
No siempre se eligen bien las lecturas, y en demasiadas ocasiones toparse con libros directamente infumables es inevitable. Al respecto soy más bien radical, si a las pocas páginas considero que no vale la pena perder el tiempo con un libro lo dejo y me dedico a lecturas más productivas. Incluso tengo el valor de escribir algún panfletillo como éste describiendo las causas que me llevaron a para la lectura. Hay quien no está de acuerdo con esa actitud, alegando que por un lado no se puede hablar de algo que no se conoce en toda su extensión, y por otro que es una pérdida de tiempo hacer comentarios respecto a una obra, cuando menos, mediocre. En alguna ocasión he usado la analogía del restaurante: si toman nota con aspereza y desgana, el primer plato llega equivocado, y el segundo lo traen tarde y frío, ¿para que esperar a los postres? Se paga lo que se debe y se sale por la puerta muy dignamente, para comentar en días sucesivos a familiares y amigos lo poco recomendable que resulta el lugar.
Pero no siempre ocurre así, el libro puede ser, efectivamente mediocre, hasta nefasto, pero tiene algo que impide dejar la lectura. Ya sea porque el autor, pese a su torpeza general, maneja de forma intuitiva el ritmo de la narración, algún personaje se hace atractivo y quiere conocerse su destino, se intuye que no es tanto la novela como la mala traducción lo que la hace tan vulgar, o simplemente porque la fascinación por lo grotesco impulsa a llegar hasta el final, se terminan libros del todo olvidables.
Algo así me ha ocurrido con este OLVIDADOS EN EL TIEMPO. La cosa comienza en una base secreta donde el profesor Kamanzarak (sic.) dirige la construcción de la Stella, una nave espacial con la que se pretende alcanzar Próxima Centauri. El problema es que la Stella no alcanzará ni la ínfima fracción de la velocidad de la luz, por lo que Kamanzarak estima que el viaje durará más de quince mil años... afortunadamente ha inventado un aparato, el corrector
que encoje
el tiempo, por lo que si bien la distancia de cuatro años luz hasta Próxima Centauri es invariable, puede manipular
el tiempo del viaje dejándolo en un año (dos, si contando con la vuelta) ¿Cómo? Naturalmente Kamanzarak no lo explica ni Georges Murcie se molesta en sugerirlo. Simplemente funciona, y punto.
Pero las cosas no pueden ser tan fáciles, una vez que la Stella parte, la Tierra es sacudida por una inexplicable, e inexplicada, catástrofe de dimensiones planetarias y la civilización, sencillamente, desaparece. Unos pocos supervivientes se ven devueltos al tiempo de los palos, que ni si quiera piedras, y los tripulantes de la Stella quedan abandonados a su suerte, con el corrector
fuera de control y perdidos en las corrientes del tiempo y el espacio.
No creo que Georges Murcie tuviera claro que hacer con la Stella y su tripulación a partir de ese momento, y la solución fue embarcarlos en un viaje alucinado muy propio de su tiempo (la novela es de 1975) en el que saltan de escenario en escenario a cual más delirante. Si a eso le sumamos los esfuerzos de un par de investigadores especializados en levitación espacio-temporal
, tenemos el cóctel perfecto para una historia absurdamente psicotrópica.
El estilo de Murcie (traducción mediante) está en línea con la historia, afectado y ampuloso no ayuda a tomarse demasiado en serio las aventuras de la tripulación de la Stella. Tampoco es de extrañar, este autor desarrolló prácticamente toda su carrera literaria en la colección Fleuve Noir Anticipation, equivalente francesa a La Conquista del Espacio de Bruguera, y análoga en cuanto a tratamiento de los temas y calidad. El hecho de encontrarse traducida y editada en España se debe a que durante los años 70, las editoriales ATE Libroexpress, Nueva Situación y Geasa nutrieron sus colecciones de anticipación con adquisiciones del fondo editorial de los franceses.
En resumen, ciencia-ficción francesa, setentera y de a duro
. Una combinación tan imposible como resulta ser esta novela.
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Publicado originalmente el 26 de noviembre de 2017 en www.ciencia-ficcion.com
