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12 de noviembre de 2023


Reciclando impurezas
Reciclando impurezas
por Francisco José Súñer Iglesias

Tiempo estimado de lectura: 2 min 34 seg

Cuando se habla de la exploración espacial un problema que pocas veces se menciona, pero que necesita de una solución perentoria, es que hacer con los desechos de los intrépidos expedicionarios. Busquen y rebusquen en todos los episodios de todas las series de Star Trek, Star Wars, Babylon 5, o cualquiera de sus series favoritas y las menciones al respecto son tan escasas como oscuras. Puede que, a lo sumo, algún protagonista se vea envuelto (literalmente) en los desechos, líquidos, sólidos o babosos, de alguna criatura alienígena (por lo general enorme), e incluso atrapado en una trituradora de basura, pero en lo que respecta a los propios es un asunto que apenas se menciona, o se hace elegantemente, como En 2001, UNA ODISEA DEL ESPACIO, donde en cierto momento el doctor Floyd estudia el manual de un retrete de gravedad cero.

Donde más protagonismo tiene es en DUNE, donde la naturaleza reseca del planeta obliga a los fremen a reabsorber todo lo que sudan (no recuerdo que Herbert hablara de orina, puede que si, pero se sobreentendía) gracias a los destiltrajes. Igualmente, no recuerdo que sucedía con los desechos sólidos. Si es que sucedía algo.

Donde si se menciona, pero para construir una serie interminable de chistes y chascarrillos es en Big Bang Theory, en ella, Howard Wolowitz era el de diseñador de los retretes de la Estación Espacial Internacional, para rechifla de Sheldon que de menosprecia doblemente por su condición de ingeniero y fontanero.

Pero el arte del reciclaje consigue verdaderas maravillas, y en EL MARCIANO (me disculparán por no haber leído la novela de Andy Weir y solo tomar referencias de la película de Ridley Scott) Mark Watney, el protagonista, consigue gracias a sus propios desechos biológicos de estado sólido, establecer un prometedor cultivo de patatas.

Otra novela donde a la fuerza ahorcan y la intimidad es tan reducida como el espacio al que se ven obligados a compartir los astronautas es HUEVO DEL DRAGÓN, de Robert L. Forward, donde en la San Jorge, nave que visita el asombroso mundo de los cheela, el espacio para el reciclaje es apenas indistinguible del habitacional y del control de misión.

Todas estas cuestiones no son meras anécdotas escatológicas ideadas por escritores con más o menos imaginación. Son problemas reales a los que se han enfrentado desde el principio las misiones espaciales. Los primeros aventureros debieron limitarse al uso y disfrute de pañales para adultos porque en el mínimo espacio de aquellas cápsulas no había lugar para refinamientos al respecto, pero eso ya fue de por si un lujo que los pioneros ni siquiera disfrutaron tanto es así, que Alan Shepard, el segundo estadounidense en viajar al espacio, tuvo que orinarse encima dentro del traje espacial porque nadie, aún, había pensado en esa circunstancia.

Con el alargamiento de las misiones algo se debía hacer al respecto, y los soviéticos, durante las misiones Vostok, fueron perfeccionando los sistemas de evacuación hasta el punto de poder registrar quienes fueron los primeros seres humanos en hacer sus cosas el órbita, teniendo semejante honor Guerman Titov, en la Vostok 2 para las aguas menores y Valeri Vikovski en la Vostok 5 en los que respecta a las mayores[1], por supuesto, había dispositivos adaptados a la anatomía masculina como la femenina, o de lo contrario la misión de la Vosytok 6, con Valentina Tereskova a bordo, habría sido tan incómoda como en los primeros viajes. Con todo, en aquella época el problema era como deshacerse de aquello, no de intentar reusarlo para fines más gloriosos.

En la Estación Espacial Internacional se lleva haciendo desde 2009, equipada mediante un sistema de depuración que recicla todo líquido disponible para convertirlo en agua cristalina y, por supuesto, potable[2]. Basta con no pensar en su origen.

Los esfuerzos al respecto son de índole internacional, puesto que además sirven para ampliar las tecnologías de depuración del agua (negra) de la propia Tierra. Fue noticia que hace unos años en el Instituto de Electroquímica de la Universidad de Alicante se diseñó un dispositivo a base de materiales exóticos para la oxidación del amoniaco[3], algo inherente a la orina, que fue probado en la ISS. De hecho, toda esta evolución ha logrado que todos estos dispositivos alcancen el 98% de rendimiento[4]

En lo que respecta a las aguas mayores el asunto se complica. Por lo pronto los astronautas tienen una dieta rica en proteínas y baja en fibra para que el paso por el tracto intestinal produzca residuos reducidos y todo lo sólidos posible sin que eso suponga un problema de salud. Por lo demás, se recogen y desechan directamente mediante sistemas más o menos sofisticados de aspiradores y bolsas plásticas que se destruyen discretamente en la reentrada en la atmósfera.

Pero el problema era tan acuciante que la propia NASA sacó a concurso el sistema de reciclado al respecto en una convocatoria tan chusca como interesante llamada Space Poop Challenge [5]. Incluso, si se pensaban que el reciclado de la orina es asqueroso, ya se está pesando en reciclar las aguas mayores para recuperar los nutrientes no digeridos y volver a introducirlos en el ciclo gastronómico de los astronautas[6]

En resumen, Sheldon no debería haberse burlado del bueno de Wolowitz, que estaba resolviendo un asunto muy serio.


Notas
Francisco José Súñer Iglesias
© Francisco José Súñer Iglesias
(925 palabras) Créditos
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