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5 de enero de 2025


El espacio privatizado
El espacio privatizado
por Francisco José Súñer Iglesias

Tiempo estimado de lectura: 4 min 26 seg

Hubo un tiempo en el que tener iniciativa y emprender industrias innovadoras y arriesgadas era algo digno de mérito y encomio. A día de hoy, por no se sabe muy bien qué extraño motivo, aunque yo voto por vampiros espaciales que han abducido a toda nuestra clase política y nos están chupando la sangre de a poquito pero con constancia, todo eso de la iniciativa y el emprendimiento fuera de las alas del Estado está considerado prácticamente como un pecado capital, y al que se le ocurre asomar la cabeza, se le da un estacazo en diversas formas fiscales y burocráticas.

De aquellos lejanos tiempos quedan historias que en su momento nos hicieron pasar unos ratos más que agradables, en las que dinámicos empresarios e intrépidos exploradores se lanzaban al espacio sin más bendición que unos cuantos millones invertidos con audacia.

Una de las primeras iniciativas documentadas al respecto fue la descrita por Luciano de Samósata en HISTORIA VERDADERA. En ella emprenden un viaje que les llevará a la Luna, donde vivirán extraordinarias aventuras y harán no menos impresionantes descubrimientos.

Siglos más tarde, el Barón de Münchausen, derrochando ingenio acopla a un navío varios globos de aire caliente para viajar a la Luna, tentado por ciertos rumores sobre los secretos de los selenitas.

En DE LA TIERRA A LA LUNA, de Julio Verne, son los entusiastas miembros del Gun Club, con el inefable Impey Barbicane a la cabeza, quienes se proponen llegar a la Luna mediante un proyectil impulsado por un cañón de formidables dimensiones. Para financiar el proyecto abren una colecta pública (si, eso del crowdfunding es más viejo que el hilo negro) y se lanzan a la aventura sin encomendarse a Dios ni al Diablo, aunque tras exhaustivos cálculos y comprobaciones.

Flash Gordon puede llegar a Mongo gracias a los esfuerzos particulares del doctor Zarkov que, por su cuenta, había decidido evitar el choque de lo que él creía un inmenso asteroide contra la Tierra lanzando un cohete para desviarlo. El resto es historia.

Incluso la ciencia-ficción española trató el tema, de forma jocosa, y en EL ASTRONAUTA, la S. A. N. A. (Sociedad Anónima de Naves Aeroespaciales), financiada por el rico del pueblo y con un equipo técnico compuesto de los chapuzas locales, se embarca en la construcción del cohete Cibeles, que lanzará la cápsula Garrapata I hacia la Luna desde la estación espacial de Minglanillas.

Pero a partir de la Segunda Guerra Mundial la cosa se empezó a torcer. La ingente cantidad de dinero que costó la guerra había fortalecido las estructuras estatales (de los vencedores) y fueron tanto los ejércitos como, más tarde, las agencias gubernamentales las que acapararon definitivamente la investigación espacial aprovechando los esfuerzos más o menos particulares, como los de Robert Goddard, y potenciando los financiados previamente por los estados como los de Sergéi Koroliev y Wernher von Braun, aunque en un principio las intenciones eran poco loables, puesto que se trataba de desarrollar cohetes capaces de poner artefactos nucleares en la puerta del vecino.

Pero incluso así, en los años sesenta, en Star Trek el viaje warp lo desarrolla Zefram Cochrane en sus ratos libres, construyendo la Phoenix, primera nave humana en montar un motor de curvatura, a partir de chatarra y otros componentes reaprovechados.

El caso es que a partir de la década de 1950 tanto la NASA como la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, la ESA y demás agencias estatales acapararon toda la actividad al respecto, ¿Toda? No. Una cosa es teorizar y diseñar y otra muy distinta construir, y ninguno de esos organismos tenía ni el conocimiento ni la infraestructura para fabricar esos cohetes. ¿Solución? Acudir a la industria. Así, en el caso yanki los grandes fabricantes de aeronaves fueron requeridos para fabricar semejantes artefactos, Boeing, Rockwell, General Dynamics, o Lockheed participaron activamente en la carrera espacial poniendo el conocimiento industrial necesario para llevar el hombre al espacio. ¿Problema? Que se contagiaron de los malos hábitos burocráticos del Estado[1] y ante la lluvia de millones no fueron capaces de ver el negocio más allá de los suculentos (e inflados) contratos del gobierno.

De este modo nos encontramos que a partir de los años 1970, una vez decayó la carrera de la Luna, la industria espacial se quedó reducida a la fabricación de caros cohetes para elevar satélites del más variado propósito y algún que otro artefacto de interés científico, pero todos esos cohetes, visto que gobiernos y clientes estaban dispuestos a asumir casi cualquier coste, evolucionaban lentamente, la competencia era poco menos que anecdótica, los desarrollos muy lentos y la cosa llegó a languidecer hasta el punto de que en 2010 los propios yankis, tras fundirse el presupuesto en los carísimos e ineficientes[2] transbordadores espaciales, se quedaron sin cohetes viables y tuvieron que recurrir a los rusos para poner a sus astronautas en órbita.

¿Quién no ve ahí un nicho de negocio? Dicho y hecho. Genios impulsivos, y con mucho dinero para invertir, como Elon Musk, Jeff Bezos o Richard Branson vieron la oportunidad de negocio y a principios del siglo XXI se lanzaron a invertir en la industria aeroespacial, mientras las viejas empresas que habían copado en negocio anadeaban indecisas sin saber muy bien qué hacer con sus divisiones espaciales ante los cada vez más espaciados encargos del gobierno. De este modo, ahora es SpaceX el principal proveedor de la NASA, mientras que Virgin Galactic ha montado un suculento negocio de turismo espacial (suborbital, más bien, pero igual de emocionante). Finalmente, los fabricantes tradicionales se pusieron al día y el consorcio ULA (Boeing y Lockheed Martin) con los Vulcan por un lado y Northrop Grumman con sus Minotaur, por otro, se pusieron al día y proporcionan productos y servicios de puesta en órbita de artefactos varios.

En el ámbito de la colaboración Estado-empresa hay casos notables, como el de la Agencia Espacial Japonesa y Mitsubishi (Jiro Horikoshi estaría entusiasmado) y en todo caso enumerar todas las aventuras espaciales pasadas, presentes y futuras sería interminable y enrevesado porque además de los citados, Israel, India, Irán, Brasil, Corea del sur, Australia, Sudáfrica, Ucrania y, por supuesto, China[3], tienen o han tenido interés o capacidad de acceder por sí mismos al espacio, por no hablar de las colaboraciones cruzadas entre agencias y empresas de diversos países, como el proyecto Sea Launch.

Pero la cosa no se queda ahí y nuevos actores quieren parte de protagonismo, aunque en este caso solo voy a hablar de fabricantes de cohetes, porque hay infinidad de constructores de satélites de diverso tamaño en todo país medianamente industrializado.

Por supuesto tenemos las antiguas iniciativas gubernamentales que se han ido soltando de la mano de los Estados, aunque no del todo, y que llevan años en el negocio, como ArianeGroup, responsable del archiconocido cohete europeo Ariane, o RSC Energia, igualmente heredera rusa del programa espacial soviético.

Pero más allá de los más conocidos hay otra serie de empresas que también se dedican a fabricar cohetes. Firefly Aerospace [4] se fundó en 2017 y ya ha puesto en órbita varios satélites con su Firefly Alpha. Relativity Space [5], fundada en 2015, desarrolla el cohete pesado reutilizable Terran R, que tiene la particularidad de que muchos de sus componentes se fabrican mediante impresión 3D. Como no todo va a ser poner autobuses en órbita, también hay hueco para los cohetes ligeros, que es a lo que se dedica Rocket Lab [6] que tiene operativo el Electron­, para cargas de hasta 150 kilos, aunque ambición que no falte y trabaja en el proyecto Neutron­ con el que pretenden poner en órbita cargas de hasta 8 toneladas.

Hasta en España, con más medios, seso y conocimiento que los entusiastas de la S. A. N. A., PLD Space [7] está desarrollando con paso firme la familia de cohetes Miura y la cápsula de transporte Lince. En este caso, y a causa de la modestia de los promotores, no desdeñan el dinero público que diversas instituciones invierten en ellos, aunque mantienen el control técnico e industrial del proyecto. Sin salir de la península, Zero 2 Infinity [8] también lanza pequeños artefactos científicos... mediante globos y un peculiar cohete que se activa en las capas altas de la atmósfera.

El espacio es infinito, o al menos inabarcable y sin duda, las oportunidades de negocio que presenta igual de enormes. Con toda seguridad veremos como nuevos operadores se irán añadiendo cuando la demanda, y sobre todo el beneficio, crezcan, y eso llevará al desarrollo y construcción de artefactos que por el momento solo podemos imaginar. Y a veces, ni eso.


Notas

[1] En el momento de escribir este opúsculo, Boeing está sumida en, otro, problema de reputación a cuenta de su cápsula Starliner, que se ha mostrado tan poco fiable que ha dejado varados a los astronautas Wilmore y Williams en la ISS. La NASA consideró que era un peligro que éstos volvieran a la Tierra en la cápsula que los transportó en junio de 2024 para una misión de solo 8 días. De hecho, y a causa de este incidente, Williams batirá el récord de estancia en el espacio de una mujer, que en su momento poseyó con 192 días, si finalmente el regreso se produce en marzo de 2025 (si no se retrasa de nuevo) y que, paradojas de la vida, será en una de las cápsulas Dragon­ de Musk. https://www.xataka.com/espa[...]as-regreso-se-ha-complicado

[2] https://www.libertaddigital[...]or-espacial-1276239267.html

[3] Que merecería un tratado aparte.

[4] https://fireflyspace.com/

[5] https://www.relativityspace.com/

[6] https://www.rocketlabusa.com/

[7] https://www.pldspace.com/es/

[8] http://www.zero2infinity.space/

Francisco José Súñer Iglesias
© Francisco José Súñer Iglesias
(1.599 palabras) Créditos

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© 2025 Francisco José Súñer Iglesias
Publicado originalmente el 5 de enero de 2025 en www.ciencia-ficcion.com

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