En la primera novela de ciencia-ficción que tengo la conciencia de haber leído, EL ENIGMA DEL HALO, de B. N. Ball, el Sistema Solar estaba rodeado por una barrera invisible que impedía que ninguna nave fuera más allá de la órbita de Plutón, ¿Quién la había puesto y por qué impedía que la humanidad se expandiera por el Universo? Un misterio que finalmente resultaba ser un malentendido de magnitud sideral. Creo recordar que alguna otra novela utilizaba un argumento similar, aunque ahora mismo solo me viene a la memoria LA CÚPULA, de Stephen King, en el que a una escala mucho menor la pequeña población de Chester´s Mill es aislada sin explicación aparente por una impenetrable cúpula transparente.
Lo paradójico del caso es que, fantasías aparte, a no mucho tardar, seremos nosotros mismos quienes acabemos por crear una barrera infranqueable de escombros en órbita alrededor de la Tierra que hará, si no imposible, si al menos muy peligroso intentar atravesarla.
El asunto de la basura espacial viene de lejos, desde que el Sputnik 1 se puso en órbita no se han dejado de acumular desechos, casi desde ese momento el NORAD, por cuestiones obvias, empezó a catalogar todo artefacto que se pusiera en órbita, e incluso todo aquel objeto grande o pequeño que de forma fortuita o deliberada quedara libre
en el espacio. Actualmente se calcula que unos 20.000 artefactos orbitan la Tierra, de los que poco más del 10% son satélites en funcionamiento, pero es que además se estima que lo que se califica como escombro
puede alcanzar la cifra de 130 millones de objetos dando vueltas sin control a la Tierra, desde piezas milimétricas (la mayoría) hasta trozos de chatarra de varios metros.
Vistas algunas noticias se podría pensar que la mayoría de esos chismes acaban cayendo hacia las capas altas de la atmósfera volatilizándose en la reentrada. Eso sucede, por supuesto, pero con bastante más lentitud de la deseable. Por ejemplo el primer satélite yanki, el Vanguard 1, lanzado en 1958, no caerá
hasta 2250, como mínimo. Y así con otros muchos satélites que ya superado su ciclo de vida se quedan a verlas venir. Claro que muchos de ellos tienen sistemas para que, cuando toque, o bien se pierdan en el espacio exterior o se chamusquen por el procedimiento ya descrito[1], pero son los menos y más caros, donde gastar unos pocos millones en implementar un sistema de autodestrucción
que se va a usar dentro de unos lustros no sea un gasto excesivo. Los más baratos
no se equipan con semejantes lujos, y como única precaución se catalogan cuidadosamente para tenerlos localizados y rastrearlos durante decenios hasta su destino final.
Pero es que además de accidentes y/o fallos técnicos inevitables, están las propias decisiones desquiciadas de algunas agencias y gobiernos. En noviembre de 2022 a los rusos no se les ocurrió mejor idea que lanzar un misil para destruir uno de sus viejos satélites en órbita[2]. Mitad demostración de poderío[3], mitad borrado de pruebas
, la operación se calcula que dejó al menos otros 1.500 fragmentos de metralla cósmica en la órbita terrestre.
El caso es que los incidentes son cada vez más frecuentes y el encuentro
con esa basura de satélites y hasta la ISS es cada vez más frecuente[4] y afecta a equipos cada vez más caros. Los más agoreros llegan a predecir que, llegados a un punto, lanzar cualquier cosa al espacio será imposible porque se destruirá por el camino en un mar de basura espacial.
Habríamos tejido la red con la que estaríamos completamente aislados del espacio exterior.
En realidad eso no deja de ser un escenario catastrofista, aunque si bastante inquietante, por cuanto las fuerzas gravitatorias tienen sus propias dinámicas y tienden a acumular la materia en órbita en los conocidos anillos... aunque para eso es necesario un tiempecito... para el que incluso las magnitudes geológicas se quedan cortas. También hay que recordar que las órbitas óptimas para plantar un satélite alrededor de la Tierra son muy limitadas, y que la concentración de basura es mayor en ellas.
Otra consecuencia de esta enorme cantidad de objetos en órbita es que también se están convirtiendo en una notable molestia para las observaciones astronómicas. Parecía que la contaminación lumínica de las grandes ciudades se podía soslayar instalando los observatorios más importantes en lugares elevados y remotos, pero incluso ahí son incapaces de evitar que miriadas de objetos en orbita interfieran en sus observaciones. De ahí que la importancia de telescopios espaciales como el Hubble, el Gaia, el James Webb o el futuro HDST sea cada vez mayor.
En cualquier caso no hay que despreciar el ingenio humano, y entre los sistemas de recuperación
de satélites y recogida de basura[5] no faltan las iniciativas para paliar el problema.
Lo que ya sería el colmo es que, arribando a la Tierra, una misión extraterrestre fuera derribada en pleno descenso por un enjambre descontrolado de tuercas y tornillos a velocidades sub, ultra y meta sónicas, (y encima tuvieran la mala suerte de encontrar la llave del 13/14) iniciando una Guerra de las Galaxias... Aunque bien pensado, la chatarra haría de escudo y contra-escudo, neutralizando los misilazos de ambas partes e incrementando además el grosor de la capa de broza espacial.
De locos.
[1] https://www.muycomputer.com[...]sa-para-la-basura-espacial/
[2] https://www.elconfidencial.[...]ite-iss-en-peligro_3512789/
[3] https://www.elconfidencial.[...]a-amenaza-starlink_3513796/
[4] https://www.muycomputer.com[...]lve-a-darnos-un-buen-susto/

