Sitio de Ciencia-Ficción

11 de enero de 2015

El largo despertar del sexo en la ciencia-ficción
Especial Decimoctavo Aniversario, 2
El largo despertar del sexo en la ciencia-ficción
por Manuel Rodríguez Yagüe

Tiempo estimado de lectura: 2 min 54 seg

Para un género que siempre se preció de tener mente abierta, servir de plataforma para profundos análisis sobre el hombre y la sociedad y ofrecer innumerables retratos de civilizaciones y culturas del futuro o de otros planetas, lo cierto es que a la ciencia-ficción le costó arrancar al sexo de la categoría tabú e integrarlo en sus historias. Para muchos autores y editores fascinados por la tecnología y la aventura espacial, el sexo y otras funciones corporales, no eran más que molestas distracciones orgánicas que no merecía la pena tratar.

No era ésta la única barrera, claro. Buena parte del problema residía en la percepción generalizada que se tenía del género como una extensión de los cuentos infantiles —maldición que pesa tradicionalmente sobre la literatura no realista—, lo que automáticamente eliminaba la posibilidad de mencionar, implícita o explícitamente, el sexo. Hubo que esperar décadas, hasta la de los sesenta concretamente, para que algunas cosas empezaran a cambiar de verdad y cayeran los telones cuidadosamente sostenidos por los profesionales más conservadores, en buena medida gracias a los esfuerzos del editor y escritor inglés Michael Moorcock.

Otro problema añadido siempre fue —y en buena medida sigue siendo— que la mayor parte de los escritores de ciencia-ficción han sido hombres y éstos tienen a sublimar a las mujeres en forma de ángeles o demonios. Recordemos la grácil y muda Weena de LA MÁQUINA DEL TIEMPO (1895), las sensuales princesas de Barsoom de las aventuras de John Carter (1912) o las delicadas extraterrestres vestidas de seda y joyas que Bradbury imaginó para CRÓNICAS MARCIANAS (1950).

Hubo excepciones, pero éstas se permitían porque los escritos en los que aparecían no se consideraban ciencia-ficción propiamente dicha. Aldous Huxley o George Orwell examinaron en sus obras la vertiente sexual de las sociedades distópicas que describían, pero tanto UN MUNDO FELIZ (1932) como 1984 (1949) no fueron publicitadas ni interpretadas originalmente como obras adscritas al género.

En el ámbito de las publicaciones especializadas, que entre los años treinta y cincuenta actuaron como semilleros de autores y obras clásicos, los tabús estaban mucho más enquistados. Durante décadas, la ciencia-ficción en Estados Unidos estuvo casi exclusivamente confinada al ámbito de la serialización en revistas populares cuya política editorial solía excluir todo aquel material sexualmente explícito. En este sentido, Kay Tarrant, editora ayudante del mítico John W. Campbell en Astounding Science Fiction, se hizo famosa por su prudencia al respecto, haciendo que muchos autores eliminaran de sus historias lo que ella consideraba escenas y lenguaje ofensivos si querían verlas publicadas. En parte ello respondía a la mentalidad de la época, y en parte para proteger a los adolescentes que formaban el grueso de los lectores de las revistas. Para algunos de aquellos escritores, tratar de engañar a Tarrant se convirtió en una especie de juego de ratón y el gato.

A finales de la década de los cincuenta y durante los sesenta, se produjeron dos fenómenos que contribuyeron a modificar la situación. Por una parte, la popularización en el ámbito de la ciencia-ficción del formato de libro, en el que cada vez más autores empezaron a publicar directamente, permitía enfoques más adultos y complejos. Y, por otra, la ciencia-ficción empezó a registrar un creciente número de mujeres escritoras con la consiguiente introducción de más personajes genuinamente femeninos en las historias. Algunos relatos empezaron a ir más allá de incluir casualmente a mujeres en sus narraciones o reclamar una igualdad limitada basada en el rechazo a la diferencia. Cierto número de novelas empezaron a contemplar soluciones más igualitarias a la Batalla de los Sexos.

Curiosamente, los primeros en dar los pasos iniciales en esta revolucionaria dirección ni fueron mujeres ni lo hicieron en los sesenta. A comienzos de la década de los cincuenta, Philip José Farmer y Theodore Sturgeon ya trataron el tema sexual de forma seria y explícita reconociendo que en un género que se enorgullece de imaginar sociedades nuevas y diferentes, el tabú sexual era absurdamente anacrónico, especialmente teniendo en cuenta que la ficción realista ya hacía tiempo que había empezado a eliminarlo. Farmer se adentró en el amor (y el sexo) entre especies tanto en la novela LOS AMANTES (1961, aunque serializada en 1952) como en varias de sus otras narraciones ya fueran cortas (como MADRE, 1953) o largas (CARNE, 1960). Por su parte, Sturgeon trató el tema de la androginia en VENUS MÁS X (1960) o la siempre espinosa homosexualidad en el relato corto THE WORLD WELL LOST (1953).

Hubo otros pioneros que trataron de abrir brechas en la fortaleza de moralidad atacando desde los numerosos frentes que ofrecía el caleidoscópico tapiz de la sexualidad humana. La prostitución fue abordada por Brian Aldiss en el cuento CAPULLO EN FLOR (1966); el incesto por Sturgeon en la desprejuiciada SI TODOS LOS HOMBRES FUERAN HERMANOS, DEJARÍAS QUE UNO SE CASASE CON TU HERMANA? (1967); el control de natalidad por Kurt Vonnegut en BIENVENIDO A LA CASA DE LOS MONOS (1968); el sexo a la carta en UN BILLETE A TRANAI (1955) de Robert Sheckley quien también se acercó al tema del turismo sexual en PEREGRINAJE A LA TIERRA (1956); el sexo virtual y voyeurista por Frederik Pohl en DÍA MILLÓN (196); Ben Bova escribió sobre las dificultades del sexo en el vacío espacial en GRAVEDAD CERO (1972); el erotismo entre especies aparece tratado por diversos autores, como William Tenn (DIVISIÓN DE CONDOMINIO, 1954) o James Tiptree Jr. (AMAR ES EL PLAN, EL PLAN ES MORIR, 1973); el siempre polémico y fascinante Robert A. Heinlein tocó el sexo en varios de sus trabajos como FORASTERO EN TIERRA EXTRAÑA (sexo grupal en el ámbito de la religión, 1961), NO TEMERÉ MAL ALGUNO (el transexualismo, 1970) o TIEMPO PARA AMAR (1973).

Todos estos y muchos más no fueron sino algunos de los precursores que ayudaron a sacar el Sexo del cajón de lo prohibido y empezar a utilizarlo con naturalidad para explorar una de las facetas más importantes del Hombre tanto individual como colectivamente. Quizá enterrada en alguna de esas novelas y cuentos podamos encontrar alguna pista acerca de cómo se entenderá en el futuro esa actividad al que, de una forma u otra, para practicarla o evitarla, para ensalzarla o condenarla, disfrutarla o sufrirla, tanto tiempo y energía dedica la mayor parte de nuestra especie...

© Manuel Rodríguez Yagüe
(1.049 palabras) Créditos
Manuel Rodríguez Yagüe mantiene el blog Un universo de ciencia-ficición.
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