
Que algún día China dominará el mundo es algo que ya predijo Napoleón Bonaparte Cuando China despierte el mundo temblará
(Quand la Chine s´éveillera le monde tremblera
) y confirmó también otro francés, Alain Peyrefitte, poco más de siglo y medio después: Teniendo en cuenta lo vasto de la cultura china, cuando tenga tecnología suficiente impondrá sus ideas al resto del mundo
(traducción libérrima de Vu le nombre de chinois, lorsqu´ils auront atteint une culture, une technologie suffisante, ils pourront imposer les idées au reste du monde
, de su libro de 1973 oportunamente titulado QUAND LA CHINE S´ÉVEILLERA...)
Las ideas no lo se, pero en relativamente pocos años China ha conseguido convertirse en la fábrica del mundo. De momento, los chinos parecen muy poco interesados en exportar el capitalismo planificado que les han llevado a ser la segunda potencia económica del mundo, recortando distancias a Estados Unidos a una velocidad pasmosa. Pero no es oro todo lo que reluce, en 2013 la renta per cápita de China fue de unos 5.000 euros (la española, con la que está cayendo, estuvo por los 21.500 y la yanki de 39.000, el number güan se lo llevó Luxemburgo con 82.000), el peligro de burbujas de todo tipo es más que evidente (si, también allí se construye más de lo que se necesita y a precios de oro) y su exposición a deuda internacional es muy elevada (vamos, otra burbuja), pero ahí están, socavando diligentemente los medios de producción de occidente e invadiéndolos más silenciosamente aún a base de bazares, tiendas de ropa y una sorprendente adaptación al estilo hostelero castizo tradicional. Valga una anécdota de su forma de entender la vida. En una tasca regentada por chinos, traspaso mediante, llegué a tener una cierta confianza con la Hija Mayor (si, así en mayúsculas, las tradiciones y las jerarquías todavía mandan) y la única salida que veía a una aburrida vida sirviendo y limpiando mesas era montando un negocio: ojo nada de buscarse otro trabajo, su objetivo era ser ella misma la jefa. Esa mentalidad produce un cierto escalofrío.
El caso es que esa invasión
china del mundo ha sido retratada una buena cantidad de veces por los autores de ciencia-ficción, a destacar LA FE DE NUESTROS PADRES, de Philip K. Dick (aunque como siempre, los tema que a le interesaban eran otros) o O UNO de Chris Roberson. Es interesante mencionar también la serie Firefly, en la que si bien prácticamente no hay presencia de orientales, la cultura china lo empapa todo y el mandarín es la lingua franca en el universo conocido.
CHINA MONTAÑA ZHANG también parte de la premisa de un mundo en el que China se ha convertido en la primera potencia, dejando al resto de los países convertidos poco menos que en satélites con muy poca autonomía. El protagonista es Zhong Shan Zhang, China Montaña Zhang, nombre puesto con bastante poco tino por su madre latina, (Zhong Shan era el nombre de guerra
de Sun Yat-sen, padre de la china moderna. Como viene a decir en la novela, es como poner de nombre a un niño Cid Campeador Pérez) lo que le ocasiona algún que otro problema menor. Además es estudiante de ingeniería, obrero de la construcción y homosexual. Lo tercero si es un verdadero problema puesto que la política represiva que las autoridades chinas ejercen hacia los homosexuales hacen que la mitad de su vida se desarrolle en la pura clandestinidad. Como estudiante de ingeniería y obrero las cosas le van bien, pero no tanto como quisiera, su meta es ir a China a estudiar arquitectura, pero ni el salario que gana ni sus antecedentes raciales (a China solo pueden ir chinos puros, y su madre latina es un lastre demasiado pesado) se lo permiten.
La novela se convierte, pues, en la descripción de las cuitas de Zhong Shan por conseguir dinero para ir a China, falsificar sus antecedentes familiares (al ser su madre medio indígena es menos evidente a la vista la impureza
de su origen) evitar que su condición gay sea descubierta y evitar que los padres de hijas casaderas se fijen en él como futuro yerno.
El estilo de la novela es plácido, amable, incluso en los episodios más trepidantes, que alguno hay, el tono general apenas se eleva sobre el resto de la novela. Aunque la angustia vital de Zhong Shan resulta evidente a cada paso que da, no es menos cierto que tampoco transmite gran empatía. Sus tribulaciones en Nueva York, en el Círculo Polar, por fin en China, se leen con una cierta distancia: se reconocen las penalidades, pero la forma de describirlas por parte de Maureen F. McHugh resulta a veces fría, demasiado aséptica como para sentirse del todo identificado con un, por otra parte, plácido Zhong Shan, que pese a las penalidades transita de un modo un tanto indiferente por las páginas del libro. Ni siquiera el alegato contra el racismo y la discriminación en general trasciende a ese tono amable. El mensaje
se recibe, pero no con la intensidad que quizá sería deseable.
En cualquier caso es una lectura agradable, sin grandes emociones ni sobresaltos.
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Publicado originalmente el 27 de julio de 2014 en www.ciencia-ficcion.com
