
En España, la ciencia-ficción hard no ha estado demasiado bien vista por los estudiosos del género. Por un lado, mayoritariamente formados en humanidades (periodistas, filólogos, etc.), su laguna en lo que respecta a la formación técnica y científica les impide disfrutar plenamente con ese tipo de relatos, además de que tienden a cuestionar la cualificación literaria de los científicos (físicos, químicos, biólogos) que se atreven a embarcarse en el mundo de la narrativa. Ignorar algo que no se comprende y que además se supone mal escrito, a favor de otras formas más literarias
y elevadas
de entender el género ha hecho bastante daño a la ciencia-ficción española por cuanto este subgénero y sus cultivadores, han quedado en un segundo plano en estudios y ensayos.
Algunas obras han trascendido a esos prejuicios, como el Ciclo de Akasa-Puspa, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal, además de ser una gran obra por si misma, en cierto modo es anterior a esta generación de estudiosos, por lo que pudo llegar a los aficionados sin que ninguna objeción apriorística le impidiera desarrollarse adecuadamente. Otro autor en este tipo de literatura, que lamentablemente se prodiga poco últimamente, es Luis Ángel Cofiño, sus novelas EL CORTAFUEGOS, PERROS BAJO LA PIEL y la imprescindible SU CARA FRENTE A MI son un ejemplo de maestría narrativa. Otro ejemplo es el de Miguel Ángel Santander una de las últimas incorporaciones a esta corriente.
En lo que respecta a LA ESFERA DE BOLZTMANN, lo primero que conviene es enterarse de quien fue el señor Bolztmann. Por lo que he leído por ahí (no, yo tampoco tenía el gusto) se trató de un físico austriaco de finales del siglos XIX que hizo notables aportaciones en la aplicación de métodos estadísticos al estudió la cinética de los gases y al de la termodinámica, que ayudaron al desarrollo de la mecánica cuántica y a confirmar que los átomos eran algo más que una entidad teórica.
David Casas toma la Constante de Bolztmann (que, sin entrar en muchas profundidades, viene a definir la cantidad de formas en las que se pueden ordenar los átomos de un sistema) y la convierte en el punto de partida de un experimento en el que un grupo de científicos, el profesor Augusto Volert, la doctora en física Silvia Narel y el ingeniero informático Marcus Velbon, además del periodista Janus Dabal, se encierran en una esfera dentro de la que primeramente se digitalizará el estado del sistema, para volver a ordenarlo
cada 24 horas tal cual estaba originalmente.
La tarea de los científicos será, pues, comprobar día a día cuales son los distintos derroteros que toma su actividad diaria cada vez que ésta se reinicia, y la del periodista preparar una crónica con fines divulgativos de la evolución del experimento.
Ciertamente resulta chocante que los esferonatuas
vean como sus vidas se reinician cada 24 horas. Ninguno de los cambios producidos en ese intervalo permanecen: heridas, cortes de pelo, ¡indigestiones! Los personajes harán lo que quieran sin que ello les reporte consecuencias permanentes, si bien, se podría pensar que el estado
de la materia pueda revertirse
, no ocurriría así con la energía consumida en el intervalo, lo acabaría por introducir algún tipo de desequilibrio en el experimento, pero David Casas se asegura de no dejar ningún cabo suelto al respecto al dar algunas explicaciones respecto a la segunda ley de la Termodinámica. Una única pega que se puede poner al proceso es que se hace muy cuesta arriba que en la primera fase del experimento la memoria, es decir, el cerebro de los personajes se mapea aparte y no se revierte
conservando un recuerdo lineal en todo momento. Bien, si se acepta la reversión
se puede aceptar también la habilidad del ordenador cuántico de la esfera para manipular átomos individuales.
Lo que no queda bien justificado en ningún momento es la presencia de Janus, el periodista, dentro de la esfera. Se dice que es una idea del profesor Volert, el promotor del experimento, para escribir la crónica del suceso, pero para eso no hace falta un testigo de primera mano. Se supone que los participantes llevan un diario con sus vivencias, además de los informes de los experimentos realizados. Ordenar todas esas notas y unas cuantas entrevistas a posteriori bastaría para un extenso artículo, sin necesidad de encerrar durante meses al bueno de Janus con tres ratas de biblioteca en un espacio ínfimo. Aunque claro, las escenas de sexo subidas de tono (gratuitas y directamente pornográficas) entre Janus y la doctora Narel, y ciertos sucesos sangrientos no hubieran sido lo mismo.
En realidad, pese a su brevedad, la novela no deja de ser un tanto dispersa. Si bien centrada en el experimento y la desconfianza hacia el doctor Marcus, responsable del ordenador cuántico, la relación entre Janus y la doctora Narel desvía la atención del verdadero leit motiv de la novela. El estilo todavía es tosco y envarado en ocasiones, está claro que se trata de una opera prima, y aunque David Casas ha contado con la ayuda de Sonia Hervás en la revisión del texto, se nota la falta de oficio.
En todo caso, LA ESFERA DE BOLTZMANN representa una buena carta de presentación del autor y la certeza de que el hard se puede cultivar sin complejos ni ser relegado a un gueto.
El contenido de este texto puede ser total o parcialmente reproducido sin autorización explícita y previa del autor y bajo cualquier medio de comunicación siempre que se den las siguientes condiciones:
- Debe incluirse la totalidad de este pie de página.
- No puede modificarse, con la excepción de correcciones ortográficas, tipográficas o de traducción a otro idioma, y nunca excepcionando las correcciones de estilo, contextuales o gramaticales, de las cuales se hace responsable el propio autor en el texto original.
- El autor no renuncia a sus derechos de propiedad intelectual legalmente constituidos y se reserva la posible reclamación oportuna siempre que el medio en que se reproduzca reporte beneficios económicos de cualquier tipo.
Publicado originalmente el 31 de julio de 2016 en www.ciencia-ficcion.com
