Cuando me puse a darle vueltas a este asunto sólo acudieron a mi memoria, con un criterio muy muy amplio sobre lo que es o no es ciencia-ficción, Huxley, Tomás Moro y Platón. El mismo editor ya avisaba en su convocatoria de la escasez de ciencia-ficción optimista y es verdad que encontrar recetas para la creación de utopías es complicado, comenzando por definir el concepto mismo de sociedad perfecta.
Hay unos pocos puntos que podríamos consensuar, cualquier comunidad ideal que se precie debe contar con mecanismos adecuados para garantizar la salud, el alimento, el cobijo y la paz interna y externa, pero si empezamos a profundizar todo se enreda. ¿Qué pasa con aspectos como justicia o la igualdad? ¿Y la felicidad? ¿No es acaso el objetivo último? A ver quién es el listo que se atreve explicar con exactitud en que consiste eso de la felicidad.
Pues parece que alguno hay.
A lo largo de la historia no han sido pocos los filósofos, políticos, economistas, teólogos, sociólogos o psicólogos que han planteado sus soluciones e incluso se han atrevido a ponerlas en práctica con resultados dispares, ninguno utópico, pero cargados de argumentos y teorías que podían ser aprovechadas en sus ramas de ficción donde, rotas las cadenas de la realidad, se puede corregir cualquier defecto y llegar tan lejos como sea necesario.
La ciencia-ficción cuenta con recursos sobrados para superar el reto de imaginar mundos y hasta universos ejemplares, basta con aplicar un poco de ciencia y técnica, un poco de sociología y otro poco de psicología para diseñar pueblos y naciones tan libres y felices como deseemos y plasmar su vida en una novela una película y lo cierto es que como bien decía el maestro de esta Web no parece que mucha gente lo haya hecho, porque no hay mucho donde elegir y utopías en sentido estricto me atrevería a decir que ninguna, ni siquiera las de Ursula K. Le Guin.
Vale, con la afirmación anterior he puesto el listón en un extremo que sólo podríamos alcanzar convertidos en seres de luz, trascendiendo al estilo de EL FIN DE LA INFANCIA o siendo uno con la creación en algún tipo de Nirvana. Una sociedad perfecta es demasiado aburrida como motor de una novela y el conflicto siempre está presente pues cualquier mejora supone un desequilibrio y una sociedad metaestable en el tiempo y en el espacio sería una cámara criogénica. Las libertades individuales y colectivas suelen chocar, el punto de equilibrio entre ambas es difícil y la tentación de caer en dictaduras, aunque sean bondadosas, continua. Las distopías tienen mucho más encanto, como los malotes en las comedias románticas para adolescentes y a pesar de que en el ejemplo original Tomás Moro utilizaba una sociedad idílica como contraste crítico de la que a él le tocaba vivir (en este aspecto hay controversia y muchos autores defienden que las ideas plasmadas en la novela no eran un simple recurso literario si no un programa social en toda regla) ha sido mucho más habitual recurrir a lo contrario como prueban las tres grandes: UN MUNDO FELIZ, 1984 y FAHRENHEIT 451.
Bajemos pues el listón antes de concluir porque a pesar de todo lo dicho, si quitamos a los agoreros y apocalípticos, la ciencia-ficción está plagada de relatos de prosperidad y opulencia, de sociedades liberadas de la esclavitud del trabajo, poseedoras de una ética avanzada, capaces de extender la libertad y los derechos humanos y alienígenas por todo el universo. Ejemplos de ello podemos encontrar en La Saga de los Aznar, Star Trek o en la Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson y yendo aún más allá, la prueba más clara del optimismo inherente al género es que la mayoría de sus historias mantienen viva a la especie humana en el lejano futuro y eso no deja de ser una visión bastante utópica.
