Sitio de Ciencia-Ficción

12 de enero de 2014

Enric Quílez Castro
Especial Decimoséptimo Aniversario, 2
El futuro prometido
por Enric Quílez Castro

Tiempo estimado de lectura: 2 min 47 seg

Se habla mucho últimamente sobre ese futuro maravilloso que nos habían prometido y que no ha acabado de llegar. Y esto pasa tanto en el mundo de la ciencia-ficción como en el mundo real. Todos hemos oído hablar de ese coche fantástico dotado de inteligencia artificial que conduciría solo, se alimentaría de agua del grifo y hasta sería capaz de volar. Pero la verdad, es que de momento nos tenemos que contentar con los modelos híbridos de coches eléctricos, que si bien son una maravilla tecnológica, no tienen el glamour del coche prometido.

Igualmente, parece que tendríamos que tener colonias en Marte y veranear en los hoteles de las colonias lunares. Pero lo cierto es que los americanos se lo pensaron mejor y decidieron que eso de enviar misiones tripuladas a la Luna era carísimo y que tampoco les servía de gran cosa. Los rusos no llegaron ni a eso. Y el resto de potencias espaciales están todavía demasiado en sus inicios como para desarrollar un programa colonial en la Luna. No hablemos ya de Marte, que está lejísimos en comparación con nuestro satélite.

Todo esto es cierto. No tenemos colonias marcianas, teletransportadores, regeneradores de extremidades perdidas, ni cascos telepáticos. Pero no perdamos de vista que tenemos otras cosas. Y no haré la bromita de decir que tenemos el Facebook. Lo cierto es que la tecnología humana ha avanzado mucho desde los años sesenta y setenta, cuando se hacían estas promesas tan osadas.

Hoy en día tenemos pantallas planas de plasma, se están desarrollando materiales con propiedades increíbles, como los nanotubos o el grafeno, tenemos ordenadores ultrapotentes que eran inimaginables hace treinta años, que nos permiten hacer previsiones meteorológicas o climáticas fiables; tenemos los primeros intentos de ordenadores cuánticos o de condensados de Bose, que de bien seguro que revolucionarán la tecnología de las próximas décadas. Incluso, tal vez, la fusión nuclear controlada y rentable económicamente no esté tan lejos como parece. La medicina es capaz de hacer cosas verdaderamente alucinantes y la revolución biotecnológica no ha hecho sino que empezar.

No creo que la ciencia y la tecnología no hayan avanzado demasiado en los últimos treinta años. Lo que pasa, y eso es cierto, es que éste no es el futuro que nos habían prometido: es otro. Y la verdad, en parte me alegro mucho. Porque ese futuro que se nos prometía tenía también su parte negra. Me explicaré. Lo cierto es que vivimos en un mundo de contrastes: la guerra, la miseria y el hambre aún existen en muchas regiones de nuestro planeta y son el pan nuestro de cada día para millones de seres humanos.

Pero la verdad es que el futuro que se nos vendía hace treinta años también tenía versiones bastante distópicas. Recordemos el mundo superpoblado de ¡HAGAN SITIO! ¡HAGAN SITIO! (Harry Harrison). O los mundos catastróficos de J. G. Ballard (LA SEQUÍA o EL MUNDO SUMERGIDO). Y no hablemos de verdaderas pesadillas planetarias como 1984 (George Orwell), ¿UN MUNDO FELIZ? (Aldous Huxley) o ESTE DÍA PERFECTO (Ira Levin).

Así pues, de buena nos hemos librado. Es cierto que algunas regiones de la Tierra están superpobladas, contaminadas o viven bajo regímenes tiránicos. Pero también es cierto que nunca había habido en la historia de la Humanidad tantas democracias, tanto interés por los problemas medioambientales, ni tanta opulencia en su conjunto general. Lo cual no quita, desde luego, que buena parte de la Humanidad no disfruta de estos bienes preciados.

En todo caso, a pesar de las teorías conspiratorias, no vivimos bajo una dictadura global que regula todos nuestros actos mediante telepantallas. No somos seleccionados según nuestros genes para determinar el trabajo que vamos a realizar. No debemos obtener un permiso de procreación para tener hijos. No vivimos, al menos la mayoría, en un vertedero de deshechos, con puestas de sol rojísimas debido a los gases contaminantes. Los pájaros aún vuelan por nuestros contaminados cielos y no es preciso emularlos con robots. Y aunque algunos programas de ordenador bastante avanzados son capaces de ganarle al ajedrez a un gran maestro, no tenemos a ningún HAL que decida cuándo nos convertimos en elementos sobrantes.

Precisamente, la inteligencia artificial ha sido uno de esos campos en los que hace unas décadas parecía que todo estaba escrito y que sin embargo no ha avanzado demasiado. No tenemos robots asimovianos que hagan las tareas de casa y por lo tanto, no necesitamos las tres leyes de la robótica. La máquinas siguen sin pasar el test de Turing (la verdad es que me temo que algunas personas tampoco lo pasarían) y no hay a la vuelta de la esquina ninguna revuelta de las máquinas al estilo TERMINATOR o Galáctica.

Tal vez donde mayores decepciones nos hemos llevado ha sido en la exploración del espacio. Herederos de la guerra fría, los grandes ingenios espaciales han pasado a la historia. Es cierto que tenemos la Estación Espacial Internacional, pero poca cosa más. El programa de transbordadores espaciales reutilizables de Estados Unidos se ha convertido en una pieza de museo y hasta aviones tan míticos como el Concorde han desaparecido de la faz de la Tierra. Es cierto que a la vuelta de la esquina se plantean vuelos orbitales para aquellos que tengan suficiente dinero como para costearse el pasaje, pero parece que eso de poner otra vez los pies en la Luna (y dejarlos allí durante una larga temporada) no está en los planes de nadie.

Las grandes y costosas sondas espaciales de otros tiempos se han reconvertido en ingenios más pequeños y manejables. Y relativamente más baratos. En un mundo con tantos problemas económicos, resulta muchas veces difícil justificar gastos excesivos para los presupuestos de la NASA o de los departamentos espaciales de otros países.

Eso sí, quienes apostaron en su día por una extensión de la guerra fría al espacio y a la conquista del sistema solar, supongo que debieron quedarse con un palmo de narices cuando cayó el muro de Berlín y se disolvió la Unión Soviética. Es lo que tiene tratar de predecir el futuro...

© Enric Quílez Castro
(1.007 palabras) Créditos
Enric Quílez Castro mantiene el blog El mundo de Yarhel
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