Cuando yo era niña, me encantaban los libros de aventuras. Vivía en un barrio al sur de Madrid, y el mundo se reducía a esas calles donde jugaba e iba al colegio. Aquellas novelas me llevaban a lugares lejanos, desconocidos, y por tanto maravillosos: el salvaje Oeste americano, la selva o el desierto de África, los países de Oriente, las tierras polares, las montañas, los océanos. Recuerdo la emoción y fascinación que sentía con sólo leer los títulos en la librería o biblioteca: LA ISLA DEL TESORO, EL ÚLTIMO MOHICANO, EL CORSARIO NEGRO, UN CAPITÁN DE QUINCE AÑOS... Aprendí mucho de geografía, de historia, y también de la amistad, el valor, la nobleza, la justicia.
Fue más tarde, en la Universidad, cuando descubrí la ciencia-ficción. Ya había aprendido que al mundo, la Tierra, le quedaba bien poco por ser descubierto. Sin embargo ahí estaba ese inmenso territorio de lo posible, parafraseando a Ballard: ¿qué otros planetas pueden existir allá entre las estrellas? ¿cómo serán nuestras relaciones con los seres, quizás alienígenas, que los habiten? ¿podremos comprendernos? ¿serán amigables o agresivos? ¿qué futuro nos aguarda aquí en la Tierra? ¿qué nuevos avances nos aportarán la ciencia y la técnica? ¿qué sociedades nuevas, mejores, utópicas, podríamos construir los humanos si quisiéramos? ¿qué imaginados porvenires terribles, guerras y holocaustos, dictaduras renovadas, espantos diversos, seríamos capaces de hacer realidad?
Leyendo ciencia-ficción he aprendido muchas cosas. Me encanta por ejemplo la ciencia-ficción hard, aunque no tengo formación científica, pero precisamente por eso recuerdo libros (como MUNDOS EN LA ETERNIDAD, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal, donde encontré una enorme información sobre viajes y naves espaciales) que me han servido para mi propia escritura más y mejor que cualquier manual de ciencias.
Esta literatura nos plantea que los avances científicos y tecnológicos pueden ser beneficiosos o letales, pero no debemos juzgarlos como negativos de antemano, ni temer a los cambios y lo nuevo. Además, la narrativa de ciencia-ficción (y la literatura fantástica en general) cuestiona nuestra concepción de la realidad, o más bien de lo que nos dicen que es la realidad, única y sin fisuras. Para mí lo más importante es que la ciencia-ficción amplía nuestra capacidad de imaginación, y nos enseña a pensar.
Durante años he estudiado especialmente el tema de las mujeres como autoras y personajes en esta narrativa. Me interesa mucho pues la ciencia-ficción social, política, humana, de creación de mundos extraterrestres, que es, por otro lado, y contrariamente a lo que cree la gente no aficionada, la mayor parte del género.
Aunque hay una ciencia-ficción convencional, de pura evasión, o incluso reaccionaria, militarista, machista, heterosexista, existen muchas otras novelas y relatos que, desde el principio del género, han sido profundamente subversivas y radicales. La ciencia-ficción ha planteado implacables críticas a nuestro mundo, nuestra forma de pensar y nuestras sociedades. Y también, y mucho más alentador, ha inventado alternativas a esas situaciones que critica.
Sobre todo en los países anglosajones, numerosas autoras han escrito desde el feminismo, con obras que reflejan la injusticia de las sociedades patriarcales, o inventan utopías donde no existe esa opresión, o revisan la historia para rescatar imágenes y personajes femeninos olvidados o denigrados. Podría citar a muchas escritoras: Ursula K. Le Guin, Marion Zimmer Bradley, Joanna Russ, James Tiptree Jr., Sheri S. Tepper, Suzette Haden Elgin, Octavia Butler, Vonda McIntyre, Ángela Carter...
Y no sólo ellas, sino también los autores varones me/nos han enseñado a no admitir el racismo y la xenofobia, la homofobia, la violencia y la guerra, y han imaginado para ello mundos y criaturas muy diferentes, lo que nos enfrenta a la necesidad de comprender esas diferencias y aceptarlas.
Me gusta este género porque con frecuencia se considera subliteratura, literatura marginal (de ahí le viene sin embargo, en mi opinión, sus enormes posibilidades imaginativas y revolucionarias
, de esa marginalidad que le permite decir o inventar lo que quiera) Me fascina, porque suele decirse que es lectura de gentes raras, frikis; y es que me gusta ser rara y juntarme con mis iguales a charlar de estos asuntos, y a buscar en esta narrativa lo extravagante, las fantasías más arriesgadas, y también planteamientos pacifistas, anarquistas y queers
.
No me agrada ni creo en una literatura moralista o maniquea, de buenos o malos sin matices. Pero sí defiendo e intento divulgar las obras que critican, cuestionan, enseñan, nos hacen usar el cerebro. Esa función ética y didáctica que posee la literatura de ciencia-ficción es una de sus más hermosas utopías. Resulta muy útil para los jóvenes, pero también para las personas adultas, pues nos permite recuperar la niñez que seguimos llevando dentro, allá cuando queríamos conocerlo, comprenderlo todo, y aprender y crecer, gracias a los libros.

