La fantasía es un género comodón, que una vez perdida su función simbólica como transmisora de enseñanzas y tradiciones, se ha convertido en el refugio de relatos tramposos y onirismos poéticos, fastidiosos hasta el aburrimiento.
La fantasía como género es poco exigente. El autor no tiene porque esforzarse en seguir unas mínimas pautas narrativas, se las inventa sobre la marcha, y si en un momento determinado le resultan fastidiosas, las cambia a su antojo. Cualquier trama, por torpe y esquemática que sea, se puede arreglar con una facilidad pasmosa a base de poner aquí y allá algún desaparecido (oportunamente reaparecido) otorgar asombrosos poderes al protagonista de turno o, si no es así, hacerle caer en las redes de algún siniestro personaje poseedor de esas arcanas artes. No importan entonces los agujeros argumentales, se tapan a base de magia y ensalmos, y si no es suficiente, se apuntala con objetos malditos, seres fabuloso o talismanes infalibles, siempre con el todo puede valer como bandera.
De cuando en cuando disfruto sin complejos con alguna obra de fantasía, ¡incluso he ganado dinero escribiéndolas! aunque para avanzar sin tambalearme por la lectura tengo que echar mano de grandes dosis de aquello tan socorrido de la suspensión de la credulidad y el sentido de la maravilla, pero llega un punto en el que la fantasía me acaba por aburrir, son demasiadas las trampas y trucos que se utilizan como para no sentirme engañado por tanta parafernalia taumatúrgica.
Por eso me gusta infinitamente más la ciencia-ficción al menos, se procura razonar, en cierto modo, que tampoco está del todo libre de culpa, todos los sucesos que se relatan, mientras que el acomodo facilón de la fantasía a lo casualmente mágico chirría enormemente.
Pero si algo no soporto es la mezcla de ambas. Nunca he sido un gran seguidor de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS, y es que los Jedis, la Fuerza y toda ese montaje pseudo místico siempre me parecieron al borde del disparate. Desde luego, huelga hablar de tomaduras de pelo como el final de ENDER EL XENOCIDA, me sentí tan burlado que no he vuelto a leer a Card.
Además, la fantasía es proclive a falsos onirismos y poéticas almibaradas, y francamente, si el autor no está lo bastante bien dotado para estas cuestiones el resultado final, además de mediocre, suele rozar el ridículo.

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Publicado originalmente el 13 de mayo de 2001 en www.ciencia-ficcion.com