Ya van siendo numerosas las voces que denuncian un retorno de nuestra civilización a formas y usos propios de la Edad Media. Sin ir más lejos Manuel Delgado, en los encuentros de ciencia-ficción de Mataró de este año, hizo interesantes reflexiones al respecto. Nos explicó como la literatura y el cine pueden constituirse en reflexiones a menudo más profundas que otras sobre estos estados de transición. Una nueva constatación la he tenido hace poco; estaba terminando de leer un libro sobre las cruzadas. En la misma habitación la televisión emitía las noticias y en ellas se estaban narrando los mismos hechos, en los mismos lugares, pero referidos a la situación actual de oriente próximo. Para colmo de males las conclusiones del historiador sobre el balance final de las cruzadas parecían un vaticinio sobre el momento actual y el futuro próximo: violencia innecesaria, incremento del fanatismo, destrucción de las relaciones pacíficas entre las culturas...
El tema sería muy amplio de analizar, pero quiero aportar un grano de arena uniéndolo a otro que también es actual: la tradicionalización de la cultura. A partir del Renacimiento se impuso en occidente la idea de que la cultura consistía en la búsqueda de la excelencia. A partir del final de la segunda guerra mundial, parecía incluso que esta concepción de cultura era el motivo por el cual la evolución de la sociedad podía equipararse a progreso, no solo material, si no incluso moral. La búsqueda de la excelencia significaba, entre otras muchas cosas, un incesante caudal de ideas nuevas, junto a una maduración social de las mismas por el diálogo y una crítica inteligente que permitía orientar y discernir.
Este bello panorama ha estado cambiando a marchas forzadas. Desde hace poco más de una década el término cultura a visto modificado su contenido, hacia una idea romántica, pero también más cerrada, que podríamos llamar tradicionalista. Ya no se entiende que el objetivo sea buscar la excelencia tanto como propugnar un mantenimiento de viejas fórmulas. En este sentido, cuando cultura se iguala a las más rancias tradiciones, es cuando se producen casos tan esperpénticos como el de un ministro español, que comparó recientemente las costumbres de vestimenta de los musulmanes con las mutilaciones rituales del África preislámica.
La modificación del concepto cultura no es inocente; conviene a muchos proclamar la excelencia de ciertos modelos tradicionales, a veces anclados en el pasado. Favorecen así un retorno a la mentalidad religiosa más puritana que tanto gusta a los norteamericanos. Un retorno también a formas de concebir al otro propias de siglos pasados, cuando el sarraceno o el cristiano, según el bando, era malo por naturaleza y complacía a Dios su exterminio. Cada vez que el actual presidente de los Estados Unidos habla de cruzada, del bien contra el mal o de repartir justicia infinita a tiros, se sitúa mentalmente en esa etapa previa a la civilización moderna llamada Edad Media. Asume el papel de líder guerrero y nos señala una civilización perversa a la que abatir. Lo mismo que los terroristas islámicos cuando buscan en el exterior los causantes de las desgracias que asolan sus pueblos, en lugar de exigir responsabilidades a sus gobernantes, en la mayoría de los casos corruptos y feudalistas. (No es mi objetivo hablar de ello ahora, pero hará bien el lector en leer sobre el déficit de las instituciones y los movimientos regresivos de la historia islámica)
Este retorno a la barbarie, a las edades oscuras, solo puede favorecer a los manipuladores, a los que desean provocar conflictos globales por que consideran al otro un ser inferior. La cultura puede ser un remedio contra eso, pero no en su estado actual. Existe ahora una cultura entendida como defensa de lo tradicional. Cada uno prefiere su danza folclórica a la gran literatura del país vecino y el nivel de discusión es bajo. A menudo oigo expresiones como Nos interesa (o no interesa) esta forma de cultura
. Donde pone cultura ponga el lector ciencia-ficción, literatura, filosofía o lo que corresponda a su propia experiencia. Cuando se produce esta discusión, casi siempre sale un dictadorzuelo cultural tratando de imponer el canon que a él le conviene. A menudo nos dicen Esto que leéis no es cultura de alto nivel
o bien Ahora lo que toca es...
Pretenden asegurarse así que si existe cultura, como mínimo no pueda ser libre, ni adoptar formas nuevas, ni sobre todo pensar con independencia. Se trata de atar los conceptos y es lo que conviene a los nuevos líderes guerreros. Por el contrario una cultura en donde se prima la excelencia además de ser respetuosa con las tradiciones, permite la visión crítica. Una cultura de la excelencia deja libres las mentes para que exploren nuevas formas y a la sociedad para que las examine, discuta y adopte las que prefiera. Una cultura de la excelencia no es fácilmente manipulable, implica libertad y como tal responsabilidad. En ella cada partícipe es libre de explorar nuevos territorios y formas, de olvidar el canon, de proponer nuevos teoremas y lanzarlos a un público capaz de discutirlos por sí solo.
Por contra existe una cultura encerrada por la tradición, el canon, lo políticamente correcto, los intereses mediáticos. Esta nos aboca a quedar indefensos ante las ideas simplistas de los nuevos políticos guerreros, como en la Edad Media, cuando la cultura era herramienta de adoctrinamiento y el hereje cultural quemaba en la pira junto a sus libros. El actual modelo de cultura de consumo, mediatizada y sometida al imperio del mercado va en este sentido. Es una cultura encorsetada, limada, sin discusión a nivel de calle, donde solo opinan cuatro eruditos y donde solo puede repetirse la tradición, es terreno abonado al fanatismo, a la guerra y a ese choque de civilizaciones que ya se produjo en el pasado, hace mil años, y que Ben Laden y George Bush quieren volver a provocar. Si se lo permitimos, nos merecemos lo que nos pase.
