Es muy curiosa la tendencia humana a considerarse el dominador del fuego, el inventor de la rueda y el descubridor de América, aún siendo más que obvio que son cuestiones más que superadas. Puede ocurrir que ante gentes de poca memoria o menor formación, e incluso nulo interés por discutir, tales afirmaciones tengan un cierto éxito, y se acabe por establecer una especie de autoría superpuesta, e incluso sustitutoria, de inventos y descubrimientos, hasta de lugares comunes. A la larga todo acaba en su sitio, pero con todo, resultan muy simpáticas las energías que tantos esforzados ponen en convencernos de que, efectivamente, han sido los primeros dominando el fuego, inventando la rueda y descubriendo América.
Toda esta palabrería viene a cuento de una conversación que mantuve hace poco con un amiguete acerca de la recientísima
tendencia (permítanme que contenga la risa. Va, no, mejor me carcajeo) de los literatos generalistas, fuera del acostumbrado círculo especializado, por embarcarse en aventuras ciencia-ficciónísticas ajenas a su habitual predisposición creativa. Claro, desde luego, por supuesto. De los de fuera
, nadie antes que Ishiguro, McCarthy, Chabon, Philip Roth o Rosa Montero, ni otros tantos ilustres contemporáneos, habían escrito ciencia-ficción.
Mi amiguete demostraba un entusiasmo desmesurado respecto al tema, y me llegaba a asegurar que era la tendencia de los nuevos tiempos, la confirmación de la modernidad definitiva del siglo XXI, la corriente irreversible que sacaría el género del ghetto y lo haría grande por siempre, la... Bostezando en su misma cara le dije que si, que bueno, que vale, que para él la perra gorda peeero... ¿Qué hacíamos entonces con los clásicos del género de fuera del género? ¿Con todo lo escrito durante el siglo XX y el XIX? ¿Con los utopistas y mecanicistas?
Mi amiguete no es tan ingenuo ni ignorante como para no conocer muchas esas obras, más bien, tal y como le acusé, sufre de amnesia selectiva. Sin demostrar mucha originalidad, se adhería a la tesis de que la ciencia-ficción está más muerta que viva, que los autores dedicados al género son minoritarios, endogámicos, autorreferenciales y mayormente mediocres, y que solo desde fuera
es posible reconstruir los pilares de la ciencia-ficción. Por supuesto, para que esto pueda ser así el género debe ser reinventado
sin los lastres y extravagancias que lo han pervertido desde su creación
, y para eso nada mejor que un grupo heterogéneo de creadores, sin referencias previas y especialmente dotados literariamente, para transformarlo en algo que pueda ser considerado como cosa seria y de interés.
Ese tipo de razonamientos se quedan bastante cojos cuando se echa mano de bibliografía y se recuerda que la primera novela que, sin polemizar demasiado, se puede considerar como ciencia-ficción es nada menos que FRANKENSTEIN, y que en 1818 el género ni se intuía, pero ya Mary Shelley se marcó una de las primeras reflexiones acerca del potencial de la ciencia y su influencia en el devenir de la humanidad. El siglo XIX está lleno de ejemplos más o menos similares, entre los que destacaron los llamados utopistas, culminando a finales de siglo con la obra de Wells, que incluso marcó las pautas fundamentales del género. Luego vinieron los mundos felices de Huxley, los terrores totalitarios de Orwell, las hierbas rojas de Vian, las naranjas mecánicas de Burgess, las doncellas de Margaret Atwood, las beatrices de Malouf... citando de cabeza, y por hablar de autores más o menos conocidos que incursionaron éxitosamente en el género durante todo el siglo XX. Ni siquiera en España han faltado cultivadores ocasionales, Manuel de Pedrolo, Vázquez Montalbán, Llorenç de Villalonga, Ray Loriga, Eduardo Mendoza... En fin, es de una candidez insólita reivindicar un supuesto desembarco de autores no especializados, o un repentino interés por la ciencia-ficción en ámbitos literariamente poco dados a ello cuando es algo que ha estado ocurriendo durante todo el siglo XX y a todos los niveles. Bienvenidos sean todos, pero por favor, que nadie se haga líos, es algo casi tan viejo como la literatura.
En cuanto al hecho de que apenas hay novedades propiamente especializadas
y que los autores dedicados al género son minoritarios, endogámicos, autorreferenciales y mayormente mediocres, solo se puede decir que posiblemente el género, desde el punto de vista editorial, no pase por su mejor momento. Minotauro se ha decantado mayormente por el fantástico (aunque las dos últimas ediciones del premio han apostado sin tapujos por la ciencia-ficción más reconocible) dejando de lado la línea de su fundador. Se hecha en falta colecciones continuistas como Ultramar o Nebulae, pero Ediciones B siguen publicando obras del género, dentro de Nova, por supuesto, aunque también en otras colecciones, como la reciente XXI, de Francisco Miguel Espinosa (siguiendo la línea actual, defendida por mi amiguete, vacilan en catalogarla como ciencia-ficción) Y por supuesto están los esfuerzos nunca bien ponderados del Grupo AJEC, y otras pequeñas editoriales que de cuando en cuando se echan al ruedo con mayor o menor fortuna. Vamos, que la situación no es para tirar cohetes, pero quien quiera leer ciencia-ficción, española, y como novedad, puede hacerlo sin problemas.

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Publicado originalmente el 1 de mayo de 2011 en www.ciencia-ficcion.com
