RUR se estrenó en Praga a principios de 1921, y en su momento fue un bombazo porque además de ser una de las primeras obras de teatro de ciencia-ficción e inventar
el término robot, dejó las bases de lo que serían todas las obras posteriores sobre la relación entre el hombre y la máquina inteligente. Čapek, que tampoco fue el primero en tocar el tema, lo hizo de tal manera que poco de original se encuentra en las obras que durante años han seguido su estela. Ni siquiera Asimov, obsesionado con él asunto, aportó mucho más a la relación entre hombres y máquinas, en incluso en algunos aspectos era más anticuado que el propio Čapek.
La acción transcurre en la isla donde se ubica la Fábrica de robots universales Rossum, a ella llega Elena Glory, una joven idealista perteneciente la Liga de la Humanidad a una organización humanitaria dedicada a la liberación de los Robots. Domin el director de la fábrica, le cuenta la historia del viejo Rossum, decidido convertirse en algo parecido a Dios mediante la reproducción artificial de seres humanos, pero acabó produciendo una serie de máquinas
para ser vendidas como trabajadores baratos. Elena tiene la certeza de que los robots tienen alma, por eso la actitud casi despreciativa hacia ello de Domin la repugna y todos sus esfuerzos van dirigidos a que tomen conciencia de si mismos, pero los robots son lo que son y se estrella ante su indiferencia.
Sin embargo, con el tiempo algo ocurre. Los índices de natalidad de la humanidad bajan hasta que dejan de nacer niños, a la vez, los robots, a causa de ciertas modificaciones sugeridas por Elena a los técnicos, van despertando a la consciencia y se empiezan a suceder por el mundo incidentes cada vez más graves en los que los robots asesinan a los humanos, finalmente solo quedan los habitantes de la isla que también acaban por ser exterminados. Una nueva humanidad
ha ocupado su lugar.
Hay varias cuestiones interesantes en RUR. Čapek no imagina a sus robots como artilugios mecánicos, sino como el producto de lo que hoy llamaríamos ingeniería genética. Describe cubas
y estampadoras
para procesar protoplasma, y crear cuerpos de robot. También indica que deben ser educados programados
, pues no nacen
como un lienzo en blanco.
También hay que señalar la confusión a la que puede llevar una maquina inteligente
a un ser humano. Como si de un Test de Turing se tratara, el aspecto y ciertas respuestas racionales, que no por ello deben considerarse razonadas, pueden hacer creer que la máquina posee sentimientos y conciencia de si misma. Los robots que conoce Elena al principio de la obra no tienen nada de eso, y se lo demuestran una y otra vez, hasta que ella interfiere en el proceso de fabricación influyendo en la creación de robots sintientes
.
Tampoco hay que olvidar que la obra se estreno tras la Gran Guerra, que dejó Europa traumatizada. Esa fue la primera guerra maquinista
, en la que aviones, tanques, ametralladoras dejaron de ser artefactos más o menos ingeniosos para convertirse en máquinas de repartir muerte. El maquinismo del que en cierto modo advierte Čapek es consecuencia de todo ello. Aunque mucho caso no parece que se le haya hecho.
Čapek al final propone a los robots, más puros, menos influenciados por la historia y el odio, como herederos del planeta. Aunque en 1920 el maquinismo podía verse con recelo, lo que era incuestionable era la visión de la humanidad como centro del mundo, por eso más que destruirla, la renueva.
La obra es ñoña en algunos aspectos, como la propuesta de matrimonio que le hace Domin a Elena, o el tratamiento caballeroso
hacia ella, supongo que son cosas del gusto de la época, pero eso no hace de menos al tema central, hasta que punto conviene jugar a ser Dios.
José Luis Forte en El antepenultimo mohicano (rv. 2025-01-12)
Manuel Rodríguez Yagüe en Un universo de ciencia-ficción (rv. 2025-01-12)
Sergio Mars en Rescepto (rv. 2025-01-12)
