Durante mucho tiempo se ha creído que las predicciones de George Orwell en 1984 se habían hecho realidad: el estado represor había llegado a tal punto de omnipresencia que era capaz de controlar y aplacar cualquier expresión hostil en cualquier momento. Orwell se equivocaba. A medias. Si bien sus predicciones funcionan en alguna medida, en nuestras queridas democracias occidentales Orwell no fue capaz de prever, sin embargo, que estaríamos en las mismas circunstancias que en las peores dictaduras, con el matiz escalofriante que en vez de organismos policiales sin rostro serían los propios ciudadanos, más o menos organizados y de forma independiente, los encargados de restringir, censurar y combatir ideas y modos de expresión.
Lo asombroso del asunto es que no se trata de una red de delatores bien dirigida desde el Ministerio de Información de turno. Sin que nadie se lo pida, la ciudadanía se autoorganiza para llevar a cabo esas campañas de combate, restricción y censura.
Las redes sociales se han convertido en un formidable instrumento para gestionar esta coerción. Lo que parecían herramientas que iniciaban una nueva época de libertad, se han convertido en potentes medios de represión. No tenemos más que pensar en los innumerables casos de personajes públicos (y hasta privados) que se ven obligados a pedir desgarradores disculpas por auténticas memeces que en otros tiempos solo hubieran merecido un encogimiento de hombros y un breve reconocimiento de la inconveniencia del sucedido
.
Ahora, ante la presión social
de hordas
ofendidas y más o menos articuladas, las manifestaciones de arrepentimiento ante un comentario más o menos afortunado son aún más desmesuradas que la causa que desencadenó la ola de ofensas
e indignación
.
Ya no se trata, pues, de la delación o el espionaje de los regímenes totalitarios descrito en 1984, es la propia sociedad, más allá de gobiernos e instituciones, organizada en grupúsculos influyentes la que dicta sentencia acerca de según que actitudes. Esta nueva inquisición no necesita de las herramientas tradicionales del poder, fundamentalmente policía y jueces, para acallar y satanizar ideas y opiniones que vayan en su contra o simplemente les incomoden, bastan campañas de descrédito sistemáticas para que un personaje o empresa se vea obligado a recular ante el miedo de perder fama y fortuna.
Otra cuestión interesante es que el tamaño de esos grupúsculos no tiene porqué ser demasiado grande, un pequeño grupo muy activo, que se haga oír y sepa como manejar los medios para amplificar su mensaje, es suficiente como para acallar cualquier hecho disonante
En muchas ocasiones son los propios medios de comunicación, tanto tradicional como digital, los que sirven de amplificadores. La ya tradicional memez de arden las redes
sirve de cabecera de demasiadas noticias que de otra forma hubieran pasado desapercibidas. La reacción de no se sabe muy bien que asociación ante las declaraciones de un famoso, o ante un spot publicitario, reducidas a un entorno minúsculo en la mayoría de los casos, se convierten en grandes dramas cuando son comentadas en un telediario.
Por fortuna, se está aprendiendo a manejar estas situaciones. Lo principal es tener bien claro el tamaño real de la protesta, no es lo mismo que el AMPA (o como se llamen ahora) de un colegio de Carabanchel Alto lance una diatriba contra un anuncio de compases, a que lo haga una federación que encuadre a la mitad de las AMPAs españolas. También es importante no reaccionar ante los primeros ataques, suelen ser apasionados y virulentos, por lo que contestarlos, sea en el tono que sea, solo los refuerza. Esta primera chispa, privada de combustible, se suele apagar al poco. Por suerte o por desgracia, la vida de cualquier cuestión internetera es tan corta que sin la adecuada realimentación se apaga al poco, sofocada por otras cuestiones si bien no de mayor importancia, si de mucha más actualidad. Pasados esos momentos, y con mesura, se pueden contestar las reacciones más moderadas, obviando las propiamente incendiarias.
Reconocer el error de existir, ya que lo considerado como error y por parte de quien es algo más que cuestionable, también es importante para no dar pábulo a posiciones radicales y minoritarias, y establecer una charla reposada no solo sepulta esos ataques radicales, sino que refuerza la propia imagen dándole un barniz de sosiego, coherencia e independencia.
También existe la opción de sostenella y no enmedalla
, pero ahí ya entran cuestiones de convicciones personales y volumen, alguna multinacional, segura tras su tamaño, ha ignorado educadamente los resoplidos de turno.
Los trolls
y los haters
siempre estarán ahí, pero se les puede sortear, ignorándolos educadamente.

