
Uno de los males de la ciencia-ficción actual es esa elefantiasis que convierte historias relativamente sencillas en epopeyas interminables sin aportar nada más que resmas de papel inútilmente empleado, líneas argumentales estiradas hasta el absurdo, diálogos plúmbeos y repetitivos, y chapoteos por la psicología de personajes por otro lado más bien planos.
No es que sea un mal exclusivo del género, a poco que se mire y remire por la estanterías de las librerías, la cantidad de gruesos volúmenes que las inundan hace creer al lector poco avisado que se ha equivocado de comercio y está ante un muestrario de ladrillería. Se ha hablado mucho de las causas de tanta obesidad literaria, desde el pago por palabra al autor, hasta la pillería editorial de satisfacer psicológicamente al comprador ofreciendo un producto acorde con el precio, es decir, que el objeto obtenido tenga unas dimensiones y lastre equivalentes a su peso en moneda fuerte.
Esta REINA DE LA NIEVE sufre de esa obesidad literaria, lo que la convierte en una lectura pesada y en momentos exasperante. Por enésima vez una brillante idea se ve abrumada por un desarrollo excesivo. La novela cuenta como el semisalvaje Tiamant, un lejano planeta perdido a la vuelta de la esquina de un agujero negro, queda aislado cíclicamente a causa de la actividad del citado agujero negro, que por lo además sirve de puerta de comunicación con el resto de la galaxia. Las coloristas costumbres locales incluyen sustitución de monarcas, sacrificios humanos y orgías variadas durante el cambio de ciclos, pero hete aquí que Arienrhod, la reina de turno, decide modificar el plan previsto y perpetuarse de forma harto sutil en el trono. La cosa es más complicada que todo eso porque Tiamant es la productora de la exclusiva Agua de Vida, el agua de la eterna juventud, motivo por el que el planeta es mantenido a un bajo nivel tecnológico, no vaya a ser que decida nacionalizar el monopolio. Arienrhod no está dispuesta a que esto suceda así, y organiza una complicada conspiración para que uno de sus clones, Luna, la suceda en el poder y además consiga mantener y mejorar el nivel tecnológico de Tiamant durante el periodo de aislamiento del resto de la humanidad.
El tono de culebrón de este pequeño resumen es la extensión del que se mantiene durante toda la novela. Todo son complicaciones, embrollos, traiciones, pérdidas, encuentros, muertes que no son muertes y todos esos pequeños trucos que tan bien han funcionado desde los tiempos de los folletones decimonónicos. En ese sentido REINA DE LA NIEVE funciona admirablemente, se sigue a un personaje, se le deja en una posición más que precaria y se le vuelve a retomar al cabo de decenas de páginas para resolver el conflicto y embarcarle en uno nuevo. Naturalmente esas decenas de páginas están destinadas a hacer lo propio con la multitud de personajes que pueblan la novela. Ni que decir tiene, que como buen culebrón, acaba cono debe acabar.
Particularmente, ahí acaban todas las virtudes de esta novela, porque tanto literaria como estilísticamente es cargante hasta la extenuación. En ese sentido también resulta decimonónica, pero esta vez en el peor sentido de la palabra, el envaramiento, la sobreescritura y la poca agilidad con la que se desarrolla la narración llegan a ser agotadoras en demasiadas ocasiones.
Resumiendo, me he leído la novela de un tirón, pero saltándome muchas páginas de parlamentos soporíferos y el sabor de boca final no es precisamente el que dejan las novelas excepcionales.
Respecto a la edición, el Grupo AJEC sigue sin levantar cabeza. Este libro está especialmente mal editado, además de las típicas erratas que cualquier programa de ortografía medianamente competente es capaz de detectar, el caos con el tamaño de las letras, el espaciado y el interlineado es desconcertante. El esfuerzo por recuperar obras casi olvidadas en el mercado en español no se ve reconocido cuando el producto final es de una calidad tan cuestionable. La revisión de los textos en crudo y las artes finales es la parte más tediosa, pero también la más visible del trabajo del editor, y como tal hay que cuidarla al máximo, no siempre se puede achacar los desastre a los malentendidos con la imprenta.
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Publicado originalmente el 14 de diciembre de 2008 en www.ciencia-ficcion.com