La ciencia-ficción de la Edad de Oro, y de hecho toda la ciencia-ficción del siglo XX, se estructuró básicamente en la premisa de que el siglo XXI traería muchas y muy grandes novedades a la humanidad. No todas ellas positivas, desde el advenimiento del ciberpunk (y bastantes Apocalipsis antes) la idea que se instaló sobre ese siglo XXI por venir era escalofriante. Cuando no se trataba de una Tierra arrasada por múltiples desgracias, a cual más terrorífica, era una sociedad esclavizada por pérfidas multinacionales que, por otro lado, no quedaba muy claro como se financiaban si mantenían a la población sumida en la miseria.
Pero sin duda, lo que más fascinaba a escritores y analistas era el salto tecnológico al que nos veríamos enfrentados. De hecho ha sido así, pero no tal y como se esperaba hace medio siglo años. Por lo pronto el espacio nos sigue vedado. Se lanzan sondas a planetas y cometas, y se hacen planes para asaltar Marte, pero desde 1972 no se ha vuelto a pisar la Luna, de hecho, ningún ser humano ha ido más allá de la ISS. Este hecho no deja de ser frustrante por cuanto mucha de la épica ciencia-ficciónística giraba alrededor de arriesgados exploradores espaciales, cuando no de aburridos servicios regulares de pasajeros entre galaxias. Ese parón, debido a múltiples causas, pero fundamentalmente a que no hay retorno de la inversión, ha dejado al género huérfano de una de sus principales motivaciones, se siguen escribiendo, por supuesto, historias donde las naves espaciales surcan el vacío tan campantes, y los encuentros con alienígenas son frecuentes, pero en vez de esperanzas ilusionadas se toman más bien como fantasías improbables... aunque todavía no imposibles.
Sin embargo, lo poco que llevamos del siglo XXI ha supuesto una explosión y extensión sin precedentes de la tecnología a nivel personal. Ya hay más líneas móviles que habitantes tiene la Tierra, aunque eso no signifique que todos y cada uno de los seres humanos tenga una, de hecho yo tengo dos, y muchas máquinas (el famoso Internet de las Cosas) también tienen la suya, pero la cifra no deja de ser apabullante. La conectividad ha llegado a casi todos los rincones de la Tierra, y durante estos últimos diez años (¡¡¡solo diez!!!) casi exclusivamente de la mano de los llamados smartphones, que en realidad no dejan de ser ordenadores de mano con la capacidad de hacer llamadas de voz, pero con la increíble capacidad de estar conectados a la red de datos global: Internet. Tal es su potencial que la mayor parte del tráfico de Internet (descargas piratas aparte) es de conectividad de datos móviles. La gente ya habla muy poco por teléfono, la mayor parte de la comunicación se canaliza a través de las redes, llámense, sociales.
Tiene sus peligros, desde luego, esos usos y costumbres están acabando con la intimidad y la privacidad, lo que antes se consideraba poco cortés (hacer llamadas de cortesía
más allá de las diez de la noche) ahora es normal molestar con mensajes estúpidos a la dos de la madrugada. Nuestras vidas son diáfanas para las empresas que manejan estas redes, los sueños más locos de Orwell se han visto sobrepasados, y ya hubieran querido los MERCADERES DEL ESPACIO tener estas herramientas. Pero a la vez el mundo se ha contraído. Las distancias dejan de tener sentido cuando la comunicación con las antípodas es instantánea, ahora se puede comprar directamente en China pulsando un par de veces la pantalla (los barcos, de momento, siguen necesitando dos semanas en llegar).
Hay otras previsiones que tampoco se han cumplido, pero la tecnología está solapando esas carencias
, la médica, por ejemplo, consigue que la esperanza de vida se alargue cada vez más, incluso en los lugares donde los medios son rudimentarios, vacunas y tratamientos preventivos consiguen reducir espectacularmente la mortalidad.
Por otro lado, las guerras solo siguen siendo cruentas a nivel local, hay quien asegura que estamos en plena Tercera Guerra Mundial y no nos hemos enterado, una guerra subterránea de manipulación y desinformación en la que se han cambiado los fusiles y cañones por fibra óptica, redes sociales e intrusión y robo de datos.
Pero lo más notable es que todo se ha acelerado. Si ya a finales del siglo XX la queja general era la de que se había perdido el sosiego de otras épocas, en este primer cuarto del siglo XXI los acontecimientos ya no se suceden, se solapan, las noticias son de usar y tirar, porque cuando se ha publicado ha sido superadas por otras de mayor impacto. Los medios ya no viven de transmitir información, sino de vender publicidad, por lo que ese impacto es cada vez más necesario, y ya no hay tiempo para contrastar esa información, se lanza y punto, ya se desmentirá si procede, o ni siquiera eso.
Y esto no ha hecho más que empezar. Nos quedan más de ochenta años de siglo XXI, y si estos pocos se han hecho agotadores, no quiero pensar que es lo que nos espera.
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Publicado originalmente el 7 de enero de 2018 en www.ciencia-ficcion.com
