De cuando en cuando me gusta echarme para el cuerpo lecturas ligeras y, en cierto modo, descerebradas. Estar todo el santo día leyendo manuales técnicos y estudiando informes acaban por quitarme las ganas de ponerme con lecturas densas y de pensar
. Por eso devoro novelas malas
de casi cualquier género, solo pido que sean vivaces, que el estilo no sea complicado, que los buenos sean muy buenos y los malos muy malos.
El caso es que CENTINELAS DE LA GRAN RAZA cumple todas estas características, es una novelita de las de a duro
con algo de ínfulas. Según se puede leer en la entrega 21 de La gran Historia de las novelas de a duro, de José Carlos Canalda, la colección Infinitum, en la que estaba encuadrada, era una curiosa mezcla de los autores españoles habituales, firmando con sus propios nombres o pseudónimo (Domingo Santos, por ejemplo), y autores anglosajones y franceses. En el caso de esta novela parece ser que hay trampa
, según se puede leer en su ficha de La Tercera Fundación, Max Cardiff (o Gardiff, como aparece escrito en las reediciones de Súperficción/Extra Ficción) es claramente pseudónimo de Emilio Martínez Fariñas (Elliot Dooley), clásico de los bolsilibros (y responsable editorial de la colección Héroes del Espacio de Ceres/Bruguera). Su nombre aparece acreditado como traductor, cosa que es una práctica habitual en la novela popular
.
El argumento es una recopilación de todos los tópicos posibles: una expedición parte al Himalaya en busca del Yeti que... resulta ser un extraterrestre, que vigila el desarrollo de la raza humana porque un grupo de notables intergalácticos ha decidido que, por su belicosidad, es un peligro para el Universo. La expedición nace dividida porque hay quien quiere estudiar al Yeti con parámetros puramente científicos (capturarlo, meterlo en una jaula y hacerle experimentos) mientras otros simplemente quieren verlo bien muerto. Resulta que el Yeti es telépata y cien mil cosas más, y mata a los que quieren matarlo (ojo por ojo...) mientras que a los que quieren viviseccionarlo los recluta para montar una secta que contenga las malvadas intenciones de un gobierno mundial en la sombra, que quiere hacerse con el control del mundo mediante el inteligente método de destruirlo todo previamente.
Todo son idas y venidas a toda pastilla por medio mundo, luchas mentales, planes que salen bien, planes que salen mal, un montón de filosofía de baratillo, algún que otro romance y toques melodramáticos, y al final, como sabiamente decían los Barones: el bueno siempre gana y la chica se salva.
La novela está escrita con apresuramiento (creo que más del habitual) y hay detalles que son de risa: cuando a nuestros héroes se les encarga montar sucursales de la secta (tal cual) en distintos continentes, se habla de quedar a charlar
de sus cosas de gurús entre las cuatro y las seis de la mañana (entre otras habilidades son capaces de dormir solo tres horas al día), sin que al autor se le ocurra especificar el tonto detalle del uso horario.
El tratamiento de la tecnología también es desconcertante. Max Cardiff
habla de extraterrestres (como el propio Yeti), de invadir otros mundos, de conquistar el Universo, pero embarca la expedición al Himalaya en un Super-Constellation, un cuatrimotor a hélice con motores de pistón, un avión francamente bonito y revolucionario en los años 1950, pero que en 1965, año de publicación de la novela, llevaba ya ocho años sin fabricarse, superado tecnológicamente por los 707 y DC-8, y que a saber en que condiciones estará en el siglo XXII, que es cuando se supone que se ambienta la historia.
Por no dedicarle más tiempo a algo que no lo merece: un montón de topicazos escritos a toda velocidad, que se leen igual de rápido que se olvidan. Con todo, es como el vino malo, que emborracha igual que el bueno, tiene algo de adictivo que hace que si se ha llegado a cierto punto, no se pueda dejar la lectura tan fácilmente.
