En lo de Una nueva esperanza
hay intencionalidad que luego explico. Antes, un breve homenaje a George Lucas, ese hombre tan desagradable (dicen), quien, pese a sus detractores, ha mostrado una visión y sutil astucia que ODIAN reconocerle. Lucas sufre la maldición de haber quedado a la sombra de $teven $pielberg, un visionario más doméstico y de modales más afables, y quien por tanto ha ido arrastrando parte (o gran parte) de los méritos que, en justicia, merece Lucas.
Voy a obviar si STAR WARS tuvo mil y un borradores antes de llegar a la pantalla de plata; sus numerosas vicisitudes durante el rodaje; su modesto estreno, así como el bombazo boca-a-boca que éste supuso. Todo lo que también apuntala su leyenda urbana y la hace adquirir sus dimensiones épicas (en eclipse, empero). Quasirreligiosas.
Su planteamiento apenas es novedoso, mas aparece innovador, ingenioso, inventivo, inconmensurable. Es la enésima confrontación de Goliat aplastado por David pese a su alarmante inferioridad de medios, triunfando sin embargo por la pasión, la fe, la certeza de obrar bien, y el Bien le premia dándole la justa victoria. (También pelea por la justicia, un valor que la experiencia nos revela cuán relativo es.).
Lucas demuestra su astucia en el trío protagonista, tres aspectos del individuo reflejados en sus jóvenes (y entonces prometedores) protagonistas: Luke Skywalker, a la sazón postadolescente Arturo, representa el idealismo. Leia Organa, la pasión (política). Han Solo el cinismo marrullero, al descreído aun así necesitado de una causa noble.
Procura Lucas así dar una imagen casi completa del sujeto o sus edades, quien deberá madurar en un entorno de salvaje aventura (más que la soñada, ¿eh, Luke?) y opresión militar que le sirve de telón, de marco, para ir adquiriendo nuevas facetas de su carácter, topándose con diversas elecciones cuyo resultado pueden encumbrarle o defenestrarle, arrastrándole al Reverso Tenebroso de la existencia. O, en este caso, la Fuerza.
La restante sustancia de una cinta de Serie B que ¡ensalza! la ciencia-ficción (épica; los sibaritas ya tenían el tostón pretencioso de 2001, UNA ODISEA DEL ESPACIO), una que parecía barato producto de consumo de matinés e imperio desastrado de Roger Corman y sus mutaciones atómicas propias de Ed Wood, además de la partitura de John Williams, la compone el elenco inglés, donde Peter Cushing encarna la rotunda amenaza que el Imperio supone, y Alec Guinnes es el Merlin de Tatooine, ese sucedáneo de Arrakis. Luego, listo a volverse preeminente, inspira Darth Vader, acaso el mejor supervillano del cine. Un amedrentador engendro blindado fascinante.
La Fuerza es otro elemento cautivador. Religión, recurso, magia. No precisa explicarse; sólo saber que existe. Elegante y atractiva, no requiere iconos o altares. Es una suerte de hechizo relacionado con el Multiverso, pues como sucede en éste, unas veces el Caos es fuerte; otras, la Ley; casi siempre, el Equilibrio. Estamos en una época en que la Fuerza flaquea. Espera poder regenerarse. Mientras, deben apañarse los rebeldes, de difusa fe en la Fuerza, con sus propios medios para destruir la portentosa Estrella de la Muerte.
El simbolismo de una nueva esperanza
lo explica recordar cómo era la ciencia-ficción en Década 70: sombría, catastrofista, madmaxiana. Reflejo del ánimo sociopolítico que generan la crisis del petróleo, el tambaleo de la fe en las instituciones, los hippies. Perder en Vietnam también conmociona: Goliat tundido por el menudo David asiacomunista.
LA GUERRA DE LAS GALAXIAS conjuró un estallido de luz, ilusión, magia, fantasía, en medio de ese proceloso panorama. Resucitó la fe infantil en un futuro mejor. Nos convirtió en paladines de la cautiva princesa otra vez. Puros. Ingenuos. Inocentes. Ilusionados con la idea de que el Mañana-Mañana sería espléndido porque, ¡por fin! los buenos sí ganarían.
