El siglo XIX fue el siglo del aceleramiento tecnológico. Hasta la centuria anterior, todo marchaba a paso de caracol, mientras que a partir de la Revolución Industrial, cambios técnicos (¡y los sociales relacionados!) que antaño tomaban generaciones, ahora se daban en el curso de una sola vida. Y como la Literatura se empapa de la vida, no es raro que los ecos de este fenómeno alcanzaran a los literatos, y empezara una embrionaria ciencia-ficción. Y Chile, aunque país provinciano en el contexto mundial, no se mantuvo al margen de la tendencia.
Como había sucedido en la Europa del siglo XVIII (por ejemplo, el MICROMEGAS de Voltaire), durante la mayor parte del siglo XIX la ficción científica chilena en realidad sólo servía de vehículo para hacer planteamientos filosóficos o políticos proporcionándoles a los autores la excusa de que es una fantasía escapista y nada más
para no responsabilizarse por sus dichos. En este contexto encontramos un texto de Juan Egaña (¡el redactor de la Constitución de 1823!), que en Londres, en 1829, publicó OCIOS FILOSÓFICOS Y POÉTICOS EN LA QUINTA DE LAS DELICIAS, siguiendo un poco la tradición volteriana, y más lejanamente, la de Luciano de Samósata, de crear a través de diálogos un mundo imaginario... un mundo de ciencia-ficción.
En 1842, el político Victorino Lastarria publica DON GUILLERMO, novela en la que su protagonista, el inglés Guillermo Livingston, termina por motivos varios en la Cueva del Espelunco y accede a otro universo paralelo (nótese que espelunco
es un anagrama de pelucones
, el sobrenombre de cariño
que tenían los conservadores... a quienes Lastarria, como buen liberal, fustiga con saña). El reino que el héroe encuentra, está subyugado por cuatro bestias, a las que debe por supuesto enfrentar: Mentira, Ignorancia, Fanatismo y Ambición. La alegoría política sigue porque se oponen el tétrico y satánico Espelunco (es decir, el pasado colonial chileno alegorizado, claro está) con la Patria Transparente, llena de luz y calor. Esta novela es varios años ANTERIOR a MARTÍN RIVAS de Alberto Blest Gana... considerada unánimemente por la crítica local como la primera novela chilena
.
En la década de 1870, Chile vivió un despegue económico y un aperturismo internacional que quizás influyó en que surgieran algunas obras más por el estilo. Liborio Brieba, escritor de relatos históricos, se atrevió con un folletín fantástico llamado LOS ANTEOJOS DE SATANÁS en 1871. En 1875, un inglés avecindado en Valparaíso llamado Benjamin Tallman había escrito ¡UNA VISIÓN DEL PORVENIR! O EL ESPEJO DEL MUNDO EN EL AÑO 1975. Y en 1878, David Miralles publica DESDE JÚPITER, que inspirándose en Julio Verne (a quién había leído entre noche y noche de bohemia parisina, todo sea dicho), escribe las visitas hacia otros mundos de un santiaguino magnetizado
(sic).
Pero no es sino en la década de 1920 que comienza una producción cienciaficciónística ininterrumpida en Chile, aunque con altas y bajas, ya que la crítica chilena se ha tendido a cuadrar en masa con la literatura realista y criollista. Ahí surgen TIERRA FIRME de R. O. Land (1927), EL DUEÑO DE LOS ASTROS de Ernesto Silva Román (1929), OVALLE, EL 21 DE ABRIL DEL AÑO 2034 de David Perry (1933), EL SECRETO DEL DOCTOR BALOUX (1936), MUNDO Y SUPERMUNDO de Antonio Villanelo (1937)... y cerramos con el gran poeta creacionista chileno Vicente Huidobro, que sensible al ritmo de los tiempos, ahondó en la ciencia-ficción con LA PRÓXIMA (HISTORIA DE GUERRA FUTURA) (1934) y CAGLISTRO (NOVELA-FILM) de 1942. El resto es historia.
