Huxley ya avanzaba en UN MUNDO FELIZ una constante cada vez más presente en los medios de masas: la existencia de entretenimientos extremadamente seductores, visualmente agradables, y hasta apabullantes, pero completamente faltos de contenido.
Llenar un par de horas muertas con espectáculos entretenidos pero de encefalograma plano no es intrínsecamente malo, tras horas de luchar en el trabajo, con la familia y con el mundo en general, en las más de las ocasiones se necesita un periodo de reconfortante descanso que puede ir desde una breve siesta, hasta el disfrute de uno de esos espectáculos descerebrados.
No todo tiene que ser transcendencia y profundidad en el espíritu humano.
El problema es que se tiende progresivamente hacia esa vacuidad, hacia esa simplicidad extrema en planteamientos y conclusiones, a no aportar absolutamente nada más que colorines y sensaciones estroboscópicas, con miedo a dejar que el talento fluya, a encontrar en las historias matices nuevos, a ir más allá en las reflexiones y conclusiones. El tema es viejo y se ha tratado innumerables veces, durante estos últimos treinta años la queja generalizada de críticos, comentaristas, y hasta de una parte no desdeñable del público, es el abuso del efectismo para tapar las carencias narrativas y el (solo en apariencia) nulo talento de autores y realizadores, que procuran deslumbrar todo lo posible sin complicar la vida a sus potenciales clientes.
En la raíz de todo sospecho que está una interpretación exclusivamente monetarista y empresarial del mundo de la creación, un pánico cerval a no poder recuperar el dinero invertido y perder el crédito de los financieros. Porque lo que es el público no cuenta, creo que eso está claro, del público solo interesa su dinero. Se potencia pues esa necesidad de momentos vácuos (por lo general, y con las indudables excepciones, en el género masculino una buena demostración de violencia testosteronada y en el femenino una sobredosis de llorera estrogénica) haciéndolos más un fin que un medio. ¿Resultado? al menos en el cine y la televisión, aprovechar la tecnología al máximo para crear escenarios deslumbrantes que den cabida a todo tipo de demostraciones aptas para todos los públicos y dirigidas a un amplio espectro de la taquilla.
Los recientes casos de un par de películas del género son ejemplos perfectos de esto: PLANET 51 y AVATAR. Ambas son películas con un público-objetivo distinto, la primera más orientada al sector infantil-preadolescente y la segunda, para el segmento de edad inmediatamente superior. Ambas toman argumentos más que trillados y los tratan con esmero para no apartarse ni un milímetro de lo correcto, para no ser ofensivos y para no dar al espectador la sensación de que se le quiere adoctrinar en uno u otro sentido (no tan cierto en el caso de AVATAR) Ambas consiguen su objetivo expositivo con admirable pulcritud, y se convierten en un éxito de taquilla, pero no un éxito logrado gracias a las bondades de sus argumentos o su valor cinematográfico, sino a causa de la curiosidad por el efectismo y la seducción de las luces de colores.
Efectivamente, PLANET 51 se vendió en España como la Gran Superproducción Europea de animación, capaz de tratar de tu a tu las obras de Pixar o DreamWorks. En el plano técnico lo consigue sin ningún problema, de hecho la industria de la animación siempre ha sido muy internacional y los estudios han ido a buscar a los mejores técnicos y artistas allá donde estuvieran, pero al magnificar el logro técnico se obvia la construcción de una historia innegablemente divertida, pero muy poco ambiciosa y sin personalidad propia.
Por su parte, AVATAR se ha vendido sola y exclusivamente por su exhibición en 3D, la última tabla de salvación de la industria de distribución cinematográfica antes de que la era digital la haga desaparecer definitivamente del mapa. Por lo demás, no deja de ser la enésima película basada en el mito del buen salvaje, la perversidad intrínseca del colonizador blanco-occidental y en general los humano malos, malos, salpimentada con la Teoría Gaia y un bucolismo pastoril ya trasnochado, pero que no aporta absolutamente nada a lo ya dicho al respecto sobre cualquiera de esos temas.
Lo que diferencia estos dos ejemplos de otras obras de vocación decididamente festiva, como 2012, es que ésta última no engaña, no pretende ser más que un espectáculo efectista y desaforado, espectáculo por el espectáculo. PLANET 51 y AVATAR se intentan vender como algo más, como revoluciones en sus respectivos entornos, cuando en realidad están al mismo nivel de 2012: pasarratos deslumbrantes con muy poco recorrido, y lo malo es que están consiguiendo dar la sensación de esa es la dirección a seguir a todos los niveles.
Nada más lejos de la realidad.

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Publicado originalmente el 7 de febrero de 2010 en www.ciencia-ficcion.com