Es muy común en el ámbito de la ciencia-ficción (vale, en todos los ámbitos) la concesión de premios y la organización de concursos para identificar y descubrir al común de a pie el talento y las obras de interés.
Cualquiera, persona física, asociación o grupo de amiguetes puede organizar un premio o un concurso sin más trámites que anunciarlo con el tiempo suficiente[1]. El tema de las dotaciones económicas y el prestigio que otorga al ganador va por barrios. Todo depende de lo que las autoridades o consejos editoriales estén dispuestos a gastar, y de la trayectoria y seriedad del premio o concurso.
Particularmente, que un premio o concurso privado, esto es, organizado por editoriales, asociaciones o particulares, esté más o menos dotado económicamente me resulta indiferente, pero ya no veo con igual simpatía que un ayuntamiento, diputación, comunidad autónoma, etc., etc. se dejen una suma importante en dádivas a los ganadores. El dinerito que sale de nuestros impuestos es para el gasto común, no para destinarlo a inflar del patrimonio de ciudadanos concretos y específicos.
El asunto del prestigio es igualmente discutible. De siempre se ha sospechado que una forma fácil de prestigiar a premio o concurso es, en sus primeras ediciones, elegir ganadores entre personalidades ya de por si prestigiosas, de modo que en ediciones sucesivas se confunda el prestigio de anteriores ganadores con el del premio o concurso en si mismo.
Lo que si ha ocurrido es que dependiendo de quien haya ganado según que galardones en según que épocas los certámenes han sido atacados desde ciertos sectores restándoles validez. Ocurrió en su momento con los Ignotus, cuando por unas y otras causas, fundamentalmente demográficas
, los ganaban autores y obras que no eran del agrado de ciertos círculos, desde esos ambientes se lanzaban mensajes menospreciando el valor intrínseco de los premios. No hace falta decir que cuando la demografía
cambió, y con ella la orientación de los ganadores, los Ignotus volvieron a ser dignos
de atención.
Otra cuestión importante es que se debe diferenciar claramente que es un premio y que un concurso (de ahí el desdoblamiento cansino que he mantenido hasta ahora) En un premio
se recompensan y reconocen los méritos de una obra concreta o una labor mantenida en el tiempo sin que esa obra o labor haya sido pensada específicamente para obtener el galardón, mientras que un concurso
o certamen
es una competición en la que las obras se presentan tras la convocatoria del organizador y son evaluadas por un grupo de notables que, finalmente, decide cual es la mejor y solo cuenta la bondad de los trabajos presentados.
La confusión surge porque muchos premios se deciden por votación, ya sea popular ya sea por parte un grupo de notables, entre un conjunto de obras seleccionadas, como así ocurre con los propios Ignotus, pero un premio lo puede otorgar una entidad a un individuo concreto a discreción del organizador, por lo general con explicación razonada mediante.
Lo que sin embargo sobrepasa la línea de la elegancia son los premios disfrazados de concursos. Por el motivo que sea, el organizador decide que un individuo debe recibir una recompensa por servicios prestados, ser elegido para prestigiar el premio, o como simple operación de mercadotecnia, y monta un entramado en forma de concurso para que no sea tan evidente la remuneración del ganador. Aunque es tan sencillo como descartar cualquier obra ajena a lo proyectado, a veces las organizaciones se enredan en sus propios laberintos burocráticos de modo que lo que en un principio puede ser solo sospecha, se convierte casi en certeza.
La evidencia más clara suelen ser los plazos de entrega imposibles. Si, digamos, un concurso de cómics en el que se piden obras de 48 páginas en color a gran formato se convoca con seis meses de antelación respecto a la resolución del mismo, parece bastante razonable pensar que, efectivamente, se trata de un concurso, pero si ese plazo es de solo un mes y la difusión de las bases no ha sido especialmente diligente, da mucho que pensar.
Igualmente, si la inscripción ha de ser obligatoriamente vía web (nada de correo electrónico o postal), la citada web funciona de forma errática, rellenar el formulario de inscripción es una gestión enrevesada, solo se generan mensajes de respuesta en idiomas locales en concursos de ámbito idomáticamente internacional, y otra serie de inconvenientes menores, o bien se debe a la ineptitud del organizador o bien sospechar que las trabas no son casuales para desanimar a posibles competidores.
Otro indicio desconcertante es encontrarse en la proclamación de vencedores no ya con la revelación de cartelería con bocetos de la portada, algo que un diseñador competente y una imprenta ágil son capaces de elaborar con relativa rapidez, sino la aparición de pilas de libros ya dispuestos para repartir entre los asistentes al acto como servicios de cortesía. ¿Cuánto tiempo es necesario para editar un manuscrito e imprimir una tirada, aunque sea corta, de libros? Desde luego, no es algo que se haga con relativa rapidez, todo lo más cuando la lógica sugiere que la toma de decisión del jurado y la entrega del premio no debería ser sucesos demasiado alejados en el tiempo.
Sin duda el mundo de los premios y los concursos es intrincado y controvertido, por eso, antes de optar a un concurso, no está de más echar un vistazo retrospectivo a su trayectoria y forma de proceder. En ocasiones puede ahorrar mucho tiempo y disgustos.
[1] Aunque en puridad deberían cumplir ciertos requisitos legales si la recompensa es en metálico, que Hacienda está a todo.

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Publicado originalmente el 2 de junio de 2024 en www.ciencia-ficcion.com

