Aunque pudiera parecer lo contrario, en la ciencia-ficción, por regla general, se ha hablado relativamente poco de política. En la mayor parte de las ocasiones o bien se tratan las maldades de dictaduras más o menos represivas, las vidas ejemplares de los luchadores contra esas dictaduras o, por otro lado, se incide más por el lado de la diplomacia. Pueden parecer cosas similares, pero la política trata de como se gestionan las cosas internas y la diplomacia de las relaciones con el exterior.
Curiosamente, son dos autores que cultivaron el género solo puntualmente los que se llevan la palma a la hora de poner ejemplos de dictaduras férreas; George Orwell con 1984, donde el Gran Hermano rige con mano de hierro los designios de Oceanía, y Aldous Huxley con UN MUNDO FELIZ, donde en realidad se habla poco de política, allí todo el mundo, gracias a la genética, está más que contentos con su estatus y solo los inadaptados del mundo exterior dan algún problema ocasional. En este aspecto tampoco hay que olvidarse de los autores venidos de más allá del Telón de Acero, (de cuando existía, quiero decir) Lem o los hermanos Strugatski son los abanderados en eso de escribir parábolas de lo poco agradecidos para el ciudadano que eran los regímenes comunistas.
No obstante, un buen tratamiento de la política lo tenemos en los primeros relatos de las Fundaciones, de Asimov. En LOS ENCICLOPEDISTAS vemos como un grupo de sabios dedican parte, solo parte, de su tiempo a la gestión de lo público en Términus, el lugar elegido para albergar la Enciclopedia Galáctica. Llevar las cuentas públicas y lidiar con sus agresivos vecinos son molestas tareas que están a punto de acabar en catástrofe debido a su poca habilidad para estos temas, de no ser porque un oportuno y necesario golpe de estado les aleja (con gran alivio por su parte) del poder.
No deja de ser curioso que un científico y demócrata reconocido como Asimov escribiera esta apología del golpismo. En ningún momento denigra a los Enciclopedistas, a los que en realidad dibuja como estudiosos desbordados por los acontecimientos. No obstante, aboga por barrer del poder a quien no tenga una sólida carrera política, sin que haya distracciones de otro tipo que le descentren. Al contrario de lo que postulan muchos ideólogos, parece ser que los propios científicos son los primeros en mirar con desconfianza a sus colegas que se deciden por lanzarse al maremagnum de la administración pública.
El resto de los relatos siguen en parecidos términos, describiendo maniobras políticas, diplomáticas o comerciales, hasta que la Fundación se convierte en una auténtica potencia colonial que le acaba enfrentando al viejo Imperio. EL GENERAL, muestra la parálisis de un gobierno Imperial carcomido por la corrupción y el nepotismo, lleno de personajes más preocupados de conservar y engrandecer su propios privilegios que del buen Gobierno. Naturalmente, cuando alguien antepone los intereses del Estado a los propios, se convierte en un enemigo a batir.
Lastimosamente Asimov, aburrido o falto de ideas, fue incapaz de seguir esa línea en los sucesivos relatos y EL MULO, dio un giro a una forma inteligente de entender la ciencia-ficción para pasar directamente al estacazo y tentetieso, aunque siempre a la manera asimoviana.
Robert A. Heinlein ha sido, probablemente, el único autor denostado por sus ideas políticas y la forma en las que las plasmaba en sus escritos. Desde Orwell y Huxley, que en realidad eran intelectuales que se aprovechaban del género para plasmar sus antiutopías ningún otro autor se había comprometido tanto al respecto. Es curioso, no obstante, como a finales del siglo XIX y principios del XX proliferaran las novelas que se convertían en contundentes declaraciones políticas, EL AÑO 2000, UNA VISIÓN RETROSPECTIVA, de Edward Bellamy, TALÓN DE HIERRO, de Jack London, NOTICIAS DESDE NINGUNA PARTE, de William Morris, o FRAGMENTO DE HISTORIA FUTURA, de Gabriel Tarde, describen utopías y distopías, completos sistemas políticos y sociales en una corriente que el advenimiento de los primeros años del pulp, más centrado en la space-opera, dejó de lado, pero de la que Orwell y Huxley fueron claros herederos.
Heinlein sin retomar exactamente esa tradición, no duda en poner en boca de sus personajes todo su ideario político y personal. Él era un libertariano, no creía en el estado, creía en el esfuerzo personal, creía en la libertad del individuo y en la responsabilidad de cada uno hacia su propia vida. Algunos iletrados, apoyándose en alguna declaración demasiado radical del propio Heinlen, le tacharon repetidamente de fascista, algo bastante alejado de la realidad.
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Publicado originalmente el 10 de enero de 2016 en www.ciencia-ficcion.com

