
La estrategia con las novelas de entretenimiento consiste en acercarse a ellas con celeridad, disfrutar lo posible con su lectura, obviar los detalles desaforados y olvidarlas a la misma velocidad con la que se han leído. De lo contrario, lo que podría ser una lectura entretenida puede convertirse en una tortura constante y para nada gratificante.
PLATA PURA en un derroche trepidante de batallas y acciones bélicas, llena de soldados valientes, mandos paternales y aderezada con toda la crudeza de la vida en el frente. Hay que valorar el trabajo de Dan Abnett, que recrea con verismo el horror de la guerra de trincheras y el absurdo de tantas vidas perdidas en maniobras desquiciadas, a mayor gloria de generales que juegan en el campo de batalla con la misma ligereza que en un ajedrez.
La acción transcurre en Aexe Cardinal, un planeta estancado en una guerra de trincheras, que dura ya cuarenta años, entre Aexegaria y la República de Shadik, éstos últimos, los malos. En ayuda de Aexegaria y sus aliados el Imperio envía un cuerpo de élite, Los Últimos de Tanith, también llamados Los Fantasmas de Gaunt, para intentar dar un vuelco a la situación, pero el barro de las trincheras atrapa a estos expertos en infiltración y golpes de mano hasta que la enérgica intervención de Gaunt, su coronel-comisario, ante el estado mayor de los aliados consigue que se les asignen misiones más acordes con su capacidad de combate.
Hasta aquí todo bien, como digo Abnett es un narrador competente y en apariencia bien documentado, y proporciona al relato grandes dosis de realismo y emoción. Nada que objetar a ese respecto.
El problema surge cuando empieza a sonar un molesto zumbido de alarma. Algo va mal, algo chirría en la novela, la puesta en escena, que parecía ideal, falla, los aguerridos soldados fallan, todo falla estrepitosamente hasta convertirse en un pastiche absurdo a cada página que pasa.
Así, entre las incoherencias que pueblan la novela está que los curtidos Fantasmas de Gaunt tienen como arma fetiche un cuchillo de plata pura. La plata, el mejor conductor eléctrico conocido, también es un metal notablemente blando (sólo un poco menos que el oro), sugerir entonces que un cuchillo de plata, y además pura, puede ser un arma decente en la que confiar es poco menos que hacer apología del suicidio. Otro absurdo es el escenario táctico que se plantea, en un Universo en guerra, con naves espaciales, campos de fuerza, armas de rayos, soldados genéticamente potenciados, y mil armas asombrosas más, la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial es tan anacrónica como un reloj de pulsera en una película de romanos. Abnett se hace el loco respecto a la aviación y los carros blindados, mencionándolos muy de pasada, pero en 1917 la batalla de Cambrai, donde se utilizaron por primera vez carros de combate bastó, pese a su ambiguo desenlace, para dar un giro definitivo al conflicto y desbloquearla definitivamente la guerra de trincheras.
La sensación de absurdo era tal que llegado a un punto acabé la novela por pura inercia, pero llegar al final fue lo peor... sencillamente no hay final. Se debe tener muy en cuenta que las novelas de Warhammer 40.000 están concebidas como ambientaciones para juegos de rol, y que una vez creada la ambientación (aunque no tenga ni pies ni cabeza, como esta) el resto sobra. En menos de cinco páginas Gaunt anuncia a sus subordinados que ha recibido ordenes de desplazarse a un nuevo destino. Casi como una bofetada burlona, éste último capítulo se titula Dejar el trabajo a medias.
Como dije al principio. La estrategia con estos libros es leerlos muy rápidamente y olvidarlos más rápidamente aún, la tentación de analizarlos mínimamente acaba en desastre.
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Publicado originalmente el 30 de mayo de 2004 en www.ciencia-ficcion.com