La iniciación en esto de la lectura, los cómics y hasta el cine suele darse en esa edad indefinida que va entre el adiós a la niñez y la entrada atropellada en la adolescencia. Es probable que desde mucho antes ya se hayan leído y visto montones de novelas, cómics y películas, pero todavía desde esa la visión lúdica de la infancia. ¿Tiene colores chulos, hay mucho movimiento y personajes bien perfilados? Entonces mola, no hay más que hablar. Sin embargo, cuando las hormonas empiezan a hacer de las suyas las áreas de interés van desplazándose hacia otros aspectos de las historias, ya no basta con que los colores sean chulos, también empieza a contar como y de que manera se distribuyen, los personajes planos no dan respuestas a las incipientes preguntas del adolescente, empiezan a ser necesarios referentes arquetípicos que sirvan de guía, y entre esas nuevas inquietudes está, sin duda, ese extraño
interés por el sexo opuesto.
De acuerdo, no es precisamente en la narrativa donde mejores respuestas se obtienen a ciertas cuestiones, pero no deja de funcionar muy bien como el primer lugar donde se descubre que todos esos cambios en el cuerpo tienen una finalidad última: el sexo, y hete aquí que no solo de largos viajes en frágiles latas y extraños seres de otros planetas vive la ciencia-ficción, también el sexo ha sido durante prácticamente toda su historia un señuelo para cazar a nuevos adeptos.
La cosa puede remontarse a los ridículos estereotipos de obras como TINIEBLAS Y AMANECER, de George Allan England, donde la mujer era poco menos que parte del mobiliario y el sexo un puro mecanismo reproductivo, el machoman de turno salvaba a su desvalida compañera de mil peligros y no pensaba en hacer nada que se pudiera considerar ni lejanamente como indecente si no era matrimonio mediante. En la misma línea, el pulp consideraba a la mujer como objeto exclusivo para el lucimiento del héroe, no sin antes haber posado bien ligera de ropa para solaz de la imaginación de los lectores. Un poco más allá, Dejah Toris y sus comadres, campaban por Barsoom en pelota picada para regocijo de John Carter, decenas de ilustradores y miles de lectores ávidos que encontraban en las aventuras marcianas de Edgar Rice Burroughs más material para sus inquieta imaginación.
Otra heroína un tanto olvidada, quizá también por su papel de objeto rescatable, es Dale Arden, la eterna novia de Flash Gordon que si bien Alex Raymond ilustró siempre con desenvoltura, nunca dejó de ser toda una señora. Después ya es más difícil encontrar protagonistas femeninas con una cierta personalidad más allá del rol descrito, en Alemania, no obstante, Thea von Harbou le dio en METRÓPOLIS un papel relevante, por un lado Futura, fría y absolutamente mecánica, juega a la vez con el encanto y el atractivo de Maria, a quien suplanta, para llevar a cabo sus objetivos. No podemos decir que sean dos heroínas eróticas, pero su papel es protagonista va más allá que el de meras excusas dramático-eróticas.
Los años 40 y 50 quedan bastante huérfanos de heroínas arquetípicas y el sexo como tal es prácticamente erradicado. Las férreas imposiciones que la cultura yanki sufrió durante la época hicieron del sexo algo vedado, sobre todo porque pulps y cómics centrados en un público adolescente al que las mentes bienpensantes querían mantener alejados de toda tentación. Pero llegaron los 60, y todo se puso patas arriba. La new wave trajo nuevas formas de entender la expresión literaria dentro del género y la avalancha de visiones peligrosas llenó páginas y páginas de experiencias de todo tipo. Sin embargo, para buscar un referente tenemos que volver a la vieja Europa y buscar en las páginas de la bande dessinée a Barbarella, que en cierto modo abrió el camino para que el sexo no fuera algo extravagante o a esconder tras una elegante elipsis.
Poco a poco los autores se fueron subiendo al carro de la sexualidad explícita hasta que ésta se convirtió en una clave más dentro del género, no había más que describir extravagantes rituales de apareamiento o prácticas sexuales sorprendentes para dar un barniz alienígena y extraño a la narración. Octavia Butler le dio la vuelta de tuerca definitiva en su trilogía Xenogénesis donde el ADN se convertía en objeto de un particular intercambio comercial.
También a la inversa, la normalización y eliminación de connotaciones sexuales muy presentes hoy día, sirve para alterar las coordenadas temporales y espaciales: en Galáctica, estrella de combate, se juega con los vestuarios y duchas unisex (con versiones con pezón y sin pezón dependiendo del país y franja horaria) para demostrar lo avanzado y lejano
de esa civilización.
Hoy en día los adolescentes no necesitan de subterfugios para encontrar toda la información necesaria respecto a estas inquietudes. De hecho el sexo se ha llevado cada vez más al nivel de normalización de Galáctica, y a no ser que se trate de una región especialmente retrógrada del mundo, ciertas exhibiciones y demostraciones ya no provocan el menor escándalo (bueno, si). El tratamiento del sexo en nuestra sociedad, como otras muchas cosas, ha superado en cierto modo las propuestas que la ciencia-ficción ha venido haciendo durante estas últimas décadas, desde las exhibiciones desinhibidas hasta la reivindicación de formas familiares impensables hasta hace bien poco, casi todo tiene cabida a nuestro alrededor. Otra muestra, quizá, de que vivimos en el futuro.
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Publicado originalmente el 11 de enero de 2015 en www.ciencia-ficcion.com
