Nos ha dejado James Graham Ballard (1930-2009) escritor británico de ciencia-ficción conocido en todo el mundo, autor de obras tan emblemáticas como LA SEQUÍA, EL MUNDO DE CRISTAL, RASCACIELOS, VERMILLION SANDS, PLAYA TERMINAL o SUPER-CANNES.
Sin ser inicialmente de mis escritores favoritos, se ha ido abriendo un hueco en mis preferencias literarias poco a poco. Lo que más he valorado de él es esa magnífica capacidad de creación de imágenes, a medio camino entre la fantasía y el puro onirismo, que generaban unos mundos muy propios de su imaginación y totalmente incomparables.
En los últimos tiempos estaba bastante preocupado por un cierto fenómeno urbano, el de las urbanizaciones de lujo, mundos cerrados y herméticos aislados del mundo real, que constituían verdaderas islas de hipercivilización que no dejaban de estar a un paso de la barbarie a la que se las rascaba un poco.
Pero sin duda alguna, yo me quedo con el gigante varado y desmantelado, las extrañas criaturas de los desiertos que él imaginó, los escultores de nubes, las selvas cristalizadas, las reflexiones sobre la civilización o los extraños adolescentes hiperviolentos ocultos tras una pátina de sofisticación.
El mundo de J. G. Ballard es riquísimo y se nutre de múltiples fuentes: de países exóticos, de viajes en avión, de los mitos de nuestra cultura moderna y también, aunque en un muy menor medida, de la ciencia-ficción clásica, que nunca recibe un tratamiento que pudiéramos catalogar como de clásico de la mano de Ballard.
Se ha ido otro gran referente literario moderno. Cada vez quedan menos y somos un poco más huérfanos. Afortunadamente, nos queda su obra, que podremos seguir disfrutando por toda la eternidad.
