Sitio de Ciencia-Ficción

12 de enero de 2025

Gastón Germán Caglia
Especial Vigesimoctavo Aniversario, 11
Malo malo con mi otro yo
por Gastón Germán Caglia

Tiempo estimado de lectura: 3 min 20 seg

Puestos a pensar en personajes malvados de la ciencia-ficción, o de las artes en general, no puedo dejar de observar que nuestro peor enemigo, nuestro némesis, es el que nos conoce a la perfección. Y quien mejor que uno mismo.

Sabido es que nosotros mismos podemos auto boicotearnos o jugarnos malas pasadas con pensamientos negativos, sin embargo, cuando ese otro yo que habita en nuestro cerebro se materializa, de distintas formas, en nuestra vida, nos vamos a encontrar con que nuestro peor enemigo es nuestro doble, ese otro yo proyectado en o hacia otra entidad, separada de la propia.

El tema ha sido ampliamente desarrollado por la literatura europea desde el siglo XVIII en donde se ha escrito sobre el doble o doppelgänger. En particular la obra de Dostoievski (1821-1881), EL DOBLE, que relata las peripecias de un ignoto empleado público que sufre un descenso gradual hacia la locura merced a la fatídica aparición de su doble, quien le va poniendo zancadillas a su tranquila y ordinaria vida. Aunque sin embargo el máximo exponente de la literatura decimonónica es la visión de Robert L. Stevenson (1850-1894) en EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE.

En la literatura latinoamericana el tema también fue ampliamente tratado, en particular en los orígenes de la ciencia-ficción, allá en la primera mitad del siglo XX.

El gran Jorge Luis Borges (1899-1986) sentía aversión por los espejos pues estos no solo pueden llevar a la disolución del yo, relacionándolo con la idea del fetch escocés, un doble que regresa de la muerte para llevarte, sino que también, como dijo en un cuento: Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.

O en BORGES Y YO en donde un Borges teme desaparecer frente a otro Borges. Y en EL OTRO, donde el autor se encuentra con un duplicado de él pero rejuvenecido.

Dice en EL CENTINELA­:

Me acecha en los espejos, en la caoba, en los cristales de las tiendas. Una u otra mujer lo ha rechazado y debo compartir su congoja.

En Borges el miedo a los espejos trasciende lo físico para adentrarse en lo metafísico, lo existencial y lo filosófico, actuando estos como portales que nos introducen en la psique, en la sombra arquetípica, cuestionando en definitiva nuestro propio ser, tema que no es el que nos convoca. Dijo en una entrevista:

En mi casa había un mueble con tres espejos. Yo tenía miedo a que alguno de esos reflejos se pusieran a vivir por cuenta propia...Yo conocí de chico el horror de una multiplicación espectral de la realidad...

En Julio Cortázar (1914-1984) el tema del doble se proyecta a través de los sueños, como en LEJANA, relato que nos muestra la transmutación de los cuerpos o mejor, de las mentes, de dos mujeres, una adinerada y otra extremadamente pobre. La mujer adinerada será atraída hasta la mendiga para transmutar su mente ocupando una el cuerpo de la otra.

Bioy Casares (1914-1999) lo trata en LA INVENCIÓN DE MOREL con un lunático doctor Morel que se carga a sus amigos de una desolada isla merced a la idea trasnochada de duplicar sus imágenes por toda la eternidad.

Por otro lado el inclasificable uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964), en EL SINVERGÜENZA o DIARIO DEL SINVERGÜENZA (1957), obra que irónicamente adolece de varias versiones o duplicados, una maldición que también arrastra la obra EL DOBLE de Dostoievski, relata en forma de múltiples párrafos inconexos un descenso a la locura dado que la sustancia de su yo ha volado por los aires debiendo buscarla en ese otro. Dice en esa obra fragmentaria:

...Cuando era niño vi a un enfermo al que le mostraban su propia mano y decía que era de otro. Hace poco tiempo descubrí que yo tenía esa enfermedad desde hacía muchos años. Tal vez habría empezado en aquel tiempo, en una noche en que después de apagada la luz veía andar sola la mano del hombre y metía las mías entre la (sic) cobijas...

Para luego continuar:

Una noche el autor de este diario descubrió que su cuerpo, al cual llama el sinvergüenza, no es de él; que su cabeza, a quien llama ella, lleva, además, una vida aparte: casi siempre esta (sic) de pensamientos ajenos y suele entenderse con el sinvergüenza y con cualquiera.

Julio Garmendia (1898-1977), desde su relato EL DIFUNTO Y YO , introduce en la realidad, por lo menos en la del protagonista del relato, a su alter ego, quien destruye en pocos días la vida que llevaba, y con ello su cordura, pues su unidad se rompe al mejor estilo de Kafka produciendo el quiebre de un orden como consecuencia de que ese ser desdoblado, su alter ego, ocupa su lugar, inclusive frente a su esposa.

Por otro lado Gastão Cruls (1888-1959), escritor brasilero de ascendencia belga, más conocido por su obra A AMAZONIA MISTERIOSA , publica hacia 1938 un relato, MEU SOSIA, donde explora el tema del doble desde el absurdo de ver aparecer en una biblioteca a su copia, una copia perfecta de él que se encuentra documentándose para escribir un libro similar al que el original está escribiendo.

Como en el caso anterior, el original, en un proceso diario que lo lleva desde la sorpresa a la locura, verá claudicar sus fuerzas, en un hospital, frente a este doble que lo acaba superando.

Ricardo Piglia lo dice a través de su alter ego (?) Emilio Renzi en su cuento UN PEZ EN EL HIELO: Lo que tememos más secretamente siempre ocurre.

Transcribo la parte del cuento pues no tiene desperdicio:

... Dos días después, en el tren que lo trajo a Turín, vio a otro amigo que salía del vagón comedor, era Mario. Emilio se levantó sonriendo y Mario pasó por el pasillo como si él fuera invisible. Empezó a creer que teníamos un doble en el otro continente, el mundo era un espejo, y todo estaba duplicado pero fuera de lugar.

Una mujer igual a Inés con el hombre de pelo blanco era demasiada coincidencia. Los dos dobles iguales en el otro lado del mundo. No podía ser, desvariaba. Atacado por un impulso mimético, veía todo repetido, construía réplicas. Hacía días que no hablaba con nadie. Quizás era eso. O quizás tenía razón y pronto iba a encontrar a alguien que era él mismo (pelo crespo, anteojos, cara de sonámbulo) y entonces... ya sabía lo que le pasaba a los que encontraban a su doppelgänger.

Tal vez, como lo manifiesta Otto Rank, en su ensayo de 1914, EL DOBLE, existe una relación entre el lado angustioso y desconcertante de la aparición del doble en la literatura y las creencias de las civilizaciones antiguas sobre la muerte y sobre la inmortalidad del alma, sin dejar de observar la enfermedad de las psiques de los que escribieron sobre esta temática.

Quizás, en forma velada, todos estos autores rindan tributo al arquetipo de Carl Jung, a la sombra, esa parte de nuestro ser oscuro y reprimido que nuestro yo consciente no reconoce como propio y que asecha desde lo más profundo en una lucha por convertirse en nuestro peor enemigo, lo más malo de nosotros mismos.

© Gastón Germán Caglia
(1.202 palabras) Créditos
Gastón Germán Caglia es colaborador habitual del Sitio
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