
Cormac McCarthy, autor estadounidense nacido en 1933, es autor entre otros libros de EL GUARDIÁN DEL VERGEL, ganador del Premio Faulkner en 1965 (premio al mejor trabajo de ficción del año. Creado por William Faulkner con el dinero de su Premio Nobel de 1949) NO ES PAÍS PARA VIEJOS y la que nos ocupa, LA CARRETERA, que ganó el premio Pulitzer de novela en 2007.
En esta historia el mundo que habitamos ha sido devastado por un cataclismo. La tierra ha quedado estéril y está cubierta por la ceniza causada por los incendios que han acabado con todos los bosques.
En este desolado paisaje de Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo (...
) un hombre y un niño caminan, con sus escasas pertenencias (varias mantas, un mapa roto y un revolver con dos balas) en un carrito de supermercado, por la carretera que los llevará hacia el sur, a la costa y a climas más templados.
En su texto, McCarthy transmite el cansancio con frases cortas y concisas, sin adornar las acciones ni los pensamientos de los protagonistas, sin poner guiones en los diálogos, tal vez para reflejar que incluso el lenguaje está desapareciendo o describir una terrible ambigüedad entre las palabras del adulto y del niño.
No esperaba grandes sucesos en la historia, de hecho, al leer las minuciosas descripciones de los registros de las casas que van encontrando, o los diálogos con frases cortísimas parece que va a ser tediosa. Pero me interesaba saber qué les podía ocurrir a los protagonistas, hasta tal punto que comencé a sentir la desazón y el miedo junto a ellos. Sí, porque esta historia es de miedo, no ese miedo o terror del susto fácil con mucha sangre estilo VIERNES 13, miedo de verdad, miedo a encontrarme con otro ser humano, miedo a la oscuridad absoluta de un mundo en el que el sol está eternamente cubierto y la noche es más oscura que la ceguera, miedo a la lluvia, al viento, a sobrevivir, a saber que las dos balas que llevo en mi revolver no son para defenderme, son para tomar una decisión, miedo a descuidarme un momento y que otros supervivientes acaben conmigo... y a la ceniza, y al frío, a la oscuridad presente, todos los días. Siempre. Todo ello unido a la búsqueda constante de comida, a la tristeza de no tener esperanza a medida que avanzo por la sempiterna carretera, porque los bosques están destruidos, quemados... muertos. Y de nuevo la eterna ceniza, que el viento sólo cambia de sitio, lo cubre todo: la tierra, el mar, los ríos. Poco importa la causa del cataclismo que ha dejado al mundo en este estado. Sólo importa sobrevivir, avanzar hacia un lugar más cálido que sé que ya no es posible y envidiar a los que ya no existen.
Recomendar la lectura de una novela no es fácil. Lo que a unos entusiasma a otros aburre soberanamente. Si se deciden por ésta quiero que sepan que, de las múltiples portadas de las distintas ediciones que existen, la que he elegido para la cabecera es la que mejor describe lo que encontrarán dentro.

Una movida de carretera, en libre traducción del inglés, no parece una idea demasiado original, tampoco lo es una aventura post-apocalíptica en un mundo devastado por lo que parece un conflicto nuclear, donde los escasos supervivientes subsisten rebuscando en las desechos de su civilización, devorándose unos a otros, refugiándose en comunas o armando ejércitos con lanzas, porras y restos de armas de fuego. El primero es un tema usual en películas y novelas y el segundo ha sido tan ampliamente tratado que constituye todo un subgénero dentro de la ciencia-ficción.
¿Que tiene pues, de especial esta novela para haber sido ganadora del Pulitzer?
Pues habría que preguntarle a los jurados de tan prestigioso galardón yo por mi parte diré que me ha gustado bastante.
¿Por qué? Podría ser porque un aficionado siempre se sentiría inclinado a apreciar una obra reconocida a tan alto nivel, sin embargo dicha explicación es incluso subjetiva dentro de esta subjetiva opinión y no seré yo quien busque argumentos para el estéril debate de si la ciencia-ficción es o no digna de la alta cultura.
Reconozco también que las historias de desastres, en concreto las de supervivencia y reconstrucción, son de mis favoritas, es un dato a favor, pero hay algo más que el volver a leer sobre la fragilidad de las bases de nuestra segura sociedad, lo vano de la mayoría de nuestros grandes conflictos, el salvajismo latente en el interior de cada ser humano o el impulso que nos lleva a rendirnos o a luchar por la supervivencia cuando todo lo que nos rodea nos condena a una muerte segura. Si, narrada de forma magistral en párrafos cortos y concisos diálogos, esta historia de un mundo de cenizas y desolación, es sobre todo la historia de un padre y su hijo de diez años camino del sur y del mar, es una historia de ternura, de desesperación y de esperar contra toda esperanza, una historia que conmoverá a cualquiera que tenga hijos sobre todo si, como en mi caso, uno de ellos tiene diez años.
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