos: la huella onírica y pesadillesca, la acumulación disolvente y la reversión extrayendo el interior al exterior y viceversa, visibles en su infatigable expedición, en la asunción de lo extraño sin ambages, en la inclusión de las costumbres de los tuneleros
en los criterios de relaciones humanas y urbanidad sin cuestionarlos, en el choque entre insólito y cotidiano que se absorben mutuamente, avanza con tecnología blanda hacia el desconcierto propinando puñaladas profundas que subvierten el concepto de realidad, lo cual se incrementará en las partes dos y tres.
Es rico (con una exhuberancia tropical) y sugerente (con una serie de andamiajes matriciales), e intenso (más allá de la engañosa sencillez de su prosa), al inicio el dolor nos asalta y la perplejidad se instala con un regusto a miedo, se crea un mecanismo para desplazarse, se mantienen contactos entre los tuneleros
y el viajero, el horror terminara por imponerse, con intermedios semilúdicos, y a pesar de rozar el pavor consigue al final conquistar el sol, el mar, la selva. Siempre encontrara motivos para enamorarse, la segunda parte será tan heterogénea en sugerencias como la primera y por la cantidad de protagonistas parece atiborrada de sucesos y debates. La tercera será rauda y abrupta, despunta la violencia y uno comprende que haber regresado a un entorno conocido no lo torna manejable.
Ambientaciones kafkianas, puesta en escena desasosegante, excentricidades proliferantes, intensidad de sentimientos que en perpetuo crecimiento se abre y se soporta por la continuación de la exploración, que nos lleva de la nariz como ronzal y a pesar de que muchos sostienen que Mario no escribe ciencia-ficción (si acaso weird) siento que es una flecha que traspasa el tiempo plantándose en el fututo, que no por horrible deja de ser cierto. Y a eso se refieren con alta probabilidad aquellos que señalan sentir que el tercer capítulo es inferior al resto del texto.
Me encanta por que me enfrenta a una de mis teorías claves de vida: la autopoiesis o autoconstrucción, Mario parece hacer caso omiso del entorno histórico y se empeña en escribir para si mismo y para un puñado de lectores, semeja el ejercicio imposible del Barón de Munchausen tirando de los cordones de sus botas para sacarse del pantano donde ha caído; transporte humor soterrado, estremecimiento paródico, cierto sarcasmo, burlona lejanía, tendencia a la introspección, su atracción por dibujos animados, cómics, juegos, recolector de estampas de orgías y voyeurismo, que esquematizan un horizonte complejo repleto de futuro pero no a la manera tradicional, de compromiso y seriedad de otros escritores, sino a la manera de actores que navegan por la vida a la deriva, bajo circunstancias que le son impuestas.
Azar, confusión, improvisación, hasta chapucería, destilan sus intérpretes, que con frecuencia son arrastrados por fuerzas que no visualizan o que no comprenden (esa agonía del sujeto que recorre los túneles, que no logra articular algún discurso explicativo, pero sigue adelante con una convicción metálica, o una fe que se muestra refractaria ante la derrota, lo que en cierta forma lo convierte en un ungido, o sea uno de los que logrará llegar al fin de este maremágnum (situación que estará más visible en el capítulo 2).
Desde el ángulo analítico se pueden proferir multitud de explicaciones acerca de los árboles de relaciones que brotan de las peripecias, de las percepciones impregnadas de diversos elementos, de la unidad entre persona y circunstancias, de las cualidades que se expanden desde cada de los habitáculos que atraviesa, de las breves interrupciones de los relatos de cada estancia y como se acomodan a su presencia, entonces uno se dice la puedo leer rápido pero las vibraciones agitadas o despertadas llevan a cascadas de metarelatos que resuenan o se van colgando de la línea de lectura principal
y uno entiende que por otros corredores se va desplegando esa otra posibilidad.
Notable y recomendable, de lectura obligatoria.
