Dicen que la realidad imita a la ficción. ¿O era al revés? En cualquier caso, el mundo de la política (como cualquier otra actividad humana) no es algo ajeno al ámbito ciencia-ficción (que no olvidemos que tiene tanto o más de ficción que de ciencia). Ya en muchas historias y sagas primigenias del género encontramos esa dicotomía entre Buenos
(normalmente, defensores de la libertad y los valores democráticos) y Malos
(siniestros, restrictivos y autoritarios) normalmente representados estos últimos por alguna clase de Imperio tiránico (al estilo de George Lucas) o decadente, pero que se resiste a morir, como el Imperio Terrano de Ángel Torres Quesada. Claro que tampoco faltan quienes defienden la figura del Imperio como garante de la ley y el orden en sus dominios, aunque sea de forma un tanto parcial e interesada. Dando una de cal y otra de arena, en su obra clásica LA CAÍDA DEL IMPERIO GALÁCTICO (1978) Carlos Saiz Cidoncha contrapone ambas posturas (y alguna más) y deja caer la idea de que, por desagradable que pueda ser vivir bajo el yugo del Imperio, es preferible al caos y la larga noche subsiguientes, tal y como propone Isaac Asimov en su ciclo de las Fundaciones o, nuevamente, Ángel Torres quesada en su ya mencionado ciclo de El Orden Estelar.
Claro que no todos los Imperios tienen por qué ser tiránicos. En ESTRELLA DOBLE (1956) Robert A. Heinlein propone una especie de Imperio Constitucional, similar a las monarquías parlamentarias actuales, aunque con un cierto toque retro, además de diversas facciones políticas, intrigas, conspiraciones y otros clichés clásicos del género. El mismo autor bordeó la polémica con su obra posterior TROPAS DEL ESPACIO (1959) donde proponía una sociedad totalitaria y fuertemente militarizada en la cual servir en el ejército era un requisito previo e imprescindible para acceder a la ciudadanía, lo que levantó no pocas ampollas entre determinados sectores de la progresía intelectual del momento (e incluso muchos años después) que tildaron a Heinlein de fascista, cuando este bebe más bien de ese espíritu liberal e individualista tan propio del American Way of Life. A título anecdótico, en ESTRELLA DOBLE el autor comentaba también el entusiasmo de las damas de la alta sociedad norteamericana por ser recibidas en la corte del Emperador, haciendo así énfasis en otra característica del género: el glamour de los títulos de nobleza, no digamos ya de la realeza. Y es que la proliferación de Princesas en apuros (desde Dejah Thoris a Leia Organa) parece ser otra de las señas de identidad de la ciencia-ficción, o al menos de su faceta más lúdica y aventurera. Y es que curiosamente, mientras que los Imperios parecen tener cierta connotación negativa, no ocurre lo mismo con la institución monárquica, tal y como apuntan autores clásicos como Edmond Hamilton o Jack Vance en sus respectivas obras. A veces incluso, rizando el rizo, esta monarquía tiene un carácter electivo, tal y como sucede con la reina Amidala de Naboo o su descendiente, la antedicha Leia Organa.
Para ser justos, no hace falta un Imperio para gobernar la galaxia (o un planeta) de forma dictatorial y con mano de hierro, como bien intuyeron George Orwell en 1984 (1947-1948) o Alan Moore en su recreación de una Inglaterra totalitaria en V de Vendetta, el comic donde aparecía por primera vez esa máscara que ha terminado por convertirse en una de las señas de identidad del movimiento Anonymous (nuevamente, la vida imitando al arte. ¿O era al revés?). Capítulo aparte merecen Imperios como el de DUNE (Frank Herbert, 1965 y posteriores) basado en el control de una materia prima, o su sucesor, el régimen personalista y Mesiánico creado por Paul Muad´dib (y su hijo Leto Atreides), un personaje en el que es posible rastrear ecos de la influencia del Valentín Michael Smith de FORASTERO EN TIERRA EXTRAÑA (Robert A. Heinlein, 1961).
Tampoco faltan aproximaciones al tema más originales, como las propuestas por Isaac Asimov en diversas series tales que Lucky Starr o el ciclo de las Fundaciones, donde parece abogar por el papel hegemónico de una élite preparada para asumir y dirigir el Estado, ya sea un consejo de Ciencias o una Fundación Psicohistórica, en lo que no deja de ser una versión corregida y aumentada del sistema de gobierno oligárquico. Claro que al final de su carrera Asimov dio una nueva vuelta de tuerca a su historia del futuro con LOS LÍMITES DE LA FUNDACIÓN (1982) y FUNDACIÓN Y TIERRA (1983) donde especula con una especie de conciencia galáctica (Gaia) que no deja de recordarnos (hasta cierto punto) a la Fuerza de George Lucas. Yéndonos al otro extremo del espectro encontramos propuestas no menos llamativas como la que hace Gilles d´Argyre (pseudónimo de Gerard Klein) en EL CETRO DEL AZAR (1974), que al igual que Dick (Philip K.) en LOTERÍA SOLAR (1955) abre la puerta a la posibilidad de que los cargos gubernamentales puedan ser elegidos a sorteo, al igual que los miembros de un jurado o los vocales de una mesa electoral. Igualmente democráticos parecen ser la Federación de Planetas Unidos de Star Trek o El Orden Estelar de Ángel Torres Quesada aunque estos regímenes tampoco son inmunes a la corrupción y corren peligro de derivar hacia un modelo más autoritario, como demuestran STAR TREK VI: AQUEL PAÍS DESCONOCIDO (1991), la más reciente EN LA OSCURIDAD (J. J. Abrams, 2013) o la decadencia del propio Orden Estelar. ¿Significa eso que la entropía es inevitable? ¿Qué la tiranía es el estado natural de las cosas? ¿Qué los ciudadanos buscamos al líder carismático que nos haga sentir tranquilos a cambio de gobernarnos con mano dura? Personalmente comparto la idea de Sir Winston Churchill a propósito de que La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás
. Nada que hagan los seres humanos puede ser perfecto a priori, pero la imperfección no es excusa para arrojar la toalla y volverse al Lado Oscuro, sino que debería de ser un acicate para mejorar, no sólo como personas, sino como especie, tal y como postulan tantos autores (y tan dispares) desde dentro y fuera del género.

