Cuando un símbolo arraigado en el sentir y hacer cotidiano se destruye, arrastra con él mucha de la carga emotiva que se ha creado con el paso de los años hacia el entorno y la placidez del día a día.
El incendio y destrucción del Palacio de los Deportes de Madrid ha supuesto exactamente eso para los madrileños, y algo más; el enésimo aviso de que nada de lo que se tiene por sólido, eterno y perdurable lo es. Un descuido, una chispa, un fallo de concepto en la construcción original y todo se desploma en cuestión de minutos, dejando a los habitantes del lugar boquiabiertos y un poco huérfanos de lugares y referencias comunes.
Esto es algo bien conocido, y es utilizado habitualmente para transgredir y provocar. Los adolescentes destruyen los símbolos más queridos por sus padres para sustituirlos por los propios, no tanto para romper con el pasado como para provocar el conflicto con la generación anterior, y reafirmar así una personalidad propia y diferenciada. Cuando un pueblo es invadido y conquistado se destruyen sus símbolos y se le imponen otros nuevos, con la intención de destruir su identidad y capacidad de reacción.
Estos y otros recursos fundados en la misma premisa se usan desde tiempo inmemorial, pero todos tienen un fin, independientemente de su mayor o menor moralidad. Sin embargo, lo que no se entiende demasiado bien es la destrucción de símbolos por el mero afán de destruir, por una perversa y extraña motivación que ignora la sustitución de lo antiguo por lo nuevo, y que se queda sólo en la mera destrucción, dejando vacíos sin rellenar.
El destructor iracundo de símbolos es un personaje muy común; arremete, arrasa, destruye todo lo que toca, razona incluso las causas de la destrucción, pero sólo deja tras él un panorama desolador. Lo que parece fuego purificador es sólo fuego arrasador.
Como el del Palacio de los Deportes. Era un edificio feo y extraño no muy lejos del Retiro, y el fuego que lo ha arrasado ha destruido el símbolo sin sustituirlo, no se tardará mucho en recostruirlo o sustituirlo por otro pabellón, pero entre tanto ha dejado un profundo vacío en lo cotidiano.

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Publicado originalmente el 1 de julio de 2001 en www.ciencia-ficcion.com